Según una leyenda de la zona, el nombre viene de antiguos "guerreros" que se escondían en las rocas y que se pintaban el rostro con zumo de moras. Eran los “guardianes de la otra realidad”... y se dice que “Ellos”, eran altos, fuertes, rubios, valerosos y con poderes mágicos; mientras que “Ellas”, eran de gran belleza, rubias, de tez blanca y solían dedicar su tiempo a la hechicería. Se decía, que si se daba una patada a la piedra de un dolmen, se podía abrir una brecha en la tierra que llegaba directamente al inframundo, donde estos seres habitan y donde se los podía encontrar, rodeados por los tesoros que protegían. Consecuencia inmediata de todo esto: muchos de los dólmenes de Galicia fueron expoliados, en la búsqueda de tesoros, o en la búsqueda de losas que más tarde formarían parte de los muros de las fincas, con la consiguiente destrucción del patrimonio arqueológico. (Ref. Tesoros, ayalgas y chalgas. Buscadores de tesoros: “chalgueiros”).
José Fernando Filgueira Valverde (1.906 - 1.996), Director del Museo de Pontevedra, dijo en una ponencia ante la Sociedad Portuguesa de Antropología y Etnografía (Oporto, 1.973) sobre “Ouro nos castros” (Oro en los castros): "La parroquia gallega se compone de cuatro mundos distintos y compenetrados: el de los vivos presentes, el de los ausentes (la parroquia de la emigración), el de los difuntos (la Santa Compaña) y el de los mouros y mouras, que viven bajo tierra y pueden salir a poner al sol (hoy diríamos deshumidificar) sus tesoros, a comprar en las ferias, a poner a prueba o adoctrinar a los vivos. Es la otra realidad".
En épocas históricas los dólmenes gallegos sirvieron como límites territoriales. Así aparecen en la División de los Obispados que surgió del Concilio de Lugo de 569, en la que el rey Teodomiro (primer monarca suevo cristiano ortodoxo) estableció su uso como demarcación de villas, montes y castillos.
En los documentos de la Alta Edad Media encontramos por primera vez referencias a los túmulos gallegos, que en esta época son utilizados como señales de límite. En 1.609, el clérigo indiano Pedro Vázquez de Orxas consigue una real cédula del rey Felipe III “el Piadoso” (1.578 - 1.621) para el registro de las llamadas“sepulturas galigrecas” (sepulcros megalíticos y castros) y retirar el oro que estas contuviesen: “denunció, registró y manifestó por hacienda real todas las mámoas de gentiles galigrecos, algunas de las cuales, dice, tienen oro”. Con esto se originó una gran “fiebre del oro” y el saqueo de muchos túmulos por parte de los campesinos en busca de supuestos tesoros; el licenciado estimó en tres mil el número de sepulturas saqueadas en menos de un año.
Sebastián de Covarrubias y Orozco (1539 - 1613), “Tesoro de la Lengua Castellana o Española” (1.611): “Los que andan a buscar tesoros encantados, suelen decir fabulosamente que hallada la entrada de la cueva do sospechan estar, les salen al encuentro diversidad de monstruos fantásticos, a fin de les poner miedo y espanto para hacerlos volver atrás, amenazándolos un fiero jayán con una desaforada maza, un dragón que echa llamas de fuego por ojos y boca, un león rabioso que, con sus uñas y dientes, hace ademán de despedazarlos; pero venciendo con buen ánimo y con sus conjuros, todas estas fantasmas llegan a la puerta del aposento, donde hallan la mora encantada en su trono, sentada en una real silla y cercada de grandes joyas y mucha riqueza, la qual, si tiene por bien de les dexar sacar el tesoro, van con recelo y miedo de que en saliendo a fuera, se les ha de convertir en carbones”.
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