Tiempo total (movimiento+paradas): 8 horas 8 minutos
Media: 3,5 kms/h
Itinerario: Cortelazor - Arroyo Valdelarco - Barranco Dundun - Valdelarco - Carretera - Casas de las Cañadas - Barranco del Ingenio o del Valle del Águila - Galaroza - Cortijo de Era Cavera - Puerto de la Jara - Las Vegas - La Cherueca - La Nava - Era Alta -Capellanía - Río Caliente - Vereda de Aroche a La Nava - Barranco de Carabaña - Posada de Cortegana.
Mapa de la etapa:
Descripción: Cortelazor, a esas primeras horas de la mañana en la que nos presentamos en la Plaza de la Iglesia para iniciar la etapa y con la luz de las claras del día, está adormecida, silenciosa, solitaria... Solamente un viejo vecino cortelazoreño o “zorro” anda nervioso por la calle preguntándonos qué le habrá pasado hoy a los taberneros que todavía están cerrados los bares. Lo saludamos y sonreímos al desconsolado personaje y con ganas emprendemos el recorrido urbano, ya que hoy tenemos planteada la superación del Barranco Dundun, un hito en el Desafío Patanegra o al menos así nos lo ha contado nuestro inefable Jara, adelantándonos una épica jornada que nos hace recelar un poco al escuchar eso de “el que supera el Dundun supera el Desafío”. Pues ale, ¡a por él vamos!
Salimos pues de Cortelazor, acercándonos reverentes y a modo de despedida a acariciar las arrugas de la corteza del ancestral olmo, mudo testigo y notario aventajado del acontecer de los hombres y mujeres de este pueblo que aún lo tratan con notable respeto. Con paso vivo pasamos junto al Centro Cultural y cruzamos la carretera HV-3121 y nos detenemos a estudiar el cartel informativo sobre el Barranco Dundun y que machacón y para que no nos olvidemos, vuelve a recordarnos la existencia de fuertes pendientes.
Sin más demora empiezan las avisadas “fuertes pendientes” por un carril cementado que primero se dirige hacia el norte y luego va tomando clara dirección noroeste. Poco a poco vamos cogiendo más y más altura, a la vez que vemos empequeñecer las casas de Cortelazor a nuestras espaldas. Un espeso bosque de alcornoques, quejigos y castaños nos envuelve y parece que nos abraza y nos envuelve a modo de verde bóveda. Desaparecen los vestigios de civilización y más que nunca pareciera que nos vamos adentrando en un paisaje cada vez más salvaje, más natural y primigenio. Termina la pendiente y nos adentramos en un sendero, primero llaneando y luego cerrado y en franco descenso. La sensación de plena naturaleza salvaje es cada vez mayor. Notamos cómo el grado de humedad aumenta. Escuchamos el caer del agua, pero no podemos verla por mucho que lo intentamos ya que un espeso muro de verdor lo impide. Al frente un barranco inmenso se abre en el horizonte, con paredes y cortados profundos, muy densos en vegetación. Nos adentramos en el Barranco Dundun, en donde dicen que se esconden los lobos. Finaliza la bajada y llegamos a un maravilloso y amplio curso de agua clara, limpia, transparente. Arriba y abajo del mencionado curso contemplamos pequeñas caídas de agua, pozas relucientes en las que todo tipo de plantas de ribera crecen parcialmente sumergidas. Los troncos de los elevados árboles que pugnan por escalar buscando el energético rayo de sol se muestran forrados de musgo esmeralda y de cenicientos colgantes líquenes. Son los pilares de la tierra que dan cobijo a la vida de multitud de pájaros que no cesan en sus cantos. Praderas extensas de frescos y exuberantes helechos nos rodean por doquier. El arroyo de Valdelarco nos contempla, regalándonos una imagen de santuario natural difícil de olvidar que el hombre no debiera profanar, sino todo lo contrario respetar y conservar. Nos detenemos para disfrutar del entorno que nos envuelve, saboreando uno de esos momentos que marcan huella y que seguro nos quedará indeleble para el recuerdo.
Frente a donde terminaba el sendero de descenso, vemos una señal con una flecha de continuidad, por lo que buscando piedras en el cauce del arroyo y con saltarines pasos lo cruzamos para volver ahora a emprender la subida desde la orilla izquierda. El sendero se empina y serpentea, nos permite coger altura a cada paso que damos y cuando se abren ventanas en la vegetación que cubre nuestras cabezas podemos disfrutar en frente de riscos y paredes que se precipitan vertiginosos. Poco a poco y sin dejar de subir salimos del hueco del barranco, se abre el horizonte, salimos a otro mundo. Volvemos al paisaje adehesado y arroyo y hendidura profunda se quedan a nuestra espalda.
Arriba, una vez en la cresta, encontramos un amplio carril que será el que sigamos a partir de ahora dirección noroeste. Nos adentramos de lleno en zona adehesada, monte bajo, con exuberancia de la vegetación típica de la Sierra de Huelva: alcornoques, quejigos, robles, castaños, etc… Una alfombra verde, pradera plena de multicoloridas florecillas se extiende por todas partes sin fin. Entramos en zona de intensa explotación ganadera y por ello toca abrir y cerrar decenas de porteras o puertas de vallas de variadas formas y tipos. Caminamos por un cómodo carril dejando a nuestra derecha el Valle de la Perrera y el Barranco del Pueblo, descendiendo paulatinamente primero y realizando una suave subida después, entre granjas porcinas y desvencijadas viviendas, que nos lleva casi sin darnos cuenta a entrar en las primeras calles del pueblo de Valdelarco.
En este tramo pasamos divertidos momentos con los cariñosos mastines que nos ofrecían sus cabezotas a través de las rejas para ser acariciadas, con los curiosos cerditos que acercaban sus hocicos buscando un posible premio y sobre todo con un vigilante gallo kikirikí, que nos dió escolta triunfal, grito incluído, hasta que abandonamos su territorio, todo ello subido en una cerca de piedra que lo colocaba orgulloso a nuestra altura. Son momentos del camino, inolvidables pinceladas del Desafío Patanegra.
Escondidito Escondidito en la sierra de Huelva, tierra bendita, hay un pueblecito blanco que el sentido a mi me quita. Es mi pueblo, Valdelarco.
(Obtenido de un azulejo en una calle de Valdelarco)
Callejeamos por Valdelarco, vemos su ayuntamiento y su cuadrangular fuente, rodeamos el exterior de su iglesia parroquial del Divino Salvador, del siglo XVIII de estilo neoclásico, para acabar descendiendo a la gran plaza empedrada y fuente en donde se encuentra el bar de El Gordo, punto donde hicimos avituallamiento gentilmente servidos por su dueño, bocata de rico jamón y gran y fresca cerveza, como mandan los seculares cánones del Desafío.
Recuperadas las fuerzas, reemprendemos el camino, por el duro y pestoso asfalto de la carretera que conecta el pueblo con la de HV-3112, siendo este menos de un kilómetro en subida el “único” tramo más feo de todo el recorrido del Desafío y al que no quiero dedicarle ni una palabra más.
Arriba, en el mencionado cruce de carretera, dejamos el asfalto, menos mal, por un sendero que pasa por las Casas de las Cañadas, que hay que realizar con cuidado, ya que el piso está muy suelto y tiene fuerte pendiente. Sorteamos el Barranco del Ingenio o del Valle del Águila, caminamos por amplio carril que da servicio a extensas explotaciones ganaderas y abrimos y cerramos cancelas, en un gesto que viene siendo habitual en esta jornada, hasta así, llegar a encontrarnos como de sopetón, a nuestros pies a la siguiente localidad del camino: Galaroza.
Seguimos bajando hasta Galaroza, pasando por la Fuente de El Socavón, que nos viene fenomenal, ya que la calor aprieta y un buen trago de agua sienta bien y es de agradecer. Nos adentramos en el casco urbano, notando que hay multitud de talleres de carpintería, lo que nos lleva a comprender porque a este pueblo le llaman “el pueblo de los carpinteros”. Por cuidadas y empedradas calles, en suave descenso, llegamos hasta el núcleo urbano, una gran plaza en donde se encuentra la ermita y gran fuente de los Doce Caños de Ntra. Señora del Carmen. Mano al jarrillo de agua y a beber todo lo que quiere el cuerpo y algo más por si acaso. La fuente es espectacular en todos los sentidos: 12 caños generosos, agua fresca y sabrosa y sitio para el relax. Lo tiene todo...
En el pollete de la fuente nos tomamos un merecido respiro y descansamos las piernas, a la vez que entablamos animada conversación con un lugareño “cachonero” (gentilicio que viene de la abundancia de la tierra del pero cachón), que nos cuenta la historia de que a primeros de septiembre se celebra la Fiesta de los Jarritos, muy antigua en el pueblo, gracias a la cual los niños y mozos mojaban soplando en el interior del búcaro o botijo a las mozas y jovencitas que se cruzaban a su vera. Esta fiesta sigue celebrándose todos los años, aunque “algo más bestia”, según palabras del lugareño que nos la relataba.
Fuente de los Jarritos
Deja que vista madre los trapos viejos, que hoy son Los Jarritos y habrá jaleo.
Me persigue un moreno con ansias locas, y si salgo a la plaza, ése me moja.
Y como el mozo es terco hay que dejarle, pues le gusta al muchacho mojar mi talle.
Y si te digo, madre, que yo lo quiero..., dejaré que me moje todo mi cuerpo.
(Julio Beneyto - Azulejo en la Plaza del Carmen)
Después de tan relajante y emotivo momento, reiniciamos la marcha callejeando ahora dirección noroeste, saliendo del pueblo y pasando primero por la puerta del cementerio municipal y junto al cortijo de la Era Cavera, dejando las casas a nuestra espalda y dirigiéndonos hacia el norte para iniciar de nuevo la subida hasta superar el Puerto de la Jara. Se suaviza la pendiente y prácticamente llaneamos pasando por el paraje de La Cherueca, de vuelta con el constante paisaje de alcornoques, encinas, quejigos y castaños, caminos viejos enmarcados por musgosos muros de piedra.
Aprieta la calor, y superando el Barranco y Arroyo del Retamar accedemos a La Nava con el sol en lo más alto. Callejeamos por sus típicas calles profusamente empedradas hasta llegar a una amplia plaza que en su suelo tiene unos grandes y coloreados albérchigos, ya que este fruto es considerado símbolo local. También hay un monumento a Los Agricultores presidiendo el lugar. En el fresco y sombreado bar que allí se encuentra encontramos todo lo que el “desafiante” puede querer a estar horas: avituallamiento líquido (maceta de cerveza) y por supuesto sólido (unas papas con tomate y carne picada y unas exquisitas albóndigas ibéricas en salsa) ¡Qué más se puede pedir!
Puestos los niveles energéticos a tope, afrontamos con gana el último tramo de la etapa, salir de La Nava dirección oeste hacia la ermita del Cristo y tomar después el carril a la izquierda que bruscamente gira hacia el sur-suroeste hacia los parajes de la Era Alta y La Capellanía.
Aparece en el paisaje el río Caliente que con grandes meandros nos acompaña por nuestro lado derecho. El carril se va precipitando hacia él, no sin antes pasar la abandonada vía férrea, huella de esplendores pasados, para en las inmediaciones del Cortijo de la Cadena, bajar hasta el Barranco de los Romeros y por allí vadear el río Caliente, resultante de la unión de las aguas que bajan por el Barranco de Carabaña y del Barranco de Romeros. Más adelante, las aguas del río Caliente entregará sus aguas al río Múrtiga, que vimos nacer en la etapa anterior, en Fuenteheridos, para finalmente desembocar en el gran río Guadiana.
Es este otro momento simpático de la jornada, ya que dependiendo de la época del año y del régimen de precipitaciones que haya habido, el río trae más o menos agua, posibilitando con más o menos facilidad su vadeo. Nosotros, aunque venía un caudal aceptable, no tuvimos ningún problema para superarlo, ya que “el agua como mucho moja”.
Seguimos ahora dirección suroeste, teniendo como referencia la muy marcada vereda que comunica Aroche con La Nava, y que transcurre por el lado izquierdo del Barranco de Carabaña que no abandonaremos ya hasta llegar a las inmediaciones de nuestro punto final de etapa, la Posada de Cortegana.
Este tramo es muy gratificante, ya que al paisaje adehesado salpicado de grandes explotaciones ganaderas, pasa por un gran y precioso lago, en donde piaras de cerdos ibéricos, cabras y manadas de vacas con sus correspondientes ternerillos ponen el punto pintoresco en el paisaje. Por supuesto, hay que seguir siendo responsables y abrir y cerrar las porteras y vallas que nos encontremos.
Sin más, llegamos a la Posada de Cortegana, un sombreado, precioso y acogedor lugar que nos dará cobijo esta noche para recuperar fuerzas y mañana afrontar con ganas la última etapa. El final del venturoso Desafío, cada vez lo tenemos más cerca.