Leyendo el libro “Viajeras en la Alhambra”, de María Antonia López-Burgos del Barrio, Catedrática de Filología Inglesa de la Universidad de Granada, tuve conocimiento de la existencia de ésta entusiasta “Viajera Romántica”.
La escritora y dibujante británica, Dora Wordsworth (1.804 - 1.847), conocida posteriormente por su apellido de casada: Dora Quillinan, era la segunda hija del gran poeta, William Wordsworth (1.770 - 1.850) y su esposa Mary Hutchinson (1.770 - 1.859).
En casa, la llamaban Dorina, para diferenciarla de su tía paterna, Dorothy, que vivía con ellos. Era la hija favorita de su padre, y a pesar de su constante mala salud, siempre fue muy animosa.
Durante largos años, Dora se dedicó, por completo, a su padre y tuvo una influencia significativa en su poesía.
Su padre, la inmortalizó cuando nació, al dedicarle su poema, “Address to my infant daughter, Dora” (“Discurso a mi hija pequeña”, 1.804) y posteriormente, ya en su juventud, en su poema “La Tríada” (1.828), junto a sus amigas de la infancia, la escritora y traductora, Sara Coleridge (1.802 - 1.852) y Edith May Southey (1.804 - 1.871).
Otra amistad importante de Dora fue con la escritora y crítica literaria, Maria Jane Jewsbury (1.800 - 1.833).
En 1.841, Dora se casó (en contra de la voluntad de sus padres), con un amigo de la familia, el poeta y traductor, Edward Quillinan (1.791 - 1.851); Edward era viudo. Su primera mujer, Jemima, segunda hija del biógrafo y genealogista británico, Sir Samuel Egerton Brydges (1.762 - 1.837), había fallecido en 1.822, en un accidente que le produjo graves quemaduras.
Entre 1.845 y 1.846, buscando mejores aires para la delicada salud de Dora, el matrimonio viajó por Portugal y España. Y de sus anotaciones, a modo de “Diario Personal” (para uso de sus amigos) surgió un libro encantador, dedicado a sus padres y publicado en 1.847: “A Journal of a Few Months Residence in Portugal, and Glimpses of the South of Spain” (“Diario de una residencia de pocos meses en Portugal y Vislumbres del sur de España”).
Dora falleció, de tuberculosis, al poco tiempo de regresar a Inglaterra, en 1847. Tenía 42 años de edad. Tras su muerte, su anciano padre plantó centenares de narcisos en su memoria, en un campo junto a la iglesia de Santa María, en Rydal. El campo de Dora todavía se conserva en la actualidad, y forma parte del “National Trust”.
Ahora, dejo hablar a Dora… para que nos cuente sus impresiones y vivencias personales en el que fué “su viaje a Granada”(Mayo de 1.846):
“…A menudo nuestro camino va por un descampado arenoso, donde cada uno podría elegir una nueva vereda cada día y todo esto... ¡Sólo a unas cuantas millas de Granada!. Fue como una mortificación perdernos la llegada a esta ciudad de canción y romance. Sólo vi los bosques y los cipreses y nada más, pero oí los ruiseñores.
Llevaron nuestras bolsas de viaje a la aduana cerca de donde paró la diligencia y, aunque literalmente sólo llevábamos una bolsa por persona y dos o tres cestos pequeños, pasó toda una hora antes de que nos pusieran en libertad.
Desde un primer momento vimos el juego. Los inspectores querían un soborno, que nosotros no estábamos dispuestos a dar, por lo que nos sentamos tranquilamente y los dejamos remover cada una de las medias y los pañuelos, uno por uno, cosa que ellos hicieron lo más lentamente posible.
Por fin me entró la risa justo cuando comenzaron a revolver la última bolsa de la misma forma deliberada. El soldado que lo estaba haciendo, creo que se dio cuenta de lo absurdo del procedimiento y de buen grado se unió a las risas, cerró la bolsa e hizo señas al portero para que se la llevara.
Nos dirigimos al "León dorado" en la misma plaza. La casa tenía un aspecto de lo más poco confortable; no había nada preparado, no tenían camas guardadas y para algunas de las habitaciones aún tenían que llevar los muebles. Pedimos un té; por fin llegó, y por fin las habitaciones estuvieron listas. Cuando me tumbé comprobé que mi cama estaba muy limpia y era muy cómoda y sin ningún tipo de criatura que me molestara mientras descansaba.
Así, de ese modo terminó este día largo y para mí lleno de incidentes... de escenas y lugares de los que había leído con el más vivo interés y de ensoñaciones que me habían obsesionado desde mi más tierna infancia".
"Granada, Lunes 4 de Mayo.
¡Qué mañana más bonita y qué vistas he contemplado desde el tejado de la casa! Ni pluma ni lápiz pueden dibujar tal paisaje. ¡La Alhambra!¡La Vega! ¡La Sierra Nevada!. Todo, todo ante mí, y la ciudad a mis pies con sus arboledas y fuentes.
Tomamos un desayuno de mesa redonda, realmente de mesa redonda ya que aquí, no solamente el posadero, sino su mujer y sus niños se sientan con sus huéspedes.
Para el desayuno te puedes sentar cuando quieras y tomar lo que te apetezca: té, café o chocolate; pan y mantequilla (tal cual), y huevos, o incluso una comida aún más fuerte, con vino. El precio es el mismo, tomes lo que tomes y, como en las posadas del resto de España, pagas cada día dos dólares por cabeza.
Para la comida, por supuesto, tienes que aparecer a la hora convenida, que aquí eran las cuatro en punto, y compartir lo que quiera que hubieran preparado. La mesa no se pone con demasiado orden, pero todo está bueno y el pan es excelente.
Algunos de los del grupo estaban demasiado aturdidos a causa del traqueteo de la diligencia, por lo que les recomendaron que se quedaran en reposo todo el día; yo también me quedé en la casa, ya que la Alhambra se encontraba cerrada debido a un "levantamiento" que había tenido lugar en Granada dos días antes de nuestra llegada, cuando muchos de los "cabecillas" –entre treinta y cuarenta de ellos- fueron detenidos y enviados a prisión en la Alhambra.
Yo me pasé el día bastante al estilo oriental "en todo lo alto de la casa" y me divertí mucho escuchando los sonidos que venían de abajo; no sonidos provenientes de la calle sino sonidos de la posada –niños chillando, perros falderos ladrando, dos loros pavoneándose por toda la casa a su antojo, unas veces imitando el ladrido del perro, otras soltando sus propios chillidos selváticos, corderos balando, canarios cantando, gallos y gallinas cacareando, pollitos piando, mujeres lavando y parloteando en el patio, los hombres metiéndose con ellas con lo que los americanos llaman “soft sawdor” (en inglés británico: piropeando) desde las ventanas de abajo; el patrón y la patrona llamándoles la atención para que se ocuparan de sus propios asuntos.
Me dediqué a escuchar las campanas que han estado sonando durante la última media hora sin que nadie les prestara atención y las campanillas de las mulas que están continuamente pasando por la calle. Pero incluso, con toda esta confusión y toda esta falta de limpieza y orden, ya que estos bípedos y cuadrúpedos se pasean por la casa a su antojo, me gusta mucho nuestro alojamiento".
"Hay algo muy agradable en el bondadoso patrón; primero se ganó mi corazón por el orgullo con el que me mostró las magníficas vistas que se pueden ver desde lo alto de su casa. Luego, también su esposa, gorda y sonrosada, es tan atenta... y la hija mayor con un aspecto tan dulce y unos modales tan naturales, y la desastrada criada, a su manera, está bastante deseosa de asegurarnos que estemos cómodos.
Siempre se cenaba a las nueve en punto en el comedor de huéspedes para los que así lo deseaban; nosotros preferíamos té o café en nuestro propio cuarto de estar, y tanto el té como el café eran muy buenos, aunque al principio tuvimos bastante dificultad para hacer entender al camarero que se necesitaba una tetera para preparar el té; y cuando por fin apareció el imprescindible artilugio, estaba lleno de agua templada y esperaban que le echáramos el té dentro. Supongo que el hombre sería nuevo en este oficio.
Era un día radiante, un día hecho para la ocasión, el que nos encontramos un poco después de las ocho de la mañana, en nuestro camino hacia la Alhambra. Fuimos atravesando calles estrechas, trazadas de forma irregular y no muy pintorescas, hasta que llegamos a una por la que corre el Darro.
Aquí vimos el aireado mirador (con su tejado voladizo sostenido por esos graciosos arcos árabes surgiendo de dos delgadas columnas), los balcones y las galerías de madera, que están tentando al que lleva un cuaderno de dibujo, algo que no se puede abrir sin ofender en las ciudades españolas.
Algunas de estas casas que cuelgan sobre el río justo donde lo cruza un puente de un sólo arco, muy antiguo y de forma muy afortunada, habría sido un modelo muy bonito y típico para dibujarlo.
Al salir de esta calle se entra en una gran plaza que a esta hora tan temprana de la mañana estaba llena de tenderetes o mesas donde hombres y mujeres estaban atareados dedicados a comprar y vender frutas y verduras.
Nos costó trabajo pasar con nuestros burros por entre los rebaños de cabras que casi cubrían el suelo, descansando, supongo, después de que las llevaran hasta allí desde el campo para ser ordeñadas.
Saliendo de esta plaza se llega a la Calle de Gomeles, una calle empinada que se cierra por la puerta de las Granadas. Se pasa por debajo y se encuentra uno de repente en un espeso y sombrío bosque con anchos paseos que se dividen en tres direcciones y cada uno lleva diferentes partes del palacio encantado".
"Nosotros fuimos por la parte central. Los ruiseñores estaban cantando a nuestro alrededor como jamás los había oído cantar. Parecía como si cada rama albergara un pájaro cantor. ¡Qué coro de dulces voces!.
El Darro corría por debajo a nuestra izquierda y las fuentes por todas partes nos enviaban su fresca y borboteante canción.
Esta deliciosa sombra, la dulce música y la refrescante armonía de aguas no te abandonan hasta que se llega a la gran entrada de la Alhambra: La Torre de la Justicia.
Aquí giramos a nuestra derecha y continuamos durante un poco más de tiempo bajo esta deliciosa sombra, ya que primero visitamos el Generalife.
En este lugar, uno de los más interesantes, vimos con toda certeza a vulgares yeseros en el mismísimo momento en el que estaban, “flagrante delicto”, embadurnando completamente las delicadas tracerías con un vulgar blanqueado, mientras que un caballero joven, que nos lo presentaron como el propietario, estaba contemplando complacido el proceso que a mí casi me deja sin respiración y que consistía realmente en hacer desaparecer por completo las magníficas tracerías de estuco.
Pero, para una descripción del Generalife, digo lo mismo que dije en Sevilla y se debe decir en cualquier dirección en que se mire en España -consulte el Hand-book de Ford. (Richard Ford - 1.796 / 1.858 - “Hand-book for Travellers in Spain and Readers at Home”, 1.845). En éste encontrarán una magnífica y exacta descripción de las galerías, pilares, arcos, flores, fuentes y jardín, con el Darro reluciente que fluye en medio con su propio esplendor, ya que el agua está protegida del ardiente sol por arcos de arboledas de hojas perennes.
La vista desde la galería es gloriosa.
La Alhambra, –grandiosa en su simplicidad externa–, surgiendo de un cinturón de árboles en un primer plano y, asomándose a la ciudad y sobre toda la Vega, un valle de treinta millas de largo por veinticinco de ancho y cerrado a cada lado por una noble cordillera, la Sierra Nevada a la cabeza, la garganta de Loja a los pies".
"Algunos cipreses, tan viejos como del tiempo de los moros, son el orgullo de este jardín. Yo medí uno y comprobé que tenía cuatro yardas de circunferencia media yarda por encima del suelo, y más arriba, donde el tronco se había hinchado formando enormes excrecencias, era bastante más grueso, tal y como se puede ver en los viejos robles.
Subimos a una moderna casa de verano construida en la parte más alta del terreno.
La vista que se obtiene desde aquí es más extensa que la vista desde abajo, pero no tan bonita. Desde aquí nos contentamos con mirar a la Silla del Moro; como hacía muchísimo calor, ninguno de nosotros nos atrevimos a trepar por ese trozo de monte baldío, con un sol tan ardiente cayéndonos sobre las espaldas.
Bajamos la colina y entramos en la Alhambra por el Patio de la Barca, que Ford dice que debe ser Berkah -patio de las bendiciones-; y desde allí al Patio de los Leones. Pero aquí también debemos, tanto yo como mis lectores, referirnos a Ford. Su descripción es tan exacta como sólo puede hacerla un ojo paciente y observador, con tiempo y oportunidad de estudiar y sobre todo, con un conocimiento científico de su materia.
Y ya que una pluma como la de Ford y dibujos como los que yo he visto, pueden ofrecer una imagen bastante más distinta de la forma y estilo del lugar, la Alhambra debe ser visitada también en un día de mayo tal y como el que nosotros disfrutamos, si se quiere entender y sentir el espíritu del lugar.
Altas como eran mis expectativas, la realidad superó con creces todo lo que mi fantasía había imaginado de columnas en forma de palmera, arcos de medio punto, techos abovedados con maravillosa decoración de estalactitas perfectas y muros cubiertos por el más bello calado, suelos de mármol y fuentes juguetonas en el centro de casi todas las salas".
"Yo no estaba preparada del todo para la extraordinaria belleza natural que rodea este maravilloso palacio.
Las vistas desde las distintas salas son deliciosas, en especial la vista desde la ventana de la Sala de Dos Hermanas que es la zona más exquisita.
Y ¡qué encantado ajimez desde el que mirar hacia abajo tal panorama!. Qué vistas tan magníficas también desde la galería abierta que conduce al tocador –el vestidor de la sultana; y sobre todo desde la Torre de la Vela, sobre la que la bandera cristiana fue enarbolada por primera vez y podía ser contemplada desde Sierra Nevada hasta Loja, por todos los habitantes de esa basta y rica llanura o por toda la cordillera que protege el valle.
Y ¡qué guardiana es Sierra Nevada, levantando su cabeza completamente blanca hacia los mismísimos cielos!.
Toda esta belleza sublime en la distancia, se mezcla con la gran dureza y aridez de las montañas más bajas; y justo a la mano tienes todo lo dulce y bonito, lleno de gracia y delicadeza.
El murmullo de las fuentes y la gracia que tiene este murmullo bajo un sol español.
El aire perfumado por las flores, naranjales y limonares; la higuera que proporciona tan buena sombra, la parra trepadora, el ciprés que busca el cielo; los áloes y chumberas y tantas otras plantas curiosamente bellas, sin hablar de las flores y arbustos incluso más apreciados por el ojo inglés, ya que se les saluda como amigos ingleses. (Y luego los ruiseñores! cantándote por todos lados).
Puedes subirte a la torre que desees, salir a donde quieras, y allí seguro que te llega su entusiasmada música".
"Nada puede ser una prueba más fehaciente del maravilloso efecto de la peculiar belleza de la Alhambra que el absoluto disgusto con el que, al salir de este palacio encantado, involuntariamente apartas la mirada de ese enorme y pomposo edificio sin terminar que Carlos V pretendía como palacio que eclipsara la belleza del primero. Gran parte de la Alhambra fue derribada para hacer sitio para este basto monstruo que tiene bastante menos derecho de afinidad con su vecino árabe que un caballo percherón con uno árabe.
Permanecimos paseando por la Alhambra, yendo de habitación en habitación y de patio a patio y siempre pensando que lo último que habíamos visto era lo más mágico, con una excepción, la mezquita que me desagradó. Aunque no fue construida para soportar el peso de ese feo altar en la parte del fondo y esa horrible y cursi galería para la orquesta en la otra parte, la hornacina en la antesala, donde se ponía el Corán, es quizás debido a su tamaño, la muestra más exquisita de trabajo de estuco de todo el edificio. Pero, aunque toda esta decoración de escayola es tan bonita, lo que más me gusta es la delicadeza de los arcos y pilares de deslumbrante mármol blanco, los tejados planos y los cónicos, y los suelos y fuentes, y… ¿qué no?.
La austera simpleza de esas torres lisas cuadradas y torretas tienen un encanto indescriptible. (Y qué aspecto tan bello tiene el edificio desde la Alameda del Darro, coronando el boscoso precipicio a cuyos pies el Darro corre a hablarle a la ajetreada y bochornosa ciudad del frescor y tranquilo silencio de la Alhambra!).
Nos vimos obligados demasiado pronto a hacer lo que el Darro: -apresurarnos hacia la ciudad porque el reloj estaba dando las cuatro".
"Después de comer salimos otra vez a ver la puesta de sol desde la ermita de San Miguel que se encuentra en lo alto de un cerro que se levanta por encima de la parte vieja de la ciudad y que es considerablemente más alto que la colina en la que está construida la Alhambra.
Así pues, desde la explanada de la ermita se puede obtener una vista perfecta de este gran edificio dándole la vuelta al monte, subiendo y bajando por los desniveles del terreno.
Queda un trozo bastante extenso de las viejas murallas que un forastero puede abarcar de un vistazo. La enorme extensión de terreno que cubría el palacio, sus jardines, etc.
Nuestro camino hasta San Miguel nos llevó a través de la mayor parte de la ciudad antigua donde casi todas las casas son árabes y, donde cada uno de los pozos es un pozo árabe, de construcción muy sencilla, hecho de ladrillo o piedra, bastante parecido a las colmenas con una puerta grande.
Casas árabes y pozos árabes; pero ¡qué contraste presentan estas casuchas de ladrillo y mortero, de aspecto ruinoso, con los palacios de mármol y fuentes de Sevilla! Y también son árabes.
Ford explica esto, que de otro modo para mí habría sido un rompecabezas: "Granada fue construida por refugiados empobrecidos y derrotados, no como Sevilla, que lo fue por los árabes con todo su próspero orgullo".
Pero ¿qué moro se alojó alguna vez en España de forma más orgullosa que el Señor de la Alhambra?.
No fuimos particularmente afortunados con nuestra puesta de sol; pero bajo cualquier circunstancia esta vista bien merece arrastrar las piernas o sacar el monedero que se requiere para llegar hasta aquí.
De algún modo la vista es mejor que la que se contempla desde la Torre de la Vela: se tiene la perspectiva de las nobles montañas por detrás, por entre el barranco y más allá, se ve hasta la zona donde el Darro tiene su nacimiento".
"Nos encontramos a nuestro paso con rebaños de cabras que bajaban de las montañas a la ciudad. Algunos de la tribu parece que viven completamente en las calles, ya que, a cualquier hora que salgas estas segura de que los verás descansando bajo las sombras de las casas o alimentándose de hortalizas o de ramas de árboles que crecen junto a la puerta.
Hoy, a la hora de la cena, tuvimos el placer de haber estado acompañados por el amigo del Teniente Coronel de la diligencia, que se encontraba arrestado, y le oímos decir a su amigo que el Teniente Coronel también estaba en Granada.
Era primo del oficial que fue asesinado a tiros y por tal motivo fue interrogado para la investigación. Los hechos fueron los siguientes: un coronel, Don Rafael Fulano –ya que no me quedé con el apellido–, mientras paseaba por la Alameda, había recibido un tiro de manos de un hombre, que cuando le mostró la pistola dijo: "Esta es la muerte que deben tener los tiranos". El asesino escapó, pero se supone que era un oficial prusiano al servicio del ejército español. En aquel momento no se pensó que el oficial al que dispararon, estuviera herido mortalmente, pero murió unos cuantos días después de nuestra salida de Málaga, como pudimos comprobar por la prensa. Se decía que era un Martinete y personalmente poco apreciado por los soldados que el mandaba.
Esto podía ser verdad o no; aunque no se puede evitar pensar que había algo de movimiento político en el fondo de todo esto, viendo que hubo un levantamiento simultáneo en Granada; y cuando llegamos aquí, nuestro coche fue acosado por gente, todos ansiosos de escuchar algo sobre el estallido en Málaga, cuyos rumores ya les habían llegado.
Yo no sé cuantos prisioneros cogieron en Málaga ya que en Granada dieciséis personas fueron expulsadas enviadas a distintas zonas del reino. La desbandada general a través de las estrechas calles de Málaga, cuando nosotros nos encontrábamos en la tienda comprando figuras, se debió a que soldados y gentes del pueblo iban corriendo, persiguiendo al asesino, el cual, al abandonar la Alameda, cruzó la gran plaza y corrió por las calles abajo. La Alameda se encontraba abarrotada a la hora en que dispararon al Coronel mientras estaba tranquilamente paseando con el General y otros militares, entre las damas y damiselas que estaban inhalando el olor de piropos y cigarritos de labios de sus admiradores".
"7 de mayo
Un día nublado. El sol apareció antes de las diez en punto. Nosotros fuimos a la Catedral. Estaba cerrada, pero la puerta de la Capilla de los Reyes estaba abierta, y esto era lo que teníamos más ganas de visitar. Está dividida en dos partes por una reja de hierro muy bonita cuya puerta se mantiene cerrada; así pues, solamente pudimos mirar a través de esta bella cancela de hierro e ir preparándonos para lo que teníamos esperanza de poder examinar otro día: el altar, las tumbas de Isabel y Fernando, y todo lo de interés guardado dentro de estos estrechos muros.
Paseamos alrededor de la Catedral -realmente alrededor, ya que en el lado tiene adosadas casas sucias y de aspecto pobre-, con lo cual es imposible que alguien se pueda acercar. El exterior es el de un edificio feo y pesado; la única zona que pude admirar fue la Capilla Real, y la parte que sale en ángulo recto desde esta. Hay una galería en la parte más alta con arcos circulares y horribles columnas.
El palacio arzobispal es un edificio lúgubre, a pesar de los recuerdos agradables de Gil Blas.
Cruzamos la Plaza de Vibarambla y vimos el arco árabe. Esta plaza, en un tiempo famosa por sus Juegos de Cañas y corridas de toros, hoy está convertida en mercado y aquí se hace la Fiesta del Corpus Christi. Se estaban llevando a cabo los preparativos: casetas, balcones, etc. Abundaban las frutas excelentes y las verduras: guisantes, habas, tomates, alcachofas, pepinos, calabacín, naranjas, limones, fresas, cerezas y albaricoques. Los albaricoques son deliciosos; las fresas iguales en aspecto y sabor a nuestras fresas silvestres de montaña, pero más grandes.
Pasamos caminando por el Zacatín, la calle de las tiendas de Granada, con sus arcos como los de Burlington, con la gran diferencia de que el pasaje no tiene otro techo que el cielo y que las tiendas a ambos lados de la calle no tienen puertas ni ventanas. No soy lo suficientemente exacta al decir “sin otro techo” ya que, mientras que el tórrido sol está en todo lo alto, el Zacatín está cubierto con un toldo.
La primera vez que lo vimos era un día nublado, momento en el que esta protección no era necesaria.
Aquí uno se puede encontrar con las mejores cosas. Nosotros íbamos a la búsqueda de abanicos españoles. El dependiente nos aseguró, con franqueza, que en este momento no podríamos encontrar ninguno en Granada. Él tenía muchos abanicos, que nos enseñó, pero estos, como los demás, estaban pintados en Francia para el mercado español. Un hombre en Vibarambla insistía en que sus abanicos eran completamente españoles; pero contaban su propia historia de forma demasiado penosa como para que nosotros nos los lleváramos".
"Nuestra cena en el hotel es muy divertida; caras nuevas cada día y dos o tres ya conocidas que siempre nos alegramos de volver a ver. Un caballero anciano que se sienta cerca de ----, con un rostro muy saludable, es tan silenciosamente atento que me gustaría hablar con él y decirle lo complacida que me siento. Hay otro cliente habitual con el que también me encantaría hablar, un joven con un gran bigote negro y al que yo diría: "No es de caballeros sentarse con el sombrero puesto y fumar durante todo el tiempo en que no está comiendo, cuando hay señoras cenando en la misma mesa que usted".
Nuestra cena se compone de lo siguiente: sopa; luego verduras; luego un plato con una especie de salchicha y tocino; luego hervido; luego algún tipo de estofado o cocido, normalmente aliñado con salsa de tomate; a esto le sigue pescado cocido; luego llegan las alcachofas aliñadas con aceite, no muy buenas; luego carne asada; y luego algunas aves también asadas: pollo o perdices, o codornices, o alondras, o patos salvajes, o yo no sé qué; luego pescado frito y, a menudo, después de todo esto, nos traían anchoas. Luego nos ponían el postre en la mesa y con él algún plato dulce de repostería o natillas y al mismo tiempo "queso para los ingleses".
Cuatro o más platos repletos de aceitunas estaban siempre sobre la mesa y pude observar como los españoles estaban constantemente extendiendo sus tenedores hacia estos platos. La bella hija del patrón se las come con todo y realmente creo que su tenedor visita el plato de las aceitunas más a menudo que el suyo propio. Todos los platos eran platos blancos pequeños, no mayores que los "platos para el queso" ingleses. Donde hacen falta tantos, es acertado tenerlos todos pequeños... ¡bastante más conveniente!".
"Por la noche llovió mucho y aún seguían cayendo chaparrones cuando salimos a las nueve en punto rumbo a la Catedral. Estaban diciendo misa. El sonido del órgano fue magnífico en este edificio que ciertamente no es un templo humilde a pesar del terrible mal gusto en la decoración, en especial en el blanqueado de las tallas en piedra y las columnas; ni siquiera el noble arco del "coro" se había escapado.
Esperamos a que terminara la misa y luego tuvimos bastante suerte al encontrarnos con un conocido del comedor, que había venido hasta aquí con la misma misión que nosotros: ver la Catedral. Era amigo de uno de los canónigos y ambos nos invitaron cortésmente a unirnos a su grupo, por lo que, debido al afortunado incidente y al valioso libro de Ford, nosotros lo vimos todo: las vírgenes talladas y policromadas de Cano, y otras pinturas del mismo artista en la sacristía; los espléndidos ropajes del cura, la capilla de San Miguel y la capilla que hay enfrente de esta; las pinturas de la vida de la Virgen sobre el altar mayor, las estatuas de Fernando e Isabel, y lo más interesante de toda la catedral, la capilla donde ellos y sus descendientes, de dos generaciones, están sepultados.
Examinamos con atención estos espléndidos monumentos; bajamos a la bóveda, sin olvidar la advertencia que hizo Ford bastante a tiempo: "cuidado con la cabeza" y vimos sus sencillos ataúdes.
La bóveda contiene cinco: los de Fernando e Isabel, el de Felipe y Juana la Loca y el de su hijo, el joven que se mató al caerse de su caballo.
Subimos para estudiar los bajo relieves de madera, que representan la rendición de Granada, que decoran los lados del altar, muy curiosos y admirablemente descritos en el Hand-book.
En la sacristía de la Capilla Real se conserva la espada, el cetro y la sencilla corona de oro de Fernando; tuvimos en nuestras manos todo esto. Vimos el misal de la reina, magníficamente iluminado; también algunos de sus bordados en hilo de oro, que ella realizó para esta capilla y oímos con vergüenza, y esperamos que no fuera verdad, que una dama inglesa, una maníaca de las reliquias, supongo, cortó un trozo a este bordado.
Hay un cuadro muy curioso, se le adjudica a Ferdinand Gallegos, el descendimiento de la cruz en una capilla lateral cercana.
No había mucha gente en la Catedral cuando entramos, pero era tarde; la última misa llevaba más de la mitad".
"Fue agradable ver que a pesar de haber poca gente, los hombres igualaban en número a las mujeres y daban el aspecto de la misma seriedad en sus devociones.
La mantilla es universal; no he visto gorras, a excepción de las nuestras y las de una dama inglesa que también es huésped del "León Dorado". Si exceptuamos la mantilla, los trajes de las mujeres son exactos a los nuestros. Una rosa roja, u otra flor, en el pelo es tan normal aquí como en Sevilla.
El atuendo de los hombres es más pintoresco, tanto si llevan la gran capa azul, echada con gracia sobre el hombro izquierdo y mostrando sus atractivas vueltas de terciopelo negro, escarlata o azul prusia, como la chaquetilla corta, bordada de plata, con sus mangas a tiras de diversos colores; o envueltos en una gran manta, tejida de muchos colores, o de un sólo color, con un alegre bordado en los filos. Me he fijado en muchos sombreros de forma cónica, así como otros de copa baja y plana, que son de uso universal en Sevilla.
Mr. --- tiene mucha razón cuando dice que la capa española no tiene tanta gracia cuando no está acompañada por el sombrero andaluz; el sombrero francés no le va.
En los puestos y en los mercados, se ven tantas mujeres como hombres, pero nunca verás a una mujer llevando una carga pesada, o guiando mulas o burros, o caminando mientras que el hombre va cabalgando, cosa que me solía molestar mucho en Portugal.
Aquí el orden de las cosas está adecuadamente invertido; pero creo que se ve más a menudo a la mujer subida a caballo detrás del hombre que cabalgando sola en su corcel y agarrándose al pañuelo bajo la cola del animal con esa forma tan cómica de ir segura a la grupa.
¡Las sillas de montar y las bridas son tan alegres! Incluso el arnés de la diligencia, en lugar de la desordenada soga trenzada, es muy vistoso, con la grupera carmesí, ribeteada de amarillo y bridas a juego y las colleras, también ribeteadas de amarillo brillante. A los españoles les gustan los colores alegres y, ¡qué bien armonizan con el brillante sol y el claro cielo azul!.
Entre los sonidos agradables y característicos de esta tierra encantada está el de las castañuelas. Se escucha salir constantemente de grupos de niños que juegan afuera en las calles".
"Entre los sonidos de las calles hay uno doloroso para los oídos ingleses -el del chirriar de las cadenas de los presos, que aquí, lo mismo que en Portugal, son los únicos que hacen las carreteras y los que las arreglan. Hay un grupo de ellos en este momento trabajando bajo nuestras ventanas. Las cadenas han sido mi despertador cada mañana a las cinco y media. Ni siquiera en las murallas de la Alhambra te escapas al deprimente sonido.
Estuve otra vez en ese encantador lugar.
Hoy me dirigí hacia allí a través de la Alameda (por favor, Sr. Ford),¡con sus pomposas avenidas, sus fuentes y flores, saltos de agua y ruiseñores! Y las torres de la Alhambra, a la izquierda, meditando tristemente sobre ella; y el río Genil, tan famoso por las canciones, cantándole a la derecha; y Sierra Nevada, como un espíritu completamente blanco, contemplándola desde su hogar en el firmamento azul.
Al llegar al puente por el cual se puede cruzar el Genil di la vuelta hacia la izquierda, pasando debajo de jardines en paratas que envían hacia abajo dulces perfumes desde sus tapias completamente engalanadas de flores, luego llegué a curiosas viviendas árabes y a pozos árabes, y, posteriormente, a las casas de los gitanos -casas excavadas en la roca viva con un agujero dejado en la parte de la fachada a modo de puerta. ¡Qué criaturas de aspecto más salvaje eran los niños que se veían agachados en cuclillas por esas aperturas! Pronto estuve a resguardo en la gran sombra verde del bosque que rodea la Alhambra.
Las vistas que se obtienen cuando se accede por este camino, a cada vuelta de la empinada subida, son gloriosas".
"Ahora siempre es necesario pedir permiso para entrar a la Alhambra.
Mi mulero (ya que hoy no tenía ningún otro sirviente) no sabía nada acerca de este asunto, e incluso ignoraba la zona en la que vivía el General.
Así pues, me vi obligada a subir la escalera y encontrar el camino como pude por este estrecho pasadizo, bajo y bastante oscuro hasta llegar a la puerta de la vivienda del General, y aquí dejar mi tarjeta a un ordenanza que estaba a su servicio y pedir permiso, en el mejor español que pude balbucear, para entrar en la Alhambra.
Un sirviente le cogió la tarjeta al ordenanza y salió el propio General a mirar, yo creo, por curiosidad, a la audaz dama inglesa que se había aventurado de ese modo a presentarse sola en su puerta.
Sin embargo, él fue muy cortés y en ese mismo instante me concedió lo que solicitaba y me apresuré escaleras abajo con el corazón más alegre que cuando las subí, ya que ahora no sentí ningún peligro, debido a que me acompañaba el fuerte deseo de vagar durante unas cuantas horas más dentro de estos muros que yo tanto había deseado ver durante toda mi vida, y que probablemente no volvería a ver otra vez.
En seguida me dirigí al Patio de los Leones.
Cuanto más se estudia este bello edificio, más exquisitamente maravilloso parece.
Su belleza me resultó incluso más impresionante en esta segunda visita que en la primera, aunque aquella tuvo lugar en un verdadero día de Alhambra, cosa que no ocurrió esta vez, ya que todo el tiempo que permanecí allí estuvo diluviando y un viento helado se metía por todos los rincones del edificio.
Cuatro horas pasadas sobre las alas del viento. Comencé a mirar el reloj, y me di cuenta que mi tiempo se había acabado, cuando me estaba haciendo la ilusión de que aún me quedaba la mitad.
En aquél momento la lluvia había cesado y cuando salí de esos patios de Aladino, la Vega tenía un aspecto más exuberantemente bello que nunca bajo los variados efectos de la luz producidos por un sol radiante, unas nubes oscuras y una tenue neblina ondulada".
"Volvió a llover fuertemente un poco después de las cinco, y continuó lloviendo; para desgracia de personas a punto de volver en diligencia a Málaga.
Paró, sin embargo, un poco antes de las once de la noche, cuando tomamos asiento en el cuerpo de la diligencia.
Nos traquetearon demasiado en el coupé cuando vinimos, por lo que se nos antojó intentar otra parte y sobre todo por que nos ahorramos un dólar cada uno con el cambio.
No tuvimos suerte la segunda vez, ya que volvimos a atravesar la Vega de noche; y aunque la luna estaba casi llena, su luz estaba bastante oscurecida por las nubes y el valle se encontraba casi perdido entre la neblina, por lo que no pudimos ver nada de lo que nos habíamos perdido antes.
Empezó a amanecer justo cuando llegamos a esa parte de la carretera donde el Genil, nuestro acompañante durante algún tiempo, corría a través de ricos campos verdes, o bajo riberas bordeadas de bellas arboledas, donde un ruiseñor desde cada árbol ofrecía su canción.
Nosotros escuchábamos estos pájaros cantar, con entusiasmo, en las avenidas de la Alameda, cuando íbamos saliendo de Granada; y la música siempre vino con nosotros hasta que llegamos a Arabia pétrea, ese grandioso pedregal, esa escarpada zona rocosa en la parte más alta del desfiladero.
Loja, donde desayunamos, está situada en un paraje encantador, y es en verdad el cerrojo y la llave de Granada. Está construida en el empeine de la montaña y desde su castillo se domina el gran desfiladero por un lado y toda la Vega, bordeada por la Sierra Nevada, por el otro.
Las nubes no nos dejaron que pudiéramos echar una mirada de adiós a las cumbres nevadas.
Aquí el Genil está cruzado por un pintoresco puente árabe.
Estas posadas españolas son lugares de aspecto poco acogedor. Por lo general, primero se entra en un gran patio porticado, que ocupa casi toda la planta baja del edificio y si no eres lo bastante listo como para cuidar de ti, corres bastante peligro de ser arrollado por alguna de las ocho o diez mulas que, al estar sin arneses, te persiguen a través de la gran puerta, para llegar a su lugar de costumbre en el extremo más profundo de este vestíbulo de entrada.
Ciertamente, estas entradas ofrecen magníficos modelos para el pintor, con sus fuertes contrastes de luces y sombras y sus pintorescos grupos o figuras sueltas salpicadas por allí".
"Bajo un arco hay una mula y un mulero, comiendo de la misma hogaza o descansando en la misma cama; bajo otro, una mesa basta cubierta por un mantel blanco, donde están desayunando el cochero y el postillón -sus alegres atuendos ofrecen un bonito contraste con el oscuro telón de fondo; mientras que perros y mendigos están implorando con idéntica seriedad los trozos que puede que sobren en la mesa.
Las mujeres están sentadas en el suelo de barro, exponiendo el contenido de sus cestas: frutas, pan, bizcochos y otros dulces y mercancías de buhoneros, hilos, baratijas y bisutería; y cada una de las vendedoras te persigue para que le compres.
En una esquina hay un corrillo de hombres, envueltos en sus largas capas, hablando con la mayor seriedad, como si el estado de bienestar de la nación dependiera de ellos.
En otra hay un grupo de muchachos y zagalas ociosos mirando con curiosidad; y puedes estar segura de que una o dos caras muy bonitas te llaman la atención, lo mismo que es probable que te invada la pena al ver un cigarrito en la boca de un chaval que aún no ha cumplido sus nueve primaveras. Los españoles son, si cabe, mayores esclavos de la pasión de fumar que los alemanes.
Tienes que abrirte camino a través de esta compañía multicolor, ya que no viene ningún anfitrión o anfitriona a guiarte.
Yo me encaminé a un pequeño agujero oscuro y sucio en la parte derecha, que dio la casualidad que era la cocina, y cortésmente fui invitada a aproximarme al fuego, pero pensé que era prudente quedarme completamente fuera ya que lo que yo más deseaba era desayunar, y me temí que el estar viendo los preparativos podría quitarme todo deseo de comer; por lo que les pedí que me mostraran el lugar para desayunar.
Fuimos conducidos a través del zaguán, por una escalera de piedra oscura, y a través de una habitación casi tan oscura (donde dos personas estaban tumbadas en el suelo, en camas improvisadas de aspecto mugriento), a una amplia habitación con tres ventanas".
"Aquí acababan de poner una mesa para los pasajeros. Después de haber abierto las ventanas y haberlas mantenido abiertas durante un rato, no podíamos quejarnos de este lugar.
Pedimos nuestro desayuno, y cuando pensamos que ya estaría en la puerta, el posadero entró con las manos vacías y por tercera vez nos preguntó qué es lo que tomaríamos.
Esto provocó que le respondiéramos de un modo un tanto impaciente y rápidamente trajo una taza de chocolate para cada uno, pan, tres o cuatro huevos cocidos, por lo que, a pesar de la lista de precios enmarcada y con un cristal, y colgada en una de las paredes de la habitación, el pícaro posadero nos cobró bastante más de dos chelines por cabeza.
El trayecto desde Loja a Málaga creo que es, si es posible, más bello incluso que cuando se hace en dirección opuesta.
Oh, ¡cuántas cosas habrías encontrado para admirar!”.