La iglesia de San Cristóbal está situada en el collado más alto de la población y desde su torre se descubre un magnífico paisaje que inexactamente han reproducido muchos artistas: la imaginación más rica no puede crear tanta belleza y atreverse a describirla es lo mismo que intentar medir la inmensidad de Dios con nuestro débil pensamiento.
El edificio es sólido, pero nada ofrece de notable su fábrica. Se concluyó en 1.502. En el altar mayor había un retablo de singular mérito que fue derribado por un cura ignorante. La estatua del titular que se descubre en un nicho abierto en el muro y un pedestal con los evangelistas, se sirve de adorno en una capilla del cuerpo de la iglesia, se salvaron por casualidad de aquella ruina y nos hacen sentir amargamente lo perdido. La estatua y los relieves parecen del Torrigiano !!!
Tradición
Cuéntase que a mediados del siglo XVI había en esta parroquia un sacristán de ingenio agudo, robusto en fuerzas y sobrado en alientos; lo mismo le cuadraba la sotana que el coleto de ante y llevaba el hisopo con tanta desenvoltura como la espada de ganchos; limpiaba a los santos y acariciaba a las moriscas, era humilde con los viejos y daba de cuchilladas a los bravos; conforme con su vida no se le importaba un bledo de las murmuraciones de todos.
Llegaba una función y su iglesia parecía un oratorio de monjas, se daba un rebato y su tizona brillaba la primera; querido de las hijas y murmurado de las madres, maldecido por los moriscos y acechado por sus mujeres, temido de los valientes y protector de los débiles, su fama se extendía por todo el Albaicín y aún llegaba a la "rondilla" y al "rincón de vagos".
Profesábale el Cura singular cariño por ser hijo de una su antigua criada y severamente le aconsejaba para que dejase su carrera de perdición; pero al fin acababa por arrinconar su gravedad oyendo sus chuscadas y bernandinas.
Cerca de la iglesia vivía una morisca de diez y seis años, huérfana y puesta bajo el amparo del párroco que la enseñaba los dogmas cristianos por mandato especial del Arzobispo, y siempre cuidó el buen eclesiástico de que no le acompañase su desenvuelto sacristán.
Sin embargo éste había olido la pista y ganándole por la mano se presentó con un fingido pretexto, se deslizó como una serpiente, engañó con socarrona hipocresía a la dueña y tomó posesión del nido de aquella inocente paloma.
Virgen a las primeras impresiones del amor, con sangre africana en sus venas y sola, sin apoyo en el mundo la pobre mora bien pronto no tuvo más pensamientos, ni más deseos que los del travieso monaguillo.
Éste se compadecía viéndola tan pura y tan amorosa y más de una vez quiso alejarse de sus umbrales; pero también la amaba y al fin se decidió a robarla con atrevido empeño.
Llegó una tormentosa noche de Octubre (y después de beber colmadamente para tomar valor) vistiendo los colores del soldado, con su daga y su broquel, entró por desusado sitio en la casa y a poco salió acompañado de la joven que llorando iba aunque siguiendo las pisadas de su amante.
Nada había previsto el galán, la hora era avanzada y no sabía donde ocultarse con la mora; siguió pues a la ventura los primeros callejones y después de mil vueltas y revueltas, de subir y de bajar, se encontraron los fugitivos en la plaza de la mezquita ó del Salvador.
Anchas gotas comenzaban a caer espesas como el grano en las espigas, silbaba el viento y tronaban las nubes. Gemía la joven y no podía caminar, el sacristán estaba conmovido profundamente.
Pasaron frente de la torre de la nueva iglesia y después de un relámpago que iluminó con rasgos infernales los altos collados del Aceituno y los cipreses de la "rauda" cercana, sonó tan desacompasado trueno que vibraron las campanas como heridas de un mazo de hierro.
El robador tembló y se acercó a la pared opuesta; pero al mismo tiempo salió de la pared misma una sombra que le llamó.
Un sudor frío batió su frente, el pelo se erizó en su cráneo.
La voz siguió llamándole y le agarraron de un brazo, diciendo:
¿ Dónde vas ?.
Entonces, conoció al Cura, se encendió de furor y gritó:
Dejadme…
No.
Dejadme señor, dejadme.
No.
Una puñalada en el corazón fue la respuesta de esta segunda negativa y levantando en sus membrudos brazos a la morisca que se había desmayado, echó a correr como un gamo herido.
Bajó la cuesta del Chapiz guiado por el rumor del torrente y llegó a la orilla del río que bramaba, crecidas sus ondas con la lluvia.
Allí había otras veces un puente de troncos, lo buscó, marchó resueltamente por él, más perdió tierra al segundo paso y sintió que su cabeza se narraba, que su cuerpo bajaba precipitado como una piedra despedida y oía que el ruido de las aguas se acercaba a cada momento.
Virgen María!.
Gritó la mora asiéndose del cuello de su raptor; y un ángel rasgando el viento la sostuvo con sus brazos y empezó a elevarse al cielo.
El sacristán estático con aquella aparición se asió de la orla brillante de la vestidura del celestial mancebo y se creyó salvo; pero una figura negra que arrojaba llamas por los ojos y azufrado fetor por la boca, le agarró de los cabellos y le empujó al abismo asentándole una hercúlea puñada en el pecho…
Despertó en ese momento el travieso enamorado y se halló en la puerta de su amada; la aurora salía por entre pabellones de grana y dos claveles cayeron a sus pies que era la muestra de amor que recibía de la mora cuando pasaba a abrir el templo.
Se levantó como asombrado y a pocos pasos se encontró al Cura, sano y salvo, que le reprendió por haber pasado fuera la noche.
Preparado el recado oyó la primera misa nuestro sacristán más devotamente que nunca, y después se confesó y después….. se entró fraile cartujo.
La mora que también supo el sueño se bautizó a poco con el nombre de María y fue monja en Santa Isabel.
Ambos amantes se entregaron a Dios y no pensaron más en el mundo; pero hasta hoy queda noticia de su historia y para excitar los miedos de una vieja, basta preguntarle por el "Sacristán del Albaicín".
Relato de José Giménez-Serrano (1.821 - 1.859, escritor, Doctor en Derecho y Secretario de la Comisión de Monumentos Históricos y Artísticos de la Provincia) que aparece en su obra "Manual del artista y del viajero en Granada" (1.846).