En el recuerdo colectivo de los españoles de más edad, sigue viva la imagen de Evita en su gira por la España de 1947, un país aislado frente al resto del mundo, con graves dificultades de abastecimiento, incluso hambre, necesitada de los alimentos más fundamentales como el trigo o el maíz. Y el papel de la Argentina de Perón, proveedora de alimentos a un país al borde de la hambruna. Evita, vino a traer “una luz de esperanza”, a España.
La cantante y actriz, Eva María Duarte, “Evita”, nació el miércoles, 7 de Mayo de 1919 en Los Toldos (Provincia de Buenos Aires - Argentina).
Con 24 años, conoció a Juan Domingo Perón (1895-1974), (viudo desde 1938 y 24 años mayor que ella), el 22 de enero de 1944 en un acto realizado en el porteño estadio “Luna Park”, por la Secretaría de Trabajo y Previsión, con el fin de condecorar a las actrices que más fondos habían recaudado en la colecta de solidaridad con las víctimas del terremoto del 15 de enero que asoló la ciudad de San Juan.
Desde su primer encuentro en aquel festival de beneficencia, compartieron su vida y Evita pasó a ser una figura clave del proyecto político de Perón.
Se casaron por lo civil en la ciudad bonaerense de Junín, el 22 de octubre de 1945, y el 10 de diciembre de ese año, hicieron bendecir su enlace en una iglesia de La Plata. Evita ya era doña Eva Duarte de Perón.
Tras el final de la Guerra Mundial las potencias vencedoras pasaron factura a la España franquista por su anterior relación con las potencias del Eje italo-alemán.
El hambre, la miseria y las enfermedades diezmaban a la población española, especialmente a las clases populares y los estigmatizados como “vencidos”.
En varios medios internacionales, corrió el rumor de que España podría estar preparando armamento nuclear con asistencia de refugiados nazis, y hasta se señalaron los Montes de Toledo o el Pirineo como lugares en los que se trabajaba en esos proyectos.
Se hablaba de España como “un peligro para la Paz Mundial”.
La ONU impidió el ingreso de España en la Organización y la Asamblea General instó a un boicot diplomático, que cumplieron casi todos los países, a excepción de Portugal, el Vaticano y Argentina.
Pero el boicot tuvo “matices”: desde la embajada británica en Madrid se había propuesto a su Gobierno que no secundara un duro boicot económico, por la crítica situación alimenticia del país desde 1945, y el riesgo de que el Régimen pudiera caer, dando paso a una caótica y violenta revolución.
En ese juego diplomático, sólo Argentina estaría dispuesta a vender cantidades masivas de alimentos a España y en unas buenas condiciones económicas.
En 1946 antes de la toma de posesión de Perón, el gobierno saliente concedió a España un crédito de 30 millones de pesos que no se hizo público por temor a las reacciones de otros países.
Por contra, con Juan Domingo Perón en la Presidencia, fue notoria la publicidad del acuerdo con España de un monto tan elevado para la época.
El Convenio Comercial y de Pagos había sido firmado el 30 de octubre de 1946 en Buenos Aires: La Argentina concedía a España un crédito rotativo anual de 350 millones de pesos por tres años, con opción a renovarlo por otros dos años. El interés sería de 2,75%. También le era otorgado a España un préstamo de 400 millones de pesos, a ser devuelto en 25 años, que debía ser utilizado para el pago a la Argentina de las importaciones realizadas por España entre 1942 y 1946, una deuda que alcanzaba 225,5 millones de pesos.
Se vendían en 1947 a España casi medio millón de toneladas de trigo y una cantidad algo menor en el año 1948, más 120.000 toneladas de maíz, carne, aceite comestible, legumbres y otros alimentos. Todo ello ligado a los excedentes de Argentina.
La contrapartida española ofrecía a Argentina aceitunas, textiles, y la construcción de barcos en astilleros españoles. Y lo más singular de todo, la concesión de zonas francas en puertos nacionales para que Argentina pudiera dar salida a sus productos en los mercados europeos; en concreto, se llegó a hablar de la cesión por 50 años de un puerto franco en Cádiz.
Era un acuerdo entre un país, entonces, poderoso, y un régimen europeo, aislado y en extremas dificultades, con un severo sistema de cartillas de racionamiento.
La visita a España de Evita, como Primera Dama y Embajadora de Argentina, era la culminación de una de las operaciones simbólicas más relevantes tanto para el franquismo de posguerra como para la imagen de Evita, que sin formar parte del gobierno de su marido, tenía un decisivo papel como estandarte representativo del movimiento y su imagen.
Comenzaba “La Gira del Arcoiris”.
Hacia las 16,23 horas del viernes, 6 de junio de 1947, desde el aeropuerto “Presidente Rivadavia”, en Seis de Septiembre, Departamento de Morón (provincia de Buenos Aires), emprendía el vuelo la aeronave de Iberia (un DC-8 de hélice) que llevaba a España a Evita, seguida por otro DC-4 de la Flota Aérea Mercante Argentina (FAMA), transportando equipaje y algunos viajeros de la comitiva.
La primera escala del vuelo fue en Natal (Brasil), donde Evita dio una breve conferencia de prensa y dirigió un saludo a las mujeres brasileñas.
Después continuaron viaje, cruzando el Océano Atlántico, para aterrizar, el sábado,7 de junio, a las 23:13 horas, en Villa Cisneros (Sahara Español), donde fue recibida por el Ministro español de Asuntos Exteriores, Alberto Martín-Artajo Álvarez (1905-1979), el Capitán General de las Islas Canarias, Francisco García Escámez (1893-1951) y el Secretario del Jefe del Estado, su primo, Francisco Franco Salgado-Araujo (1890-1975).
Escoltada por los soldados moros del Ejército español y entre las aclamaciones de numerosos saharauis ataviados con sus trajes típicos, Evita asiste a una recepción en el Casino militar de oficiales de Villa Cisneros, antes de retirarse a descansar.
A la mañana siguiente, el domingo, 8 de junio, la comitiva, acompañada por el entonces ministro español de Asuntos Exteriores, partió hacia las Canarias, donde arribó al aeropuerto de Gando a las 10 de la mañana: tras recorrer Las Palmas y recibir muestras de la simpatía popular, Evita fue recibida a las puertas de la catedral, por el obispo Antonio Pildain y Zapiain (1890-1973) y el cabildo catedral, donde oyó la misa que fue oficiada por el chantre Juan Espino Juárez.
Al atardecer, reemprendieron el vuelo, para aterrizar en el aeropuerto de Madrid-Barajas, a las 20 horas y 37 minutos. Donde el Jefe del Estado, Francisco Franco, acompañado de su esposa e hija, y los miembros de su Gabinete al completo, le dieron la bienvenida.
Unas trescientas mil personas, abarrotaban las instalaciones del aeropuerto, totalmente engalanado, para recibir a Evita. Mil adolescentes de la Sección Femenina de la Falange, ataviadas con trajes regionales, ejecutaron danzas típicas.
Evita representó su papel a la perfección: el símbolo.
En sus intervenciones y discursos en España hablaba de la mujer, de los trabajadores, de los lazos entre dos países hermanos... Pero se cuidó mucho de hacer expresas declaraciones de apoyo al Régimen.
El Gobierno Español sí supo utilizar muy bien ese valor simbólico: Evita venía a corroborar el apoyo de Argentina a una España “incomprendida por el resto del mundo”.
Evita traía un nutrido séquito de 33 personas, que incluía ministros y subsecretarios. Para trasladar a tanta gente por España, Iberia puso cuatro aviones a su disposición.
La primera escala de su ruta andaluza fue Granada, donde llegó en la tarde del domingo 15 de junio, el último día de la Feria del Corpus.
Mensaje enviado por radio por Evita al Alcalde de Granada: “Volando ya sobre la hermosa tierra granadina envío a su pueblo en su persona un cordial anticipo de amistad”.
La semana larga que llevaba ya Eva de recepciones oficiales, visitas y discursos y el cansancio y el hartazgo hacia aquella “España oficial encorsetada” hacían ya mella en su actitud. La consecuencia era... que las jornadas oficiales comenzaban a mediodía y se prolongaban hasta la madrugada.
Tras hora y media de espera, a las 7 de la tarde, aterrizó el avión en el aeródromo de Armilla.
Pero la espera valió la pena… cuando la vieron descender del avión, en la plena belleza de sus 28 años, vistiendo un “sencillo traje color de rosa con lunares blancos, de media manga y recogiendo sus rubios cabellos en un elegante sombrero de paja adornado con flores blancas”. Para completar el atuendo “calzaba zapatos blancos y portaba bajo el brazo un bolso blanco de plexiglás”.
Fue recibida por las máximas autoridades en el aeródromo de Armilla, salvo el alcalde de Granada, Antonio Gallego Burín, que estaba enfermo, y fue sustituido por José Méndez Rodríguez-Acosta, Primer Teniente de Alcalde.
Durante las 24 horas que permaneció en la ciudad: Los vecinos engalanaron los balcones y se echaron a la calle para aclamar, entre vítores y aplausos, a la “emperatriz de Argentina”. “¡Franco, Perón, Franco, Perón!”, fue el grito unánime de los granadinos apostados en las aceras desgañitándose al paso de Evita durante sus 24 “maratonianas” horas pasadas en Granada.
El despliegue que el Ejército hizo en Granada, para atender a tan distinguida visita, fue complicado:
En el aeropuerto de Armilla: compañía de Aviación con escuadra, estandarte y banda de música.
En el paseo de San Sebastián: sección de Artillería de montaña para dar las salvas de 21 cañonazos.
En la iglesia de la Virgen de las Angustias: una compañía del regimiento de Infantería de Córdoba Nº 10 con escuadra, bandera y banda de música.
En la entrada del camino nuevo del Cementerio: una sección de Artillería para dar las salvas de 21 cañonazos a la llegada al Hotel.
En la puerta del Hotel Alhambra Palace: una batería del regimiento de Artillería Nº 16 con escuadra, estandarte y banda de música.
En la Capilla Real: el mismo regimiento de Infantería de Córdoba Nº 10 con escuadra, bandera y banda de música.
Y todo ello dos veces: a la llegada y a la salida de Granada. Los soldados de la guarnición de Granada tuvieron duro trabajo...
Evita visitó la basílica de la Virgen donde saludó al párroco Fernández Arcoya, la nombraron camarera de honor y la señora de Olmedo le regaló una medalla.
El traslado al Hotel fue un baño de multitudes. Desde el coche de caballos del señor Martínez Cañavate, y con una nutrida escolta de caballistas, una Evita exultante no paraba de agitar su mano derecha, la misma mano que recibió en la puerta del “Alhambra Palace” un ramo de flores entregado por una de las niñas acogidas al Hogar José Antonio de Auxilio Social. Dicen que Evita, conmovida, besó a la pequeña y le dio los primeros veinte duros de los muchos que repartió a cuantos niños se le acercaban.
Las habitaciones del Hotel “Alhambra Palace” se habían decorado con obras de arte típicas granadinas cedidas por instituciones y familias de la ciudad.
Cenó en el salón de plenos del Ayuntamiento, convertido en comedor de gala, donde fue espléndidamente servida por el catering del “Hotel Victoria” y con miles de personas gritando en la plaza del Carmen. Desde el balcón saludó con un espectacular abrigo de visón.
El Ayuntamiento le hizo un regalo especial: un cuadro del pintor granadino, Gabriel Morcillo Raya (1887-1973).
Después de la cena todo el mundo se trasladó a la Alhambra, donde el pianista Leopoldo Querol Roso (1899-1985), gran figura de la época, amenizó la visita nocturna y romántica, para terminar en los jardines del Partal, donde una orquesta interpretó música de Falla y Lola Medina, prima de María “La Canastera”, actuó con su zambra gitana.
Hasta las tres de la mañana duró la fiesta con Evita sin parar de estrechar manos y sonreír.
Más cómodo parecía sentirse su hermano Juancito (Juan Ramón Duarte, 1914-1953), 5 años mayor que ella, miembro de la comitiva oficial, que protagonizó algunos escándalos durante el viaje. Uno de ellos, durante la fiesta gitana que la ciudad de Granada les ofreció en el Sacromonte, en la hizo alarde de su fama de vividor y mujeriego.
El lunes 16, fue declarado “día festivo no recuperable” para que todos pudieran ver y aplaudir a esa especie de “hada madrina” que nos llegaba desde tierras tan lejanas y queridas.
Con tanto trasnoche, Evita estaba cansada y aprovechó su suite alhambreña hasta las dos menos cuarto de la tarde.
Luego hubo que correr... porque el programa incluía las visitas al Generalife, a la Catedral y la Capilla Real… recorrió en coche de caballos la distancia hasta la Catedral, a la que entró bajo un palio, para asistir a un “Te Deum”..
La preocupación social-populista del régimen peronista exigía que, en todas las ciudades españolas visitadas, Evita se reuniera con obreros locales. Y para encontrar una fábrica medio grande en Granada hubo que llevarla a la lejana barriada de El Fargue.
Dicen las crónicas que “pese al calor reinante en todo el trayecto por la Gran Vía hasta el Fargue, había una fila de personas aplaudiendo”. Vestía Evita “un traje estampado con flores en celeste, se tocaba con un sencillo sombrero de paja negra y llevaba una cartera de piel negra y guantes de encaje blancos”.
En El Fargue esperaba el pueblo entero, que había sido adornado con dos arcos triunfales. Evita visitó una de las recién terminadas casas del grupo Nuestra Señora del Pilar, comió “como los pavos”... y luego, desde una balaustrada, saludó al millar de obreros allí congregados.
Fue la única vez que habló públicamente en Granada y apenas pudo decir que estaba muy contenta, porque las interrupciones de aplausos y piropos fueron constantes “¡Viva la rubia más guapa de Argentina!”, dicen que le dijeron. ¡Viva Argentina! ¡Viva España! ¡Los obreros de Franco saludan a la esposa de Perón!, rezaban los carteles que portaban.
El coronel Ernesto Llamas del Toro, director de la Fábrica de Pólvoras de El Fargue: “Señora, por el bien al que habéis dedicado vuestra vida, por la verdad de vuestros hermosos sentimientos y por vuestra belleza moral que iguala a vuestra belleza física sois el alabado conjunto armonioso que hace exclamar ¡Eva Duarte de Perón, tú eres la paz!”.
Los obreros de El Fargue le regalaron un gran plato de cuero repujado, de 60 cm. de diámetro, con los escudos de España y Argentina, y el delegado de Sindicatos, en nombre de los demás obreros de Granada, una mantilla blanca dentro de una artística arqueta de taracea.
Desde El Fargue bajó de nuevo al Hotel... hubo que suprimir la anunciada merienda en el parador de San Francisco, y salió con los mismos honores de himnos, saludos y banderas hasta el aeropuerto de Armilla, donde el comandante Elizalde esperaba impaciente, con los motores en marcha, porque había que volar a Sevilla y aterrizar con luz diurna.
Evita partió hacia el aeródromo de Tablada de Sevilla en el DC3 de Iberia habilitado especialmente para ella. A las siete de la tarde, Granada volvió a la tranquilidad…
Así acabaron las intensísimas 24 horas de Evita en Granada. Y la verdad es que dejó a todos encantados con su simpatía y belleza.