Al oír la palabra “Fajalauza”, me viene a la mente una imagen, entrañable y a la vez ancestral, que he visto y he vivido, desde niño, la de unos sencillos cacharros de barro: recios (y a la vez frágiles), vistosos, llamativos, útiles y utilitarios, bellos…
Fruto de un continuo e incansable trabajo, de la curiosidad y del “prueba y error”, de la sabiduría y experiencia... acumuladas durante cientos de años… durante decenas de generaciones de habilidosos artesanos del barro.
Artesanos, que con sus manos, de una materia tan humilde y común como la tierra y el agua, han creado un arte popular que se ha convertido en seña de identidad de “lo granadino”.
El escritor y periodista, Eduardo Molina Fajardo (1.914 - 1.979), en su obra “De cántaros y aguas granadinas” (1.974) nos da, su particular visión, de las cerámicas de Fajalauza:
“Da gusto contemplar esos cántaros, esas botijas, esas alcarrazas granadinas, que llegaron a nuestras manos no sólo como objeto utilitario, sino como un mensaje sensible que nos sitúa en el corazón de esta tierra. Hay un pájaro que salta o que canta, que picotea en la rama. Hay una granada entreabierta, en pleno dulzor y entrega. Hay unas rosas y un entretejido de hojas azules sobre un fondo claro, lechoso, de luz indefinida. Todo ello nos habla de tradición, de insondables capas de cultura que sedimentaron gustos y regustos, sensibilidades. Cerámicas viejas de Fajalauza, de aquellos alfares heredados en el Collado de los Almendros en la punta del Albaicín que mira hacia esa Cartuja en donde recientemente encontraron los más antiguos hornos alfareros romanos de la región. Cerámica con aves que nunca se repiten, pues no están prisioneras de los pinceles, y vuelan o se posan en actitudes diferentes o pícaras en esa floresta azul de ensoñado carmencillo diminuto “.
El Catedrático de Historia del Arte de la Universidad de Burgos, Alberto Cayetano Ibáñez Pérez (1.935- 2.009), nos dice sobre los artífices de esta tradicional cerámica granadina:
“Esta es la historia de una actividad, casi o del todo coral. De un quehacer sin genios, a cargo de actores casi desconocidos, acaso anónimos, incluso ya en el límite en el que la desmemoria inicia el camino del olvido… actores que crearon objetos que nacieron para ser, ante todo, útiles y que han llegado a ser inútiles, quedando sólo su belleza, la que los hace merecedores de tener un sitio en un museo, aunque es cierto que no se si tal cosa es un premio o un castigo”.
Nunca sabremos, con certeza, cuando (en los albores de nuestra especie) comenzó a crearse la necesidad… que agudizó el interés y el ingenio humano… y dió un incipiente y milenario fruto: el primer cacharro de barro.
“Arcilla soy, crema de la tierra en millones de años, decantada; confiéreme plasticidad el agua, don que más atesoro; me transforman talentosos afanes de alfarero; ágiles pinceles me visten con óxidos y engobes multicolores; sol y viento me endurecen dándome solidez corpórea, mezcla de fundentes y refractarios. Entró al corazón del horno donde el fuego, sagrado flogisto de mi ensueño, fijará mis átomos cristalizándolos para siempre”.
“De la Tierra y la Creación” (2.003), de “KUTIRY”, Julio Antonio Gutiérrez Samanez (1.955).
Posiblemente ese fue uno de los primeros oficios de la sociedad humana… duda que nos aclara, Pedro Jiménez de Castro López (1.886 - 1.938), en su poema “La Cerámica” (1.921):
“Oficio noble y bizarro, es de todos el primero, pues en el arte del barro, fue Dios el primer alfarero y el hombre el primer cacharro”.
Desde finales del siglo XV, la mayoría de los alfares granadinos se asentaron “extramuros”, en el entorno de la Puerta de Fajalauza (del árabe “bab Fayy al-Lawsa”, collado de los almendros).
La Puerta de Fajalauza era uno de los seis accesos que tuvo la tercera muralla del Albaicín. Levantada a mediados del siglo XIV por el hayib Ridwan, ministro de Yusuf I, para la defensa del primitivo “Arrabal de los Halconeros” o del Albaicín ("Rabad al-Bayyazin"). A través de esta Puerta se accedía a la parte más elevada del Albaicín nazarí, comunicando en época cristiana dicho arrabal, con el de los Alfareros, situado entre esta Puerta y el Convento de San Antonio y San Diego (actualmente desaparecido).
Fue por este lugar donde, en 1.486, entró secretamente el rey Boabdil, último rey nazarí, al barrio del Albaicín, para arrebatar el trono a su tío (Muhammad XIII, “el Zagal”).
Hoy en día, la Puerta de Fajalauza es una gran torre almenada con planta de cuadrilátero irregular. Tiene un pasadizo (de 9’75 metros de longitud y 3 metros de anchura), cubierto con bóveda de ladrillo apeinada (aunque a simple vista ofrece el aspecto de bóveda apuntada), que se apoya en dos grandes bloques de argamasa de cal que lo flanquean. En el costado del pasadizo orientado a Levante, existe un arco de ladrillo de medio punto, hoy cegado, que permite acceder a la azotea ubicada sobre el pasadizo y comunicar la puerta con el lienzo de cerca que viene desde San Miguel Alto. El acceso actual a la torre y terraza se hace por el lado opuesto, a través de una casa particular.
La loza granadina surge tras la conquista de la ciudad por los Reyes Católicos. La importancia de esta cerámica radica en que da continuidad a la tradición nazarí, a través de los artesanos moriscos (llamados “olleros” en las Ordenanzas Municipales de Granada), pero se abandonó el “lujo” de las formas y la decoración y se dió paso a un diseño más popular y doméstico, muy marcado por la estética nazarí.
En los talleres granadinos se usaba el torno excavado en el suelo y el horno árabe (heredados de la época nazarí), y se producía cerámica vidriada (con una sola cocción en el horno).
Los olleros granadinos utilizaron los conocimientos heredados para crear, tanto piezas cerámicas que mantenían las formas islámicas, como otras nuevas al uso de las costumbres castellanas: una cerámica muy característica y fácil de reconocer que destacaba por su vidriado, en azul cobalto y blanco, y en verde cobre y blanco. El azul de cobalto era extraído de las minas de Cerro Minado y de Don Jacobo, en Almería (en función de su mayor o menor pureza se obtenía un tono azulado más intenso o más grisáceo).
Su decoración se caracterizaba por el uso de formas vegetales, con flores y frutos (como las granadas); figuras animales, como los pájaros; o motivos heráldicos (entre los que destacan las águilas bicéfalas). También son habituales las inscripciones epigráficas y los motivos geométricos (para marcar bordes o crear cenefas).
A partir del siglo XVII, las formas evolucionan, sobre todo a raíz de la expulsión de los moriscos: la decoración se simplifica.
El agua la tomaban de una derivación de la acequia Aynadamar: el ramal que bajaba hacia la Iglesia de San Ildefonso desviado en el pago de Manflor. Los cacharreros compraron un cuartillo de riego (lo que es igual a un tubo de 7 centímetros de diámetro), entre el toque de oración (21 horas) hasta ánimas (24). La arcilla la obtenían de la Fuente del Moro, junto al Camino Viejo de El Fargue, y la mezclaban (en una proporción secreta) con otra tierra más fuerte de la zona del río Beiro. Aquella mezcolanza de tierras era removida con azadas en grandes pilas; la operación se hacía en los primeros días de mayo y ya había materia prima para el resto del año.
“La belleza viene del corazón y se derrama por los dedos del alfarero”, Bernard Leach (1.887 - 1.979), ceramista inglés.
Durante el siglo XVIII, los diseños se hacen más complejos y ya en el siglo XIX, aparece el “repintado”: una decoración muy recargada (realizada con trazos finos que invaden toda la superficie cerámica).
La primera vez que aparece escrita la expresión “loza de Fajalauza” fue en el periódico “La Alhambra” (número IV, 31 de enero del año 1.841, Romance de Juan Bautista Salazar).
El baño de fondo siempre fue blanco de estaño, sobre el que empezaron a adornar con óxido de cobalto (conocido en el argot como “azul piedra”). El verde dominó las producciones más populares y de uso cotidiano (debido a su menor coste). Después empezaron a aparecer diversas variantes del azul (el azul manganeso, verdoso azul, verde puro, melado…). Y también la variante marrón (obtenido con óxido de manganeso). A mediados del siglo XIX se comenzó a emplear el “azul cobalto” (más brillante e intenso: traído desde Inglaterra).
Hasta el siglo XX la producción cerámica se hizo en talleres artesanales de carácter familiar, organizados en gremios. Todo el proceso se hacía en el taller: extracción y preparación de la arcilla, el torneado de las piezas, secado, decoración o vidriado, cocido y venta.
“La cerámica, entre todas las artes, es la que mejor reúne tierra y espíritu, en una unidad indestructible”. "La alfarería es al mismo tiempo la más simple y la más difícil de todas las artes. Es la más simple porque es la más elemental; es la más difícil porque es la más abstracta". Herbert Read (1.893 - 1.968).
La primera persona que habló sobre la “Loza de Fajalauza” (refiriéndose a un estilo y no a un lugar físico) fue el Catedrático de la Escuela de Bellas Artes de Granada, Manuel Gómez-Moreno González (Granada 1834-1918). Lo hizo en una conferencia en el Ateneo de Madrid, en marzo de 1917. La elevó a categoría de Arte.
Francisco Villaespesa (1.887 - 1.936), escritor de la Alpujarra Almeriense (de Laujar de Andarax) muy vinculado a Granada, nos dejó en su libro “Sol de invierno” (1.922), este bonito poema:
Gran parte de la cerámica que comercializaban los minoristas (especialmente en zonas rurales) llegaba a manos del público a través del tradicional método del trueque. Ejemplo: hasta la década de 1.950, los vendedores ambulantes recorrían los diseminados cortijillos de la Axarquía malagueña cambiando los cacharros por la principal riqueza de la zona: la uva pasa. El precio de cada cacharro equivalía a la cantidad de pasas que cabían en su interior, llenado al ras.
Ya mediado el siglo XX, cambia la forma de vida:
se introducen otros materiales más baratos y novedosos en el ajuar doméstico (como el plástico, el metal y el vidrio).
se produce el auge del turismo.
Las formas cerámicas y el tipo de producción se transforman: las formas antiguas (como la bombona, la jarra alcarraza o el plato semillano) se mantienen como objetos de colección y surgen otras (adaptadas a nuevos usos como ceniceros, estropajeros, juegos de café, maceteros, etc.).
El Museo de la Alhambra tiene una colección de piezas tradicionales de esta cerámica típicamente granadina, que, aunque popular y de humildes orígenes, es seña de identidad de la ciudad.
Para una información más detallada y exhaustiva sobre la “CERÁMICA DE FAJALAUZA”, recomiendo la lectura del libro (del mismo título) de José Luís Garzón Cardenete (Ediciones Albaida, 2.004).
Este arte tradicional, fruto de las entrañas de la cultura de nuestra tierra, con más de cinco siglos de historia, debe hacer frente, hoy en día, ya en el siglo XXI, a la sinrazón de la inmediatez de la modernidad, la “aculturación” de la globalización mundial y a la apatía y falta de empatía de nuestros políticos.
¿ Conseguirá nuestra Cultura sortear esos gigantescos y descomunales retos ?...
“A orillas de otro mar, otro alfarero se retira en sus años tardíos.
Se le nublan los ojos, las manos le tiemblan, ha llegado la hora del adiós. Entonces ocurre la ceremonia de la iniciación: el alfarero viejo ofrece al alfarero joven su pieza mejor. Así manda la tradición, entre los indios del noroeste de América: el artista que se va entrega su obra maestra al artista que se inicia.
Y el alfarero joven no guarda esa vasija perfecta para contemplarla y admirarla, sino que la estrella contra el suelo, la rompe en mil pedacitos, recoge los pedacitos y los incorpora a su arcilla”.
“Las Palabras Andantes: Ventana sobre la memoria - I”, de Eduardo Galeano (1.940 - 2.015).