Yo, en Marzo de 1.969, era un niño… Y vivía, en mi pueblo natal, Salobreña; con mis padres (Pepe y Magdalena) y mis hermanos menores: María Lourdes, José Alberto, Juan Carlos y Rosario María (Pablo Manuel nacería el día de San Silvestre de ese mismo año). Éramos una “Familia Numerosa” y nuestra casa estaba extramuros del antiguo casco urbano, en La Cañada, una zona árida y pedregosa, situada en la parte media/baja de la ladera del promontorio rocoso en el que se asienta, desde hace miles de años, el casco urbano de mi pueblo.
La Cañada estaba orientada hacia el Levante y tenía unas vistas privilegiadas: en primer plano, se veía gran parte de la Vega, primorosamente labrada, de huertos y plantaciones de caña de azúcar. Tras los recién construidos muros de contención/canalización de las aguas del río Guadalfeo (lugar de evacuación natural de las nieves de la cara Sur de Sierra Nevada), al otro lado del río, se encontraban los pagos salobreñeros de La Cagaílla y Río Seco (antiguo cauce del río Guadalfeo, que hace de límite municipal entre Salobreña y Motril). Después, la Vega de Motril y su puerto. Y, como telón de fondo, las estribaciones de la Sierra de Lújar, que descienden, con sensación de vértigo, como con prisa, hasta el mar. Estribaciones coronadas por los vigilantes radares militares de El Conjuro y adornadas, ya junto al mar, por las blancas casas de la barriada motrileña de (*) Torrenueva y el destellante haz de luz del Faro del Peñón de Sacratif.
Nuestra calle, estaba comenzando a formarse (el Ayuntamiento cedía “gratuitamente” el solar a cualquier vecino que lo solicitara, para construir su casa e irse a vivir allí) y se encontraba entre el recién construido barrio sindical de El Rosario y las casas “parroquiales” de Juan XXIII.
Mi vida, era la de un niño, normal y corriente, en una España, que poco a poco, quería dejar atrás, una sangrante, desastrosa y fratricida Guerra Civil y 30 penosos y largos años de postguerra…
Yo había acabado ya la Enseñanza Primaria en las escuelas públicas de La Cochera (con la señorita Isabel y después con don Evaristo) e iba, cada día, en un largo paseo, hasta La Pontanilla, donde cogía el autobús que me llevaba hasta Motril, a 6 kilómetros de distancia, donde estaba estudiando Bachillerato en el Colegio de “Los Frailes”: “San Agustín”.
Yo no conocí las “Cartillas de Racionamiento” y en la tienda del barrio (la de Andrés Vidoy) se podía comprar casi de todo. Se vivía “bien”, en comparación con lo “muy mal” que, según mis padres, se había vivido hasta pocos años antes…
Mis padres, cuando pudieron, compraron uno de los primeros televisores que se pusieron a la venta: era americano, de la marca “Philco”, y por las tardes, gran parte de la chiquillería del barrio, nos sentábamos en el suelo, frente al aparato, con nuestro cacho de pan para merendar (con aceite y sal o azúcar, ó con una onza de chocolate) y mirar... “con la boca abierta”... todas las cosas maravillosas que veíamos/oíamos a través de aquel “aparato mágico”... en “blanco y negro”, claro...
El día del Festival de Eurovisión, pese a que era muy tarde (comenzaba a las 10 de la noche), mis padres me dejaron verlo en la tele junto a ellos (era sábado y Semana Santa, y fue un “respiro” tras muchos días en que Televisión Española, aparcaba temporalmente su programación habitual y, nos ofrecía las imágenes de desfiles procesionales, música clásica y películas religiosas y “de romanos”...) y ví, a distancia, pero en vivo y en directo, ganar el Festival a Salomé.
(*) Nota: desde el 2 de Octubre de 2.018, municipio de Torrenueva Costa.