El Carmen de las Tres Estrellas es el escenario de románticos cuentos y leyendas. Una de ellas, se contó en el año 1.935 en las “Antiguallas granadinas”, una curiosa sección que recordaba historias antiguas de la ciudad, e iba acompañada por una plumilla de Antonio Garrido del Castillo (1.892-1.958).
El cuento está firmado con el seudónimo de “Asclepios” por el prestigioso médico granadino Fidel Fernández Martínez (1.890 - 1.942), también escritor, historiador y un enamorado de la Sierra… Fue además Conservador de la Alhambra (consiguió dejar exenta de construcciones la Torre de los Siete Suelos, creó el Parque de Invierno y dotó el Llano de la Perdiz con sus paseos, pistas y el reloj de sol), también se le debe el reconocimiento a la figura del Cabo de Inválidos José García (que evitó la voladura de la Alcazaba por los franceses), con un homenaje y la placa que está junto a la Puerta del Vino, y como Director Provincial de Bellas Artes se le debe la restauración de las Cruces del Albayzín y la creación del Museo de Bellas Artes en el Palacio de Carlos V. Miembro continuador de la “Sociedad Diez Amigos Limit” (como su padre, el Catedrático y Decano de Medicina Gregorio Fidel Fernández Osuna, 1.853 - 1.933), presidió la “Sociedad Sierra Nevada”, organizó el primer campeonato de esquí y fue uno de los grandes divulgadores de nuestra Sierra.
Fidel Fernández Martínez (1.890 - 1.942)
LA CASA DE LAS TRES ESTRELLAS
En tiempos antiguos vivía en el Albayzín un príncipe moro, cuyo palacio ocultábase entre jardines llenos de frutas y de flores, con arboledas aromáticas y estanques en los que nadaban los peces más bellos del mundo.
Por un lado, daban vistas las celosías de la vivienda a la famosa Vega de Granada, notable por su alegre, rica y variada vegetación; y por el otro, a las cumbres de Sierra Nevada, eternamente envueltas en un sudario de hielo.
En esta morada deliciosa, trasunto de los encantos del Edén, crecieron las tres hijas del magnate, servidas por esclavas, que adivinaban sus deseos.
La mayor, puesta desde el nacimiento bajo los auspicios del Hada de las Aguas, gustaba de zambullirse y de nadar en los estanques, y de contemplar su propia imagen en el terso espejo de la alberca.
La segunda, a quien la Diosa de los Vientos había servido de madrina, era arrebatada y nerviosa, con el genio intrépido y el espíritu emprendedor y decidido.
La tercera, dulce, tímida y sensible, cuidaba de los pajarillos y las flores, con arreglo al soplo que le infundiera su protectora, la Maga de las Mariposas.
Las tres recibieron de sus bienhechoras idéntico regalo: una sortija de oro, con bella estrella de diamantes.
En las tres leyeron los astrólogos un horóscopo igual: se casarán con un gran rey que se dará a conocer por un anillo como el que les han entregado en el momento de nacer.
Una noche, que por haber marchado su padre a un rebato en la frontera, quedaron sin vigilancia las princesas, discurrieron pasearse bajo las frondas del jardín, y como al arrullo de los ruiseñores quedáronse dormidas, soñaron que tres jóvenes guapísimos, radiantes de juventud y de belleza, con ricas vestiduras y porte señorial, entraban silenciosamente en la glorieta y puestos de hinojos cantábanles amores en melodiosa conversación.
El idilio se prolongó toda la noche, hasta que la luz primera del día puso en movimiento a la servidumbre del palacio, a cuyo ruido se despertaron las doncellas, viendo con sorpresa que en el anular de cada mano lucía, en vez de la estrella de diamantes, otra de vivisimos colores, formada por piedras de la más rara fantasía.
Días después, detúvose a la entrada del jardín vistosa caravana de palaciegos lujosisimos, cargados de ofrendas y regalos. Con ellos venía el embajador de un rey muy poderoso, a pedir para sus hijos, que habían de heredar cada uno un reino, la mano de las tres bellísimas princesas, entregando, como gaje de la solemne petición, los anillos con diamantíferas estrellas que tan misteriosamente fueron sustituidas por otros de colores la noche del ensueño.
Con la boda, en aquel momento concertada, ciñeron corona real las tres líndas habitantes del palacio, y aunque fueles preciso partir para tomar posesión de sus Estados, no quisieron desprenderse de sus jardines que recordábanles su idilio, y en cuya entrada mandaron grabar las tres simbólicas estrellas que eran emblema de su felicidad.
He aquí por qué -si no es falsa la leyenda que os acabo de contar- se ve todavía sobre un ruinoso portalón del Albayzín, la lápida de mármol con una trinca de luceros, que da nombre, tradición y fama a la "Casa de las Tres Estrellas".
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