José Antonio Pardines Arcay, nació en Malpica de Bergantiños (La Coruña) el 1 de junio de 1943. Hijo de José Pardines Blanco (subteniente de la Guardia Civil retirado / fallecido a los 91 años, el 01-10-2017) y de Estrella Arcay Chouciño (fallecida 10-09-1958).
Su madre falleció cuando José Antonio tenía 15 años y junto a sus tres hermanos, se crió con la ayuda de una tía.
Su hermano Manuel, que llegó a ser alcalde en el municipio, lo explicaba en pocas palabras en 2008: "Éramos tres hermanos, no había dinero para que estudiásemos todos. Como mi madre había muerto, estaba una tía con nosotros. Y nuestra tía tenía un hijo, José Manuel. Éramos cuatro chavales, José Antonio era el mayor, tenía que empezar a trabajar si quería que sus hermanos estudiasen. En aquellos tiempos no había demasiadas cosas. Y después él, como estudiante, no era muy bueno".
El Cuerpo de la Guardia Civil le llegaba a José Antonio, por tradición familiar. Él sería la Tercera Generación de su familia en el Cuerpo, tras su abuelo Domingo y su padre José.
José Antonio estuvo a punto de no dar la talla para acceder a la Guardia Civil. Su 1,66 rozaba el límite. Un centímetro que le habría salvado la vida.
Cuando empezó a ganar dinero, contribuyó a la economía familiar para que sus dos hermanos menores pudiesen estudiar.
Con 19 años su destino quedaba encauzado. Formación en la Academia de la Guardia Civil en Barcelona, primer destino en Asturias y más tarde, desde enero de 1966, en San Sebastián.
Su padre, tres décadas más tarde, lo recordaba así: "Su primer destino fue en Asturias y estaba bien. Podía haberse quedado allí, pero le vino el empeño de ingresar en Tráfico. Por la moto nada más. Le encantaban… Igual que el fútbol… Y después ya en San Sebastián conoció a una chica, Emilia, y tenían pensado casarse…".
Aquel joven agente venido de Galicia se asentó pronto en su último destino como miembro de la Unidad de Tráfico en Guipúzcoa. José Antonio comenzó a sentirse útil en su nueva vida, incluso ilusionado con la relación que poco después iniciaría con una joven salmantina asentada en Usurbil, de nombre Emilia.
El temor aún no estaba instalado en Euskadi. Ir destinado al País Vasco entonces no suponía un riesgo elevado, más allá de la inquietud por una ETA relacionada con un grupo revolucionario que protagonizaba sabotajes, robos y pequeños ataques contra los símbolos del Estado pero que no tenían el asesinato entre sus prácticas. Aún no. En esos años de mediados de los 60 en los que José Antonio Pardines llegó a Euskadi, los encontronazos de los miembros “revolucionarios” de ETA con la Guardia Civil se resolvían a puñetazos o a pedradas. No tardarían en cruzar la línea hacia las armas.
José Antonio llevaba cinco años, un mes y trece días en el Cuerpo, cuando el 7 de junio de 1968, fue asesinado. Tenía 25 años, recién cumplidos.
Su asesinato en el corazón de Guipuzcoa, sobre el frío asfalto de una carretera de Aduna, acababa de estrenar, sin que nadie por entonces lo pudiera imaginar, la negra lista de 3.500 atentados de ETA con 845 víctimas mortales, 2.533 heridos, 15.649 amenazados y un número desconocido de exiliados forzosos, extorsionados y damnificados económicamente.
José Antonio fue enterrado en el cementerio de su pueblo, acompañando en el nicho a su madre. Y en su pueblo se le dio su nombre a una calle.
Dice Gaizka Fernández Soldevilla (Baracaldo, 1981), co-autor del libro "Pardines. Cuando E.T.A. empezó a matar" : El caso de Pardines es sólo el primero de una larga historia de olvidos. Tras él, E.T.A. asesinó a otros 214 guardias civiles, 151 policías nacionales y cientos de militares. “Durante muchos años fueron enterrados en la clandestinidad, en silencio y marginados, sin reconocimiento del Estado ni la sociedad. Hay cientos de víctimas olvidadas, viudas y huérfanos”.
En su opinión este caso resume el rastro dejado por la violencia terrorista durante todos estos años.: "Hubo muchas vidas que cambiaron a partir de aquel atentado del 7 de junio de 1968 en una carretera local de Aduna. De las cinco personas que intervinieron, tres murieron de modo violento: Pardines, Etxebarrieta y once años más tarde su compañero, Félix de Diego, al que ETA asesinó al confundirlo con un confidente policial. Sólo sobrevivió Iñaki Sarasketa, que murió el año pasado, y el camionero, Garcés, que terminó por hacerse guardia civil". De no haberse cruzado los caminos de Etxebarrieta y Pardines, José Antonio "hoy sería un anciano de 75 años, probablemente con hijos y nietos, pero todo eso E.T.A. lo hizo desaparecer, dejó ese vacío. No hay ni hijos, ni nietos, ni está José Antonio".
Hoy, en Aduna (Guipúzcoa), el lugar donde E.T.A. lo mató, nada recuerda que allí se produjo el primer asesinato de la banda terrorista, ni una placa, ni una escultura. Ni rastro.
José Antonio Pardines Arcay y Txabi Etxebarrieta Ortiz nacieron con un año y medio de diferencia, a mediados de los 40, y murieron sólo con unas horas de margen. El primero, de un tiro a quemarropa, el segundo, mientras escapaba para no ser detenido. Pero la vida póstuma de Txabi Etxebarrieta nada ha tenido que ver con la de José Antonio Pardines. Al primer etarra que asesinó y murió, los suyos no han parado de recordarle, de reivindicarlo en público hasta hacer de él un símbolo, un mártir. Pero a José Antonio, el hijo de José y Estrella, el de los Pardines Arcay, los años y los suyos, la sociedad a la que servía, lo ha dejado en la cuneta de la memoria. Ambos representan la síntesis de una parte importante de la historia que ahora E.T.A. quiere dar por finalizada.