El Padul (Granada), sábado 16 de Noviembre de 2.019.
María Emilia Riquelme y Zayas (jueves, 5 de Agosto de 1.847 - martes, 10 de Diciembre de 1.940) fue la hija primogénita del matrimonio (Granada, Parroquia del Rosario, 1.846) formado por Joaquín María Riquelme y Gómez (17 Agosto 1.812 - Febrero 1.885), militar de profesión que llegó a ser Teniente General, Consejero de Estado y Jefe del Estado Mayor de la Capitanía General de Sevilla y de María Emilia de Zayas-Fernández de Córdoba y de la Vega (13 Julio 1.815 - 28 Junio 1.855), descendiente directa de Gonzalo Fernández de Córdoba, el "Gran Capitán" (1.453 - 1.515).
Maria Emilia nació en Granada, bajo el signo zodiacal de Leo, en una casa señorial situada en el número 5 de la calle Nicuesa (entre el Realejo y la Carrera de la Virgen), morada de sus abuelos maternos, los Zayas Fernández de Córdoba.
Dos días después, el sábado, 7 de Agosto, fue bautizada en la Parroquia del Sagrario, con los nombres de María Emilia Joaquina Rosario Josefa Nieves de la Santísima Trinidad (el nombre de sus padres y de sus abuelas).
“Gracias a Dios siempre he padecido; comencé a sufrir en la cuna; mi padre, que tan bueno era, llevó una decepción con mi nacimiento; él quería un niño y así no me recibió muy bien; mi pobre madre también sufrió…”.
“…Como era tanta la bondad de mi padre y quería a mi madre con delirio, se fue contentando y queriéndome cada vez más”.
Para leer/ver información exhaustiva y detallada sobre la vida y obra de María Emilia...
Dos años después (en 1.849) nace su hermano Joaquín.
Su madre, le enseñó sus primeras oraciones y Emilia, desde su primera infancia mostró una clara inteligencia y un gran apego a la vivencia de la fe cristiana que se compartía en su hogar familiar. Estudió bordado, canto, equitación, francés, piano, pintura…
Una anécdota: durante unas revueltas callejeras se encontraba su padre, al frente de la tropa “en medio de una plaza”. Su madre, sin arredrarse ante el peligro, se echó a la calle sola y corrió hasta el centro para buscar a su marido. María Emilia, tiempo después, sacó la siguiente conclusión: “Si mamá ha tenido este arriesgado arranque porque tanto quiere a papá, ¿qué deberé yo hacer para con Dios Nuestro Señor a quien tanto amo?”.
María Emilia atribuye a la bondad de sus padres “haber sido piadosa desde que nació”; y cuenta, como dulce experiencia de esta temprana edad, la impresión que le causaba el grito de los vigías que, en los días húmedos, era más penetrante: “Centinela, alerta… alerta… alerta está”.
La familia Riquelme venera una imagen de la Inmaculada. Es el corazón y la alegría de la casa. María Emilia le cambia los manteles, le pone rosas frescas, y le hace sus confidencias. Su padre, tan metido en el “revuelo social” de la época, encuentra su mayor consuelo en rezar el rosario con su hija a los pies de Nuestra Señora.
En los primeros días del verano de 1.855 y durante una epidemia de cólera que asolaba la ciudad, fallece su madre, a los 39 años de edad. Emilia tenía sólo 7 años de edad, cuando se queda huérfana… y su padre decide trasladar su residencia, con sus hijos Emilia y Joaquín, a casa de sus suegros.
Durante esa época… María Emilia dijo sentir la presencia, en una bella aparición, de la Santísima Virgen con el Niño Jesús en los brazos.
Instalado su padre en Sevilla, comienza María Emilia su educación en un internado (donde asistían las hijas de las familias más aristocráticas de Sevilla). Después, durante un año, continúa su educación en el internado de las “Niñas Nobles” de Leganés en Madrid.
La vida sonríe a María Emilia, tiene todo cuanto una joven de su tiempo puede desear: una vasta cultura, una posición social holgada… y muchas cualidades, que la hacen aún más atractiva y delicada.
El 5 de agosto de 1.863, su padre fue nombrado subsecretario del Ministerio de la Guerra, trasladándose (por obligación de su cargo) a Madrid.
Cuando, a los 15 años, María Emilia abandona el internado es una excelente pianista y muy diestra en labores artísticas (encajes, bordados en seda y oro, calados y otras filigranas). Sabe hacer primorosas costuras y zurcidos; habla francés a la perfección; es muy buena tiradora al blanco y experta amazona; sin embargo, es una mediocre pintora (porque no ha practicado mucho este arte), pero revela una delicada sensibilidad.
Al poco tiempo, por la enfermedad pulmonar crónica de su hermano, solicitó su padre traslado a Canarias con la esperanza de que un clima más suave... favoreciera la recuperación del pequeño Joaquín.
En Tenerife, María Emilia reunió a unos cuantos niños y les explicaba la fe católica: la misa, la confesión, el amor a la Virgen. Y pone, su tiempo y cualidades, a favor de los más pobres en escuelas para niños, catequesis, visitas a prostíbulos, ayuda a familias necesitadas, etc. A través de estas realidades, descubre que Dios tiene un sueño para ella: consagrarse a Dios (plenamente) como religiosa.
Sus contemporáneos atestiguan: “era muy buena y obediente y constantemente se sacrificaba mucho, como una santa”.
Se agravó la enfermedad de su hermano y se trasladaron nuevamente a Sevilla buscando mejores médicos, pero el 2 de mayo de 1.866, Joaquín falleció, dejando a María Emilia y a su padre, sumidos en un inmenso dolor. Tenía 17 años y ya era alférez del batallón provincial de Sevilla.
Su padre fue nuevamente destinado a La Coruña como capitán general de la VIII Región Militar. Entonces, Emilia decidió entregar su vida a Dios… se lo expuso a su padre… pero éste se negó (no quería quedarse sin su única hija)...
“La fecha 2 de febrero de 1.868 es memorable para mí; como me sentía apremiada por la gracia y el mundo cada vez se me hacía más aborrecible, decidí, después de encomendarlo mucho a mi Santísima Madre Inmaculada, declarar a mi padre mi vehemente deseo de entrar religiosa cuanto antes. ¡Dios mío, la que se armó! Mi padre puso el grito en el cielo; con una seriedad que imponía, llamó a su despacho a mi Director; vino a casa también algún buen prelado amigo; los criados estaban asustados; parecía que había ocurrido una gran catástrofe; resultado de todo, que, como papá se puso malísimo, me mandaron ofrecer mi sacrificio a Dios, esperando su hora…”
Por consejo de su confesor, pospone esa opción mientras viva su padre. “Mucho me costó y sufrí; pero me resigné y seguí mi vida normal, animando y consolando a mi padre, como si nada hubiese pasado…”.
Durante la Revolución liberal de 1.868 (“La Gloriosa”), el general no rindió la plaza de La Coruña y envió a María Emilia a Madrid a casa de su hermana Pepa. Tras el destronamiento de Isabel II, depuso el mando y marchó exiliado a Lisboa.
A María Emilia no le agradaba la vida de sociedad de la capital y, en cambio, visitaba los hospitales y a los pobres. Con 21 años, se siente desterrada en Madrid, al igual que su padre lo está en Lisboa. Y, en esta coyuntura, viene a rondarle el amor. Su primo, Eduardo Díaz del Moral y Riquelme, apuesto diplomático, pocos años mayor que ella, bueno, religioso, inteligente, de estupenda posición social, está enamorado de ella. María Emilia lo disuade con elegancia…
Ella sacrificó su vocación religiosa (el anhelo de su vida) por atender a su padre, pero no estaba dispuesta a renunciar (por nada, ni por nadie) al amor que ella había comprometido con su Cristo amado. “Pude seguir el impulso divino que me apremiaba, perdiendo mi pobre nada en Dios, que fue siempre mi todo”.
De vuelta de su exilio, en Enero de 1.875, el General Riquelme recibió el nombramiento de Capitán General de Andalucía; ascendiendo pronto a Teniente General y a Consejero de Estado. Reinando Alfonso XII le llegó la jubilación.
María Emilia se entregó a obras de caridad: limosnas, pago de estudios eclesiásticos a jóvenes sin recursos, regalo de ajuares a chicas casaderas..., así, fue benefactora de Leopoldo Eijo Garay (1.878 - 1.963), que llegaría a arzobispo de Madrid.
Por consejo de su confesor, Marcelo Spínola Maestre, "El Arzobispo mendigo" (1.835 - 1.906), párroco de la iglesia de San Lorenzo, se asoció a las Conferencias de San Vicente de Paúl.
Nota: Sobre la biografía del beato Marcelo Spínola Maestre, recomiendo la lectura del artículo escrito por Francisco Guardia Martín, para "El Faro" en el año 2.004. // Capítulo 1 - Capítulo 2 - Capítulo 3 - Capítulo 4.
Pronto se pone en contacto con los estratos más bajos de la sociedad e interviene en casos agudos de degradación moral (con mucho asombro y dolor por su parte). Ejerce como profesora de labores en el colegio (fundado por su confesor) para niñas pobres. Trabaja, con amor, en la educación de las hijas del pueblo; para ella, todo esto, supone un “ensayo”... que dejará huella en su corazón.
Damas de la aristocracia, contemporáneas suyas, destacan su virtud edificante. El tiempo no pasa en vano. La salud de su padre se resiente. En uno de sus paseos en coche, tuvieron un accidente. María Emilia salió ilesa, pero su padre resultó herido: con varios cortes en la cara. Su estado se agravó por una fuerte hemorragia… y en los tres meses que sobrevivió, María Emilia estuvo pendiente, día y noche, de su padre.
En febrero de 1.885 falleció su padre. Esta nueva pérdida, agiganta en María Emilia su fe en Dios. Hereda los bienes paternos. Se retiró por completo de las reuniones de sociedad. Hace obras de caridad y apostolado... y sigue buscando lo que Dios quiere de su vida...
María Emilia intentó ingresar en varias Congregaciones religiosas, pero la debilidad de su salud la obligó a desistir.
Regresa a Sevilla y reinicia el mismo estilo de vida: la oración, la visita al Santísimo Sacramento y la atención a los necesitados polarizan la mayor parte de su jornada.
Por un “Rescripto Pontificio” (documento del Sumo Pontífice, mediante el cual resuelve una consulta o responde a una petición formal) se le concedió tener a Cristo Sacramentado en su casa.
María Emilia, departiendo con su administrador, pensó: “¡Qué grande es la Huerta de San Jerónimo! Allí todo cabe. Está aislada del poblado y, a un tiempo, próxima al mismo”. Le asaltó la idea de edificar, en medio de ella, una hermosa Capilla, digna de Nuestro Señor Sacramentado y dedicada a la Virgen Inmaculada. Con unas habitaciones para ella, para su doncella y poco más, se conformaba.
Y emprende viaje a Granada, con su doncella y el arquitecto, que hará el proyecto.
“En el año del Señor de 1.892, para mayor honra y gloria de Dios y de su Inmaculada Madre y a fin de demostrar el amor y gratitud hacia la Santísima Virgen en el misterio de su Concepción Inmaculada, levanta esta casa y le dedica este templo una humilde sierva suya. ¡Madre mía Inmaculada! Recibe y conserva esta casa y templo para que, después de mi muerte, resuenen en ellos tus alabanzas…”.
María Emilia, se siente llamada a fundar la “Congregación de Misioneras del Santísimo Sacramento y María Inmaculada”, que adore al Señor, día y noche, y trabaje en el campo de la educación y en misiones.
El lema de la nueva “Congregación de Misioneras del Santísimo Sacramento y María Inmaculada” será: “Dulzura y caridad; inmolación voluntaria y alegre por la gloria de Dios y bien de nuestros prójimos”. Sus líneas fundamentales: “Se dedicarán a la Adoración perpetua del Santísimo Sacramento, a la educación de la niñez y juventud, y a las misiones en países necesitados”. Y su sello exterior: la sencillez y la humildad.
La Congregación fue avalada por el Obispo diocesano de Granada en 1.896.
Pronto llegaron las primeras vocaciones, y el arzobispo aprobó temporalmente las constituciones que regirían la vida comunitaria.
El 25 de marzo de 1.896, presidido por el arzobispo, tuvo lugar la imposición de hábitos a las siete primeras novicias y profesión perpetua de Emilia Riquelme, como Madre Fundadora.
Abrió un colegio para niñas en el mismo edificio y el día del Sagrado Corazón de Jesús del año 1.900 inauguró la segunda fundación del Instituto en Barcelona.
María Emilia es ordenada, cuidadosa, fina y elegante, todo lo ejecuta con esmero: la decoración de sus capillas y el primor y pulcritud en las tareas domésticas.
Su salud fue siempre precaria; altas fiebres, inapetencia, trastornos del aparato digestivo, reuma, afecciones cardíacas; los grandes padecimientos morales repercuten en su débil organismo. Parca en comer y dormir; madrugadora por más que, con frecuencia, tiene que trasnochar para atender asuntos urgentes.
Es una mujer sin trastienda, sin conflictos interiores, con transparencia de cristal; quizás se nos escapa de puro sencilla. No es escritora; sólo vive, sin baches ni lagunas, una vida teologal profunda, en perfecta armonía entre su experiencia divina y humana; lo humano y lo divino conviven en ella en total integración; no tiene que cambiar de registro para pasar de una broma a hablar de economía, o de humildad, o de lo grande que es Dios. Toda entera polarizada por Él.
Ella misma se autodefine cuando recomienda: “Dios en el corazón y sencillez por fuera”.
Pronto corrieron calumnias y difamaciones sobre ella y su fundación; no faltaron los infundios de las que se salieron de la Congregación ni las rebeliones internas. Tras una visita canónica del vicario capitular y de una entrevista con el nuevo arzobispo, las aguas se fueron serenando.
Viajó a Roma y el 2 de febrero de 1.909 la Congregación obtuvo el "Decretum laudis" firmado por el papa Pío X (Giuseppe Melchiorri Sarto, 1.835 - 1.914).
Con cuatro casas fundadas, en 1.912 se fue a Roma para la aprobación definitiva del Instituto, que firmó Pío X el 5 de agosto. Pero las insidias y mentiras continuaron.
En 1.936, con noventa años, se encontraba en la fundación de Barcelona, al iniciarse la Guerra Civil: tuvo que huir a Francia..., desplazándose después hacia Pamplona, y transcurridos unos meses, a la comunidad de Granada.
El 2 de agosto de 1.938, el papa Pío XI (Achille Damiano Ambrogio Ratti, 1.857 - 1.939) aprobó definitivamente las constituciones de la Congregación. En sus últimos consejos, pidió con insistencia a sus hijas que rezasen diariamente el Santo Rosario, “sencillez de corazón y humildad muy profunda”.
Después de una vida... totalmente entregada... al servicio de Dios y a su amor al prójimo, María Emilia falleció, a la edad de 93 años, en la Casa Madre de Granada, el martes, 10 de diciembre de 1.940. La noticia de su muerte se difundió por toda la ciudad. Gentes de toda clase acudieron a su funeral, para mostrar su cariño y su respeto por esta hija de Granada, humilde y esclarecida.
Colofón
El 28 de abril de 1.991 se clausura el Proceso Diocesano de Canonización, y en 1.996 se entrega la “Positio” en Roma, donde fue estudiada y aprobada por la Comisión de Teólogos, Cardenales y Obispos en el año 2.011, y en diciembre de 2.015 fue aprobado el Decreto de Virtudes Heroicas de la Sierva de Dios, siendo reconocida como “Venerable”. En 2.008 fueron exhumados sus restos, que se encuentran en la Casa Madre.
El pasado sábado, 9 de Noviembre de 2.019, la Venerable Sierva de Dios, madre María Emilia Riquelme, fue Beatificada en la Catedral de Granada. Nota: el relato de éste gran evento religioso, se puede leer/ver en mi entrada en el Blog del Adarve de fecha 9 de Noviembre.
Además de España con nueve fundaciones, la Congregación tiene casas en Portugal, tres fundaciones; Brasil, ocho fundaciones; Colombia, siete fundaciones; Bolivia, cuatro fundaciones, y Estados Unidos, cuatro fundaciones.