El poeta, periodista y diplomático nicaragüense, Rubén Darío (Félix Rubén García Sarmiento, 1867 - 1916), “Padre del Modernismo Literario en Español”, además de vivir de lo que escribía (y muy bien…), a lo largo de toda su vida, viajó mucho. Visitando muchos países de América, África y Europa, residiendo en algunos de ellos (Chile, Argentina, Costa Rica, Guatemala, España, Francia, …), durante largas temporadas.
Él mismo se autodenominaba, “peregrino de arte, de americanas tierras”; mientras alguno de sus biógrafos o de sus críticos, le llamaban, “poeta errante” ó “centroamericano trotamundos”.
Dejó su tierra natal cuando sólo tenía 15 años y, tras algunas idas y venidas, esporádicas y temporales, regresó cuando ya tenía 49 años, muy enfermo... falleciendo 3 meses después, en Febrero de 1916, de una cirrosis hepática.
Visitó España en varias ocasiones:
La primera, como Secretario de la Delegación de Nicaragua, con motivo de la Celebración del IV Centenario del Descubrimiento de América, entre los meses de Agosto y Noviembre de 1892. En este viaje, estuvo acompañado por Fulgencio Mayorca (su compañero de Delegación) y por su amigo Isaac Arias Argáez, Cónsul de Colombia en Málaga y médico de profesión (según Rubén: “llamado “el chato” Arias, bogotano ocurrente, buen narrador de anécdotas y cantador de pasillos…”).
La segunda, como Corresponsal, para informar al periódico argentino “La Nación“ sobre la situación del país, tras el “Desastre de 1898”, por la pérdida de las Colonias de Ultramar, en 1899.
Su tercer viaje a España, lo hizo cuando ya residía en París (Francia) y fue por consejo médico: para tratar de aliviar una dolencia crónica (bronquitis aguda) que le había producido su adicción al alcohol. Según él, venía también enfermo, de las “potencias del alma”: entendimiento, memoria y voluntad. En éste viaje a España, fue cuando visitó Andalucía (entre el 9 de Diciembre de 1903 y el 3 de Marzo de 1904) y Granada (el 9 y 10 de Febrero de 1904).
Camino de Andalucía, se ve en Madrid, con el poeta Juan Ramón Jiménez (1881 - 1958), que nos dice de Rubén: “Me pareció más pequeño, más insignificante. Oscuro, muy indio y mogol de facciones. Venía vestido de kaki, con sombrero blanco de paja, un panamá, botas amarillas, estrechas, la parte alta sin abrochar, botas que le hacían daño…”.
Las vivencias de éste viaje, Rubén las dejó reflejadas en las páginas de su libro “Tierras Solares” (1904), el primero de sus libros que se publicó en España.
La guionista y directora sevillana Laura Hojman López, ha filmado un largometraje documental, también titulado “Tierras Solares”, sobre la visita de Rubén Darío a Andalucía, que se ha estrenado el 23 de Octubre de 2018 en la “SEMINCI” de Valladolid.
Rubén llega a Andalucía buscando la confirmación de una “imagen imaginada”... evocada por la lectura de los escritos de viajeros románticos, como Victor Hugo (1802 - 1885), Teófilo Gautier (1811 - 1872), René de Chateaubriand (1768 - 1848), Próspero Merimée (1803 - 1870), Alejandro Dumas (1824 - 1895) ó Lord Byron (1788 - 1824), … pero la “realidad” andaluza que vé, es muy distinta de la que él se imaginaba: “¡Ah!, desgraciadamente, ya no encontramos la poética Andalucía, sino muy venida a menos o muy ida a más. El progreso es el enemigo de lo pintoresco, y su nivelación no va dejando carácter local ni originalidad en ninguna parte”. Y, a partir de ahí, la nostalgia por la pérdida de esa “Andalucía Romántica”, le acompaña: “En verdad se sienten saudades del pasado”.
Pero Rubén no se desilusiona y logra mantener, en su día a día, durante su estancia en Andalucía, ese “espejismo” de una Andalucía “literaria”, que se manifiesta en los monumentos históricos, el arte, las costumbres populares y las leyendas ó en los rasgos orientales de los bellos rostros de las mujeres andaluzas: “He creído ver revivir ante mis ojos la pasada existencia… (la mujer) es sultana y odalisca. O impera con la mirada o halaga con la sonrisa. Hay cuerpos que van rítmicamente andando con manera tal, que el “incensu patuit dea” (“la verdadera diosa”) os sale de los labios. Hay ojos … que son inmensos, y en su inmensidad está todo el cielo y todo el mar y todo el amor, junto con la inmensa voluptuosidad. Este es don particular de la hembra de aquí, como saturada del perfume de la ilusión moruna del mahometano paraíso. Son las anticipadas huríes. Y como a sus abuelas les impuso el catolicismo la devoción, hay en ellas una inquietante mezcla de ángeles católicos y zoraidas sarracenas… Y si vais al suburbio, en el medio gitano, veis aparecer, aún en horribles tugurios, sus dos ojos negros llenos de pasión y maleficio”.
Descubre que Andalucía no es sólo la alegre y pintoresca, la de charanga y pandereta, sino que en ella, también son esenciales en su realidad, la tristeza y la tragedia, el desconsuelo y la muerte. Todo ésto se refleja en el cante: “el cantaor, clava los ojos en el aire, mirando hacia arriba, y comienza a quejarse, a quejarse largamente; con un bastón pesado golpea las tablas, llevando el compás, y la queja se extiende, ondulante, gemido, grito, ay, lamento; y la boca sigue abierta, como si fuese saliendo de ella una interminable cinta de notas gemebundas, hasta que sale el verso de la copla, que se refiere a una de estas tres cosas, que desde hace mil años forman el tema de los poetas andaluces: su mamá, su novia, la muerte, o una de tantas vírgenes de su devoción. Entre verso y verso hay unos ayes desgarradores, unos ayes feroces, de alguien a quien se está asesinando, y entonces, del público conocedor salen unos cuantos ¡olé ya! aprobativos, mientras la guitarra sigue en rasgueos… El cantaor, aeda de estas tierras extrañas, ha recogido el alma triste de la España mora y la echa por la boca en quejidos, en largos ayes, en lamentos desesperados de pasión”.
Rubén viene buscando el “Sol andaluz, que vieron los primitivos celtas, que sedujo a los antiguos cartagineses, que deslumbró a los navegantes fenicios, que atrajo a los brumosos vándalos, que admiró a los romanos, pero que, sobre todo, fue la delicia de los africanos de ojos y sangre solares; él es más que todo el donador de gracia y amor en esta tierra”.
Sobre su viaje a Granada nos dice: “He venido, por un instante, a visitar el viejo paraíso moro. He venido por un ferrocarril osado, bizarría de ingenieros, hecho entre las entrañas de montes de piedra dura. He visto inmensas rocas tajadas; he pasado sobre puentes entre la boca de un túnel y la de otro; abajo, en el abismo, corre el agua sonora. Así el progreso moderno conduce al antiguo ensueño. Y cuando he admirado la ciudad de Boabdil, he tenido muy amables imaginaciones. He pensado en visiones miliunanochescas”....
“He ideado las impresiones de la pequeña alma de una coccinela (mariquita) pequeñita que se pasease por una granada entreabierta… Va por la corteza rugosa que acaba en una corona, que ha sido flor roja como una brasa. Va, la pequeñita coccinela, por las durezas lisas o ásperas de la cáscara, hasta llegar al borde, desde donde se divisa el interior palacio de pedrería… Y los rayos solares ponen el encanto de los juegos de la luz en el corazón de la granada entreabierta; y la coccinela penetra entre las riquezas que se presentan a sus ojos, y se maravilla de ese esplendor, y luego sabe que el corazón de la granada es dulce como la miel. Como la almita de esa bestezuela de Dios mi alma. He mirado la corteza rugosa de la antigua capital mahometana, en un tiempo muy poco propicio, entre calles lodosas y bajo un cielo nublado; más luego he ido hacia la parte entreabierta que deja ver el corazón de su historia y su propio corazón. Y he visto la pedrería fantástica de un arte exótico, amoroso y sensual. Y después, el sol ha brillado; y así, la encantadora ciudad se me ha mostrado primero brumosa y luego luminosa. Y sé que el corazón de la granada entreabierta es dulce como la miel”.
“Es este uno de los países en que uno crearía, para una primavera sin fin, un jardín de ilusiones… Jóvenes enamorados, parejas dichosas de todos los puntos de la tierra, si sois ricos, venid a repetiros que os amáis, en el tiempo de la primavera, a un carmen granadino; y si sois pobres, venid en alas de vuestro deseo, en el carro de una ilusión, en compañía de un poeta favorito…”.
“He tenido, por llegar en este frío Febrero, un singular gozo; estar solo en la Alhambra y en el Generalife… Además, el guía, discreto, no ha pretendido instruirme evocando la sombra del erudito...No me perdonaríais que a estas horas os resultase con el descubrimiento de Granada. Todos, más o menos, acariciáis el recuerdo de vuestro “último abencerraje”, y si no, el yanqui Washington Irving os habrá, de seguro, conducido por estas encantadoras regiones. Pero no es posible poner el pie en este suelo atrayente, contemplar la decoración histórica de estos recintos de leyenda, sin hacer un poquito el Chateaubriand… Así, pues, no he de negaros que he evocado a la bella Lindaraja cerca de su mirador, que he lamentado una vez más la atroz expulsión de los moros, de aquellos moros cultos, sabios, poetas, con industrias hermosas y pueblo sin miserias”.
“Desde la Alhambra se mira el soberbio paisaje que presenta Granada y su vega Deliciosa. A la derecha la antigua capital, el barrio actual del Albaicín, con sus tejados viejos, sus construcciones moriscas, su amontonamiento oriental de viviendas; al frente, la ciudad nueva, en que la universalidad edilicia sigue el patrón de todas partes; a la izquierda, la verde vega, con sus cultivos y sus inmensos paños de billar; más acá, cerca de la mansión de encajes de piedra, los cármenes, estas frescas y pintorescas villas, donde los granadinos cultivan en los ardientes veranos sus heredadas gratas perezas, sus complacencias amorosas y sus tranquilas indolencias. En el fondo, la sirena coronada de blancura. En verdad se sienten saudades del pasado. Se comprende el entusiasmo de los artistas que han llegado aquí a recibir una nueva revelación de la belleza de la vida. Se piensa en los novelescos guerreros y amadores que vinieron del África cercana a anticiparse en este país espléndido un poco del cielo mahometano. Nadie ha vivido la poesía como esa misteriosa y pensativa raza de hombres tristes de amor y de fatalidad. Su arte labra esas mansiones de recelo y capricho con talento de abejas. La decoración viene de la naturaleza misma, de las líneas de florales, de las geometrías de la clara del huevo batido o de los cristales de la nieve. Su arco diríase imitado de las herraduras de sus caballos; sus columnas de los datileros, o de los tallos de las azucenas. Y hay algo de inaudito y de fantástico en todo esto, de manera tal, que vienen al pensamiento esas moradas ilusorias en que habitan los inmortales príncipes de los cuentos que cuenta la prodigiosa Scherezada… Y ¿ese encanto del agua, transparencia, frescor, armonía, en los patios de mármol, para creyentes en cuya religión son obligatorias las abluciones, y ardientes polígamos en cuyo paraíso el primer premio es la limpia, perfumada, adolescente y siempre virgen belleza femenina?”.
“El agua por todas partes, en las copiosas albercas, en los estanques que reproducen las bizarrías arquitecturales, en las anchas tazas como la que sostienen los leones del famoso patio, o simplemente brotando de los surtidores colocados entre las lisas losas de mármol. Comprendían aquellos príncipes imaginativos que hablaban en tropos pomposos, que la vida tiene hechizos que hay que aprovechar antes de que sobrevenga la fatal desaparición”.
“Para disfrutar tranquilamente de la magnificencia y suavidad de estos parajes y recintos, ninguna ayuda mejor que la tradición, eso que no está en los libros ni certifican los documentos. Así, al llegar a la pila en donde algo que se asemeja a una gran mancha sangrienta llama la atención del visitante no escuchéis a los que os dicen que Ginés Pérez de Hita inventa, y creed firmemente en que esa oscura tacha del mármol es debida a las rojas degollaciones de que se habla en las leyendas de zegríes y abencerrajes. Y cuando estéis en el patio de Lindaraja, no pongáis atención a los arabizantes que os pretendan explicar la etimología del nombre y negar la existencia de la linda figura; antes bien: imagiáosla muy rosada, muy blanca, muy ardiente para el amor, y con unos ojos almendrados, de negros mirares, como corresponde a una verdadera sultana de cuento… Salones, torres, ajimeces, bordadas piedras, aéreos calados, baños, jardines, miradores… Aquí encuentro que había Justicia; más allá que había Salud; más allá que había Belleza; más allá que había Placer. Eran sabios aquellos hombres de turbante; eran buenos, eran fuertes y eran artistas”.
“Si la Alhambra es más grande, más suntuosa, más imponente, el Generalife es más cordial, más íntimo, más amable. “Delicioso para el amor”, escribió en el álbum de la dulce mansión una mujer llamada Dª Cristina Santoyo. Dª Cristina sintetizó así todo lo que pueden hilar los literatos y rimar los poetas sobre este rincón hechicero. Yo no sé si la marquesa de Campotejar, dueña actual de esa maravilla, es joven; pero si no lo es, tiene que haberlo sido y que haber amado en este nido de ensueño; y, por lo tanto,, haber tenido por escenario de su amor el que le envidiarían todos los reyes de la tierra… Yo he gustado ese sabor de Arabia, desde que penetré por entre la doble fila de cipreses y entré por la baja y ancha puerta del Generalife. Buenos genios me amparaban en mi paseo solitario. Por guía tuve a la hija del jardinero, una preciosa niña de trece o catorce años, rubia y seria, que me enseñó el secular ciprés, bajo el cual se sentaba la sultana Zoraida, y el estanque, y los mirtos, y los rosales, y las salas en que en los viejos lienzos se representan los antiguos señores, y el gran árbol genealógico, y las galerías silenciosas en donde dan ganas de suspirar y de besar. ¿Para qué hablaros de lo demás? ¿Para qué deciros vulgares noticias de las guías, datos y fechas que os resultarían ridículos? ¿Para qué hablaros de la Granada actual, de la ciudad que hace política y en donde se pregonan las últimas noticias del conflicto ruso-japonés?”.
“He dejado Granada con pena, por su corazón de mármol labrado, por su viejo corazón, por sus divinas vejeces, que hace más adorables una naturaleza singular. Es uno de los pocos lugares de la tierra en que uno querría permanecer si no fuese que el espíritu tiende adelante, siempre más adelante, si es posible fuera del mundo, “anywhere out of the world”. Y al dejarlo, han venido a mi memoria las estrofas de una romanza que en mi niñez oía cantar:
Aben Hamet, al partir de Granada, su corazón desgarrado sintió, y allá en la vega, al perderla de vista, con débil voz su lamento expresó…”.