Santiago Rusiñol i Prats (Barcelona, 25-02- 1861 / Aranjuez, Madrid, 13-06-1931) Fue además de pintor, un notable escritor y dramaturgo en lengua catalana.
Era huérfano de madre. Se había criado con los abuelos paternos junto a sus hermanos menores.
Empezó a trabajar a los 14 años en el negocio familiar de hilaturas y tejidos en Manlleu.
Cuando tenía 22 años (1883), fallece su padre, y se tiene que ocupar del negocio familiar, aunque en sus ratos libres se dedica a pintar, acudiendo a recibir lecciones del pintor Tomás Moragas en el Centro de Acuarelistas de Barcelona.
Se casa el 19-06-1886, con Luisa Denis Reverter (1862-1946), en la parroquia de Santa Anna de Barcelona. El 22-05-1887 nació su hija María y meses después murió su abuelo Jaume: los hermanos Rusiñol se repartieron una fortuna.
La muerte de su abuelo en 1887 dió un giro absoluto a su vida: liberado de su influencia y autoridad, decide romper toda clase de ataduras, se desvincula del negocio familiar y se separa de su esposa, para dedicarse de lleno a la pintura.
Viajó a París en 1889 donde vivió con Ramón Casas e Ignacio Zuloaga en el barrio de Montmartre. En Francia se interesó por el simbolismo y la pintura “Au plain air” (al aire libre).
A su regreso a España abrió en Sitges su Taller-Museu del Cau Ferrat, frecuentando sus visitas en Barcelona a las tertulias del café Els Quatre Gats.
El año 1908 recibió la medalla de la Exposición Nacional de Bellas Artes. Su obra fuertemente influida por los impresionistas, se basó fundamentalmente en el paisaje rural y urbano, con especial predilección por los jardines y el retrato y escenas de fuerte carga simbolista, con inspiración del más puro modernismo catalán. Murió en Aranjuez, Madrid, el 13 de junio de 1931, mientras pintaba sus jardines.
Fue un personaje de importante influencia en la llamada Renaixença literaria y cultural de Cataluña, y del mundo intelectual y bohemio de la Barcelona de su época.
Personalidad de carácter complejo, Rusiñol fue un hombre sensible, escritor, pintor y coleccionista, cuya trayectoria vital estuvo muy ligada a personajes del mundo de las letras, de la música y del arte.
A su muerte, donó su casa y su colección al municipio de Sitges, donde en 1933 se inauguró el Museo de Cau Ferrat.
SUS PRIMEROS VIAJES A GRANADA
En el otoño de 1887, el joven Rusiñol, inicia un periplo de viajes y campañas artísticas que lo definieron como el ejemplo del artista viajero. Es posible que la búsqueda de las huellas de Mariano Fortuny fuera el acicate definitivo para viajar a Granada.
La primera visita de Rusiñol a Granada se produjo en 1887.
Rusiñol no era un viajero romántico de los muchos que habían inundado la ciudad años antes. Era un intelectual "al que le interesaba transmitir en sus trabajos lo que aún permanecía vivo en los paisajes y que sólo su mirada podía captar". Durante el poco más de un mes que estuvo en la ciudad, alojado en la fonda Siete Suelos, se vio seducido por su arquitectura y sus jardines.
Así, al día siguiente de llegar bajo la lluvia y alojarse en la Alhambra, probablemente en la posada de Siete Suelos, narra cómo bajan a la ciudad, comen en una taberna, compadrean y suben al Albaicín, describiendo la vista de esta manera: "Al llegar a la cumbre de este barrio, la Alhambra entera apareció delante de nuestros ojos, como nebulosa aparición de otras edades. La lluvia arreciaba, caía con estrépito de negras nubes que pasaban volando silenciosas, y el gran palacio con sus torres rojizas, más rojas todavía por la humedad que bajaba por sus muros, sentada sobre su inmensa cesta de flores, parecía no llorar su desventura. El Darro corría allá en el fondo del valle, y su agua rojo-siena, entrando en la ciudad moderna, parecía teñida del sudor del propio gran edificio, parecía llevarse poco a poco sus ruinas, arrastrar sus murallas, estucos y filigranas, fundirse en el barro de la miserable tierra aquel portento de arte de todo un pueblo poeta".
Además del impacto que le causó la Alhambra, Rusiñol se interesó de una manera especial por el flamenco, al que relacionó con "la melancolía del espíritu y la expresión de la tristeza", pero siempre con cierta ironía tratando de huir de "todo lo que el flamenco pudiera tener de folclórico".
Su segunda visita se produce entre octubre de 1895 y febrero de 1896. Permanecería en Granada durante prácticamente todo el invierno, acompañado de otros artistas como Miquel Utrillo, Mas i Fondevila y Brunet-Richon, con quienes alquiló un carmen en la subida al Generalife con el propósito de encontrar nuevas posibilidades en torno a la luz. Son unos meses, en los que aparte de descubrir los jardines del Generalife y de los cármenes granadinos, y de realizar una importante labor pictórica, también envía unos largos artículos a La Vanguardia bajo el título Cartas de Andalucía en los que trata su llegada a Granada, el Generalife, la Alhambra, el barrio de los Gitanos, los Cármenes y Alonso Cano.
Es en este viaje en el que Rusiñol da un vuelco a su quehacer artístico y va a entra de lleno en el mundo del jardín simbólico e incluso en el misticismo de Alonso Cano, que verá unos años después nacer Oracions (1897) compuesta como una obra de Arte Total, un libro de prosa poética de Rusiñol, ilustraciones de Utrillo y música de Enric Morera.
Cuando se marchó, en una carta enviada a su amigo Francisco de Paula Vallardar, le confesaba: "Desde que me fui de Granada no tengo otra idea que volver a ella".
SUS ÚLTIMOS VIAJES A GRANADA
Santiago Rusiñol emprendió su tercer viaje a Granada en diciembre de 1897, acompañado por Genís Muntaner (1851-1917) y por el pintor Ramon Pichot (1870-1925).
Llegó a Granada los últimos días del año, y permaneció hasta el 13 de mayo de 1898. Mantuvo una serie de encuentros con Ángel Ganivet y la conocida tertulia del llamado Grupo del Avellano. Los dos autores se habían conocido unos meses antes en la localidad catalana de Sitges.
Encantado por la obra del pintor barcelonés, Ganivet llegó a escribir: "Rusiñol es el pintor de nuestros cipreses, el devoto de la melancolía de nuestra ciudad".
El pequeño pueblo de Viznar y en particular el Palacio de Cuzco (una construcción del siglo XVIII, edificada por el obispo Moscoso y Peralta) fue el escenario de un diálogo pictórico entre el pintor local José Ruiz de Almodóvar (1867-1942) (especializado en el retrato y buen amigo de Ángel Ganivet) y Rusiñol.
"Hace cuatro días que estamos en Víznar, un pueblo que no busques en el mapa y que está a dos horas de Granada. Hay un palacio abandonado con unos jardines muy bonitos que servirán para aumentar la colección de los que pinto... “, escribía Rusiñol a Miquel Utrillo el 15 de marzo de 1898.
El conjunto de obras pintadas en Víznar en marzo de 1898 está formado por un total de cinco cuadros que representan dos interiores y tres exteriores del Palacio de Víznar y constituye un ciclo específico de entre las obras que configuraron la prolífica campaña granadina del 98.
En las obras de Víznar, Rusiñol vertió toda la melancolía, el sentimiento de calma y soledad, de abandono y de ensueño que él mismo sentía en aquellos años.
En Víznar encontró el estado ideal para la inspiración, el trabajo, el reposo, la reflexión, la desazón. La impresión que tanto las estancias del palacio como el jardín, su decoración, la vegetación y la luz cambiando con el paso de las horas y los días se tradujo en el espíritu del artista en la visión intimista y subjetiva que manifestaba su estado de ánimo.
El resultado es el de un conjunto hermético, compacto, de cinco obras impregnadas de la visión rusiñoliana de la vida y los seres, simbolizada en la soledad y la quietud de las salas del palacio y los jardines que lo rodean.
Quietud, recogimiento y soledad es lo que desprenden los dos cuadros que Rusiñol guardó para él como recuerdo de Víznar, el Palacio abandonado y del Interior que aparecen en las paredes del Cau Ferrat.
A mediados de mayo de 1898 el autor expuso públicamente en Granada el producto de su trabajo: diecinueve cuadros y treinta y dos dibujos y notas. Los sitios que pintó Rusiñol son el Generalife, el huerto del duque de Gor, la Caseria de la bailarina, los cipreses del Violón (Paseo de San Sebastián) y sobre todo el Palacio de Víznar (dos interiores y tres exteriores).
Precisamente la visita a este palacio le dio argumento y ambientación para una obrita teatral suya que lleva el título emblemático de "El jardí abandonat".
En aquellos cuadros Rusiñol ofrecía una panorámica inusitada de una España misteriosa, lánguida, quieta, que llevaba la marca de la autenticidad.
Otro punto que saltaba a la vista era la homogeneidad de todos aquellos cuadros que, en manos de otro pintor que no fuera poeta, cansaría por su monotonía; sin embargo, Rusiñol sabe decir siempre lo mismo y de la misma manera, suscitando en el espectador una serie de emociones concordantes, que avanzan en la misma dirección.
Y finalmente, nadie sabe cómo etiquetar la pintura de Rusiñol, que no se acomoda a ninguna escuela ni a ninguna tendencia clasificada; le dicen colorista y todo el mundo pondera su habilidad y maestría técnica.
Unos años después, 1903, publicó su gran libro "Jardines de España", en su prólogo confesó que, para él, los jardines son el paisaje puesto en verso y en el que aparecen reflejados varios cuadros granadinos.
En 1909, Rusiñol visitó de nuevo la ciudad, de lo que daría cuenta en el "Glosario" que publicó en "l'Esquella de Torratxa" bajo el seudónimo de Xarau.
Cuando Manuel de Falla estrenó en Barcelona El amor brujo, en 1915, Rusiñol ofreció su Cau Ferrat de Sitges al gran músico para que pudiera trabajar tranquilamente. Falla aceptó de buen grado la propuesta y durante dos meses (mayo y junio de 1915) se cerró el Cau Ferrat.
Allí, a la sombra de los cuadros y de las obras artísticas de Rusiñol, la célebre suite para piano y orquesta "Noches en los Jardines de España" recibió su forma definitiva. Esta coincidencia no deja de ser significativa. En la mente colectiva, tanto en Cataluña como en el resto de España, la idea de los jardines románticos indefectiblemente va unida a la persona de Rusiñol; hasta este punto se había identificado el autor con su obra.
Su última visita será la que realice en 1922 con motivo del Concurso de Cante Jondo ideado por Falla, Lorca, Zuloaga, Gómez de la Serna y otros intelectuales de la época.
La relación de Rusiñol con Granada fue afectiva y productiva, pictórica y literariamente, llevando su influjo al mundo de la música, plasmando un ser íntimo y simbolista de sus palacios y especialmente de sus jardines, entre los que el Generalife fue piedra angular como él mismo refiere en su colaboración con la Vanguardia de 1895: "Él es marco de los amores reales, el nido de una raza, feliz un día debajo de los cipreses y luego desterrada de su patria, la verde alcoba de sus blancas ilusiones, jardín de espera anticipado a los cielos del Profeta, o más bien, es el claustro del amor, hoy desierto de sus reyes y sultanas, pero habitado por recuerdos amorosos que le legan su encanto y poesía". Entre las obras conservadas en Granada destaca el Palacio de Carlos V del Museo Ángel Barrios o el Jardín abandonado de Víznar del Museo de Bellas Artes de Granada y un espectacular paisaje, Pinos junto al mar del Ayuntamiento de Granada, al que habría que sumar recientemente La glorieta que adquirió Caja Granada, con motivo de la creación del Museo de la Memoria de Andalucía. Pero la mayor parte de la producción granadina está fuera.
DETALLE DEL LIBRO "ORACIONES"
Las impresiones de Santiago Rusiñol sobre diferentes aspectos que consideraba como "los momentos venturosos" que goza el ser humano "mientras la vida sigue adelante", fueron recopilados en su libro "Oraciones" (escrito en catalán: "Oracions" per Santiago Rusiñol, decorades am dibuixos de Miquel Utrillu i música de Enric Morera".—Barcelona, 1897). De esa extraña melancolía que recorre los jardines de Granada se llena Oraciones, un libro que constituye no sólo una clara apuesta por la naturaleza y su enmascarado encanto espiritual, sino un símbolo de toda una ideología que niega el progreso.
Del libro "Oraciones", Rusiñol publicó en la revista de su amigo Francisco de Paula Valladar Serrano (1852-1924) (LA ALHAMBRA - Revista quincenal de Artes y Letras - Año 1 - Número 1 - 13 de enero de 1898), el siguiente tema dedicado a La Alhambra:
A LA ALHAMBRA
"Bajo el velo de una noche de verano, debió dormirse un poeta, y embriagado por incienso del Oriente, debió soñar un palacio que fuera visión de un sueño.
Debió soñar, que encima de una florida montaña, rodeada de llanura sombreada por laureles, nacía un bosque dorado de columnitas de marmol, blancas de un blanco de cera y dulcísimas al tacto; que sobre las columnas, se posaban los más tenues capiteles, sosteniendo en sus arcos sutilísimos, un tejido de estalactitas de espuma, llorando nácar y perlas, destilando aromas de cedro, y dejando pasar entre estrellas de bruñida porcelana, la paz de una luz suavísima y vagamente velada.
Debió soñar, que de entre las filigranas, entre las blondas, entre aquellas paredes tan íntimas y recogidas, cantaba la voz del agua la cadencia melancólica que reza al besar al marmol, el dulcísimo cantar que el gotear de la fuente murmura pausadamente sobre la taza sonora; el soñoliento llorar de acompasada tristeza, que dringa cada momento, llevando el compás del sueño, y el balanceo monótono de las horas que se escurren silenciosas.
Debió soñar, que los pebeteros de oro esparcían y exhalaban en diafanado ambiente la niebla del Oriente, la esencia voluptuosa de las llanuras de Arabia, la neblina consagrada al incienso de indolencia.
Debió soñar, en un palacio claustrado lo mismo que un Arca Santa, donde las hurís soñaban detrás de las celosías, se bañaban a la sombra de tupidos limonares en las albercas de plata; se mecían al rumor de música cadenciosa, meditando las poesías del Profeta.
Debió soñar en un palacio escondido, de cuya alma de palacio salía un aliento tibio, hecho de humo de suspiros, de vibraciones sonoras, de alienadas de plegarias, de promesas amorosas y sordo rumor de besos.
Aquel sueño del poeta fue el palacio de la Alhambra, fue el sueño que entreveía aquel claustro de Oriente, aquella obra armoniosa bañada en baño de cielo, aquel arcón exquisito, caja de lámparas de oro y aromáticas palmeras, de salas misteriosas y poesías de mirto, de califas visionarios y sultanas encantadas; fue el sueño que se hizo obra, y se hizo obra maestra para ver de allí la vida deslizándose sonriente; fué el cielo de aquella alcoba, para aguardar en la tierra aquel cielo voluptuoso que prometía el Profeta.
Cada una de las artes, decía la misma Alhambra, me enriquece de belleza, y me dá sus esplendores, y me presta su hermosura. El que me ve y me contempla, juzga por mí al admirarme la ventura de la esposa, que desea engalanarse y logra lo que desea. Cuando el que me vé repara atentamente mis hechizos, la mirada de sus ojos mira, y mirando se engaña.
Cree que la misma luna, llena y dichosa, aquí vive, y que por estos reinos de oro ha abandonado sus reinos. No estoy sola, que los jardines que veo, jamás los ojos los vieron, ni los soñaron los hombres.
Solo lo vago del sueño, prometiendo y engañando, visionando el infinito deseo de belleza irrealizable que borra la realidad, recorriendo y penetrando en las regiones de sombra do lo imaginado existe; vistiendo lo incorporal con sedas de lo imposible; solo en sueños se podía concebir aquella obra afinadísima, sutil como una burbuja, bordada y tejida en oro como manto de sultana, suavemente patinada como viejo y rubio marfil de la India, flonja cual pluma del Ibis, y cual telaraña de blondas, suspendida de dos nieblas debajo del azul más puro.
Sólo en sueños, se podía imaginar aquella alberca de plata dentro de un patio de mirtos y sobre un lecho de mármol, rellejando en sus quietas y bruñidas transparencias los bucles y filigranas, Ios dibujos enigmáticos y geométricas figuras, tremolando en ondas maravillosas, y destriándose, y fundiéndose en círculos y espirales, hechos de espigas de plata; sólo en sueños se podía ver alzar aquella torre de Comares, alumbrada y encendida por los preceptos del Profeta y por los rayos del sol, poblada de poesía, abrigada de irisados azulejos y artesonados de cedro ; sería como una mezquita, alta como un minarete y majestuosamente erguida, al pie de la ciudad mora; sólo el sueño inconsciente pudo suspender en sueños aquel mirador de Reina, pendiendo de columnitas, como un nido de odaliscas: sólo en sueños se podía penetrar en los baños subterráneos, donde el frío de las aguas se entibiaba dulcemente por el calor de luz y el beso de los reflejos; sólo en sueños se podían realizar los jardines misteriosos, tejidos con boj y adelfas, y sombreados por glorietas, las fuentes regando flores, las cámaras recogidas de blancura matizada, modeladas al contacto de la mujer de Oriente, patinadas por aliento voluptuoso, y bruñidas por los pies de favoritas: las íntimas celosías trepadas en las paredes, las alcobas medio ocultas a la sombra de las estalactitas doradas, y el patio de los Leones, aquel patio de incomparable hermosura, marco real de enamorados, «manando venturas eternas» mirhab de todo Occidente, perla engarzada en el pecho de aquella casa mujer, sagrario de aquel harem, fuente de mármol bendita , donde bebió inspiración todo un pueblo de poetas, y donde entornaron los ojos y levantaron los párpados las vírgenes enamoradas, y las hurís del Profeta. Sueño fue la creación de aquel palacio. Sueño hermoso de una velada de amor; sueño oriental delicioso de una noche de verano.
Aun hoy día, en el otoño de aquel patio, cerrado entre sus columnas, tibio y discreto, tranquilo y majestuoso, rodeado y abrigado de jardines y de claustros, con la purísima taza, «donde el mármol y las aguas se confunden, sin saberse si es el mármol ó es el agua el que refleja»; aun hoy día, se despierta de aquel sueño un remoto sentimiento de nostalgia y añoranza, de amor que el tiempo ha borrado, de cementerio del alma y de perdidas ilusiones. Aún hoy día, la oración que se desliza de aquel palacio de amor, de sus blondas despintadas y muros envejecidos, es la oración del recuerdo á la juventud perdida; es la oración silenciosa que inspira una flor marchita, que se halla en un libro viejo; es la página borrosa, de ilusiones apagadas; son las cartas amorosas, liadas con seda antigua, que repasa el corazón cuando la vejez se acerca".
Desde el Molino, Santiago Rusiñol, con ilustraciones de Ramón Casas. 1ª edición: Barcelona, 1945. Reimpresión (edición no venal), con un prólogo de Josep M. Cadena, asesor artístico de UNIARTE: BANCA MAS cARDA EXBANK-Banco de Expansión Industrial, Barcelona, 1976.
Santiago Rusiñol, cat. exp., Barcelona, Museu d'Art de Catalunya, y Madrid, Fundación Cultural MAPFRE VIDA, 1997.
Fontbona, Francesc, «El jardín en la pintura catalana modernista», Jardines de España, cat. exp., Madrid, Fundación Cultural MAPFRE VIDA, 1999, pp. 112-119.
Pla, Josep, Santiago Rusiñol y su época, Barcelona, Destino, 1989.
Laplana, Josep de C., «Los jardines de Santiago Rusiñol», Jardines de España, cat. exp., Madrid, Fundación Cultural MAPFRE VIDA, 1999, pp. 51-69.
Cirici Pellicer, Alexandre, El arte modernista catalán, Barcelona, Aymá, 1951, pp. 334-342.
Fontbona, Francesc, El paisatgisme a Catalunya, Barcelona, Destino, 1979.