"El modelo de conquista de Granada, precedido de innumerables negociaciones y embajadas secretas, constituye un magnífico ejemplo de conquista esperada y pactada, con una consciente ceremonialidad que no escapan al lector en su causalidad.
Se trata de una ciudad que a los efectos sigue y seguirá siendo musulmana durante mucho tiempo, y que capitula en unas condiciones estipuladas, muy favorables para los conquistados.
Las Capitulaciones se servían de modelos previos que habían sido ensayados en todo el proceso de conquista territorial precedente. Los actos de toma de posesión, pues, estarán cargados de ritualidad y significación, ya que de ahí obtendrá la legitimidad el conquistador.
El día y hora elegidos para la entrega, un viernes a las tres de la tarde, fueron asociados a la muerte de Cristo por los exégetas posteriores y quizás los propios actores los eligieron así conscientes de la trascendencia del momento.
El lugar de la entrega política de la ciudad se hizo en las afueras, al lado de una rábita extramuros, y no en la Alhambra. Sin embargo, la conquista como tal estaba unida al control de la ciudadela de la Alhambra". (José Antonio González Alcantud - Estudio Preliminar del libro "Las Fiestas de la Toma", de Miguel Garrido Atienza).
"Entre tanto el Cardenal Primado que (...) había sido nombrado Capitán General de ésta expedición y caudillo de esta cruzada, se adelantó a tomar posesión de la Alhambra. Precedido de su guión arzobispal (...) y escoltado por quinientos caballeros y tres mil infantes, debajo de sus banderas (...); y al descender al antiguo campo de la Sabica, encontró al sultán Boabdil (...). Apenas se alejó Boabdil, se acercó al Cardenal, Yusef-aben-Comixa, alcaide de la Alhambra, y le franqueó la puerta principal". (Francisco Javier Simonet). Boabdil parlamenta secretamente con el Cardenal, pero no entrega ni la Alhambra ni la ciudad hasta encontrar a los Reyes Católicos en las afueras de Granada.
"Tras largo y tenaz asedio capitula y se entrega Granada a las tres de la tarde del día 2 de Enero de 1492, y este grandioso hecho, renombrado remate de la verdadera epopeya de la Reconquista, consumador de aquella unidad patria deshecha y perdida en las márgenes del Guadalete, cantado por cien y cien poetas, asunto fecundo del drama, de la novela y de la leyenda, tuvo por primera solemnización el ceremonioso acto posesorio descripto por historiadores y cronistas, y por ninguno con tanto lujo de detalles como el que contiene el siguiente relato, obra de un autor anónimo, y el que inserto en la rarísima compilación intitulada "La Mar de las Historias", libremente traducido, dice asi:"
"Llegado el día última y definitivamente concertado para la entrega, Monseñor Gualterius (Gutierre) de Cárdenas, gran maestre y preceptor de León, de la Orden de Santiago, salió del campamento por disposición del noble rey de España, bizarra y triunfalmente escoltado por 500 caballeros y 3.000 peones bellamente aparejados y dispuestos con dirección a Granada. Antes de llegar a ella, salieron a recibirle copia de grandes y famosos capitanes de moros en ciertos palacios, cercanos de la ciudad, conocidos por los palacios de los Anxares, conduciendo aseguida al referido preceptor y gran maestre hasta la Torre y Casa Real de la referida ciudad de Granada, llamada Alhambra, dándole los susodichos capitanes facultad y poder, franco y liberal acceso de entrar y tomar posesión y apoderamiento de las referidas Torre y Casa Real, para y en nombre del muy victorioso rey de España, al cual ellos declararían y reconocerían por su rey y soberano Señor".
"Y en señal de este reconocimiento y vasallaje, acompañado de gran efusión de lágrimas, de sollozos y de muchos lamentos, hicieron entrega al referido preceptor y gran maestre de las llaves de la referida Casa Real. En sus manos las llaves, tomó la posesión de las referidas Torre y Casa Real, y, después de expulsar de ellas a los infieles y sarracenos, dejó en las mismas un presidio de nobles y caballeros cristianos para que la custodiasen y defendiesen. En fin, aquel mismo día el referido preceptor celebró y dijo misa en cierto lugar de la dicha Torre llamado Mezquita. Cumplido este devotísimo acto, tomó posesión, en nombre del susodicho rey de España, de todas las demás fortalezas de la referida ciudad y villa de Granada".
"Pero primeramente y antes de todo, hizo levantar el signo de la cruz de nuestro Redentor sobre el más alto y más conspícuo lugar de la Torre principal de la referida Casa Real, a cuyo acto estuvieron presentes en ella los reverendos padres de Dios el Arzobispo Caralitan y los Obispos de Abuleri (Ávila), de Málaga y de Cádiz, con ciertos cantores cristícolas, los cuales cantaron en voz alta este devoto y popular cántico: "Te Deum Laudamus", y este devotisimo himno: "O cruz, ave spes unica". Dicha cruz fue levantada en alto tres veces, y a cada elevación de la cruz referida, el pueblo infiel de los moros que habitaba la ciudad, sollozaba, gemía, vertía copioso llanto y lanzaba grandes sollozos".
"Mientras esta ceremonia, el ejército cristiano que, provisto de sus armas y en batalla bien ordenada, se hallaba fuera aunque cercano de la Ciudad, viendo lo que acabamos de referir, transportado de alegría, se humilló delante de Dios alabándole y dándole gracias en alta voz por el inmarcesible triunfo alcanzado. Y el piadosísimo y victorioso rey de España, triunfante y noblemente armado sobre su caballo, luego al punto que vió la elevación de la cruz, echó pie a tierra y se prosternó y humilló hincando en el suelo ambas rodillas ante la dicha cruz, adorándola devotamente y dando gracias a Dios por las bendiciones que le había dispensado, alcanzándole la grande y gloriosa victoria de la conquista de aquella ciudad".
"Después de la referida elevación de la cruz, fué tremolado por otras tres veces el pendón del Apóstol Santiago, a quien se rindieron gracias y alabanzas; y finalmente, las banderas y estandartes del muy noble y muy católico rey de España, fueron enarbolados sobre la mencionada Torre, haciendo repetidas veces reverencia a la mencionada cruz y pendón de Santiago. Ejecutadas todas y cada una de estas cosas por el orden y manera en que se han dicho, un heraldo, que se hallaba en la repetida Torre, comenzó a gritar y publicar en alta voz y en idioma español las solemnes palabras que siguen:"
"Santiago, Santiago, Santiago, Castilla, Castilla, Castilla, Granada, Granada, Granada, por los muy altos, muy poderosos señores Don Fernando y Doña Isabel rey y reina de España que han ganado esta ciudad de Granada y toda su tierra por fuerza de armas de los infieles moros con la ayuda de Dios y de la Virgen gloriosa su madre y del bienaventurado Apóstol Santiago y con la ayuda de nuestro muy Santo Padre Inocencio VIII, socorro y devoción de los grandes prelados, caballeros, hijosdalgo e comunidades de sus reinos".
"Luego que el heraldo hubo terminado estos gritos, pareció como que la Torre temblaba por los grandes estampidos de los cañones y bombardas, los cuales, en señal de alegría y de victoria, fueron todos disparados a un tiempo. Entonces se oyeron los sonidos de las trompetas, clarines y toda suerte de instrumentos bélicos en demostración de alegría y regocijo. Todavía se hallaba alineado en batalla el ejército cristiano, noble y ricamente vestido en las afueras de la Ciudad, cuando se ofreció a su vista una grande procesión y compañía de cristianos, hasta el número de 700 hombres y mujeres, que se hallaban cautivos en la referida ciudad y habían sido puestos en libertad".
"Hecho lo relatado, -relato en el que se omite la entrega que Boabdil hizo de las llaves de Granada, en el que no se menciona la asistencia de la reina al acto de la entrega, y en el que se atribuye al gran maestre de Santiago la toma de posesión que corrió a cargo del cardenal Mendoza-, por el mismo excusado camino que antes siguieron D. Pedro González de Mendoza, D. Gutierre de Cárdenas, los prelados, deudos y amigos que los acompañaron, los monarcas subieron a la Alhambra, y después de tomadas todas las sobrepuertas, torres y fortalezas de Granada, de nombrar sus alcaides y de dotarlas de buenos presidios de tropas, comandadas todas ellas por el Conde de Tendilla, restituyéronse a Santafe, bajándose para ello de la Alhambra, no por el mismo excusado camino por donde subieron, sino por la calle de los Gomeles, yendo a salir al campo por la puerta de Elvira".
"Los Moros de la ciudad, dice nuestro Bermúdez de Pedraza, como afligidos estuvieron encerrados en sus casas mientras pasaba la procesión del triunfo de la Fé; no quisieron ver triunfantes las armas de Castilla; en calle, puerta ni ventana no pareció Moro este día, y parecía Granada ciudad desierta, o apestada".
"Granada, ni festeja, ni representa, ni describe, ni canta su derrota: que a su situación de subyugada por fuerza de armas, sólo cuadraba la pena en el corazón, el llanto en los ojos, y el desconsolado !ay¡ en los labios. Triste, callada, espectante, presencia la entrada solemne de Isabel y de Fernando, verificada el día 6 de Enero, festividad de los reyes, y la que Lafuente Alcántara describe así:"
"Pusiéronse en movimiento en mañana clara y despejada, con numerosa comitiva de damas, grandes, prelados y señores. Abría la marcha una escolta de caballeros cubiertos de arneses bruñidos y montados en soberbios caballos. Seguía el príncipe D. Juan, taraceado de joyas y diamantes, a cuyo lado cabalgaban en mulas el Gran Cardenal, revestido de púrpura, y fray Hernando de Talavera, obispo de Ávila y arzobispo electo de Granada: venían en pos la reina, con sus damas y dueñas, y el rey, montado con gallardía en un caballo arrogante; luego desfilaba el ejército al compas de pífanos y cajas, con banderas tendidas. La comitiva entró por la puerta de Elvira, siguió adelante hasta la Calderería, subió la calle hoy llamada de San Juan de los Reyes, y llegó a la Mezquita de los Conversos, que fray Hernando de Talavera purificó y convirtió en parroquia con el título de San Juan de los Reyes... Desde aquel templo bajaron todos a la Plaza Nueva, subieron por la calle de Gomeres y se aposentaron en la Alhambra. Los reyes tomaron asiento en el salón de Comares, en un trono prevenido por el conde de Tendilla, y dieron a besar sus manos a los caballeros de Castilla y a los magnates moros que acudieron a la misma ceremonia". (Miguel Garrido Atienza - "Las Fiestas de la Toma".