La llamada Revolución de Loja “del pan y del queso” (1.861), fue encabezada por Rafael Pérez del Álamo (1.829-1.911, albéitar y miembro republicano del Partido progresista y demócrata), y fue una rebelión popular, en protesta (entre otras razones) por las pésimas condiciones de trabajo en el campo, el no acceder a los beneficios de la Desamortización de Mendizábal y a la compra por el general Narváez de la sierra comunal de Loja, que hasta entonces era utilizada por los vecinos "pagando un canon para subvertir a los gastos públicos del Ayuntamiento". Al parecer, el llamar a esta Revolución de Loja, como “del pan y del queso”, es porque eran los alimentos que llevaban los sublevados en sus alforjas.
Vista de la ciudad de Loja. 1.820. Pintura de Alejandro Laborde y grabado de Berthault
La madrugada del 29 de junio, al frente de diez mil personas armadas, se dirigió hacia Loja, alzando la bandera de la República y cantando el Himno de Riego, con la proclama de "defender los derechos del hombre, tal como los preconiza la prensa democrática española, respetando la propiedad, el hogar doméstico y todas las opiniones". Saquearon la ciudad, estableciendo un sistema de reparto de tierras. Su objetivo: iniciar la Revolución Democrática en España desde el corazón de Andalucía. Pero no lo consiguieron. Fueron derrotados, pocos días después, cuando desde Alhama marchaban hacia Granada. El sueño revolucionario aún tendría que esperar...
Rafael Pérez del Álamo (1.829 - 1.911)
Finalizada la revuelta, se procedió al ajusticiamiento por el “Procedimiento Sumarísimo” de los cabecillas sublevados. 116 fueron fusilados, 1.180 fueron condenados a penas comprendidas entre los dos y los veinte años de presidio, 400 fueron deportados y Pérez del Álamo consiguió huir a Madrid.
PREPARATIVOS
Como gesto de buena voluntad hacia Andalucía, el 3 de septiembre de 1.862, la Reina firmó el indulto de los penados por la Revolución de Loja.
El viaje de Isabel II, entre el 12 de Septiembre y el 31 de Octubre de 1.862, por tierras de Jaén, Córdoba, Sevilla, Cádiz, Granada, Málaga, Almería y Murcia, fue (lo que hoy llamaríamos) una “operación política”, planeada con todo detalle y cuidado, por el Presidente del Consejo de Ministros, O'Donnell (Leopoldo O'Donnell y Jorís, 1.809 - 1.867).
"La reina Isabel II y su hermana Luisa Fernánda", de Carlos Luís de Ribera
Isabel había recorrido en 1.858, los territorios de Castilla, León, Galicia y Asturias; dos años después, en 1.860, Baleares, Cataluña y Aragón.
Ahora viajaría a Andalucía y Murcia, para conocer las gentes de su Reino y ser conocida personalmente por ellas. O'Donnell, sabía que el viaje podría contribuir a consolidar el trono; porque Isabel, con su llaneza, su bondad y su gracia castiza, se hacía querer por cuantos la trataban. Es fama que aquella “bondadosa reina sin seso”, como la llamó Galdós (Benito Pérez Galdós, 1.843 - 1.920), no podía ver infelices a su lado.
"Isabel II" - 1850/60 - Bertauts - Litografía coloreada a mano
Alejada de las “camarillas” y las intrigas cortesanas (que tantísimo le perjudicaron mientras ocupó el trono), Isabel ganaba extraordinariamente por su dimensión humana: actuaba naturalmente y con sinceridad, sin buscar halagos ni popularidad.
Hasta entonces, Isabel había sido respetada (incluso por sus adversarios políticos) y los descarados comentarios sobre su escandalosa vida privada, eran “sin hiel, ni veneno”... Aún así y todo, el pueblo, a pesar de la ligereza, la irresponsabilidad de Isabel, la veía como una Reina generosa, campechana y castiza.
Isabel II, presta juramento a la Constitución el 10 de octubre de 1843. Biblioteca Nacional de Francia.
EL VIAJE
Ahora vamos a seguir, en un cortos fragmentos intercalados, la voz de quien estuvo presente en Granada, durante los días que duró la Visita “Real”. A través del relato que Eduardo de los Reyes y Francisco Javier Cobos, periodistas del diario “El Porvenir de Granada” (de ideas acendradamente monárquicas) nos hacen en su “Crónica del Viaje de sus Majestades y Altezas Reales, por Granada y su Provincia en 1.862”, del inicio de su viaje y de la llegada de SS.MM. y AA. a la ciudad de Granada (marrón); y la descripción que nos dejó, en su libro “Viaje por España”, el escritor danés Hans Christian Andersen (1.805 - 1.875) (azul):
Vagón de tren de la Empresa M.Z.A. fabricado para el viaje de Isabel II, en 1.862
“A las once menos cuarto de la mañana del viernes 12 de septiembre las salvas de artillería anunciaban la salida desde el Real Palacio hasta la estación del ferrocarril del Mediodía, el viaje a las capitales del Sur de la península había empezado. La Reina, el Rey y sus dos hijos mayores el Príncipe de Asturias y la Infanta Doña Isabel viajarán juntos.
Salieron también desde Madrid para acompañarles durante todo el viaje el Duque de Tetuán (presidente del Consejo de Ministros), Don Saturnino Calderón (ministro de Estado) y el marqués de la Vega que era ministro de Fomento.
La Familia Real y los Duques de Montpensier en la portada de la "Crónica Regia: viaje de la Corte a Sevilla en 1862"
Por parte de la casa Real les acompañaban: El duque de Bailén, mayordomo Mayor de S.M.; el marqués de Alcañices, mayordomo Mayor de SS.AA.RR.; la marquesa de Malpica, Aya de SS.AA.RR.; el conde de Balazote, caballerizo Mayor de S.M.; Don Francisco de Goicoerrotea, administrador general de la Real Casa y Patrimonio; el arzobispo D. Antonio María Claret, confesor de S.M.; el duque de Ahumada, primer comandante general del Real Cuerpo de Guardias Alabarderos.; D. Miguel Tenorio, secretario particular de S.M.; el marqués de San Gregorio y D. Juan Drumen, médicos de Cámara; el mayordomo de semana, D. Isidro Losa.; los ayudantes de Campo de S.M el Rey, generales D. Mariano Belestá y D. Joaquín Fitor; y los caballerizos de Campo, D. Luis de León y D. Emilio Perales. Se subieron también al tren Real hasta Santa Cruz de Mudela D. José de Salamanca y D. Antonio Guillermo Moreno, representantes de la Compañía del Ferrocarril”.
Mapa Topográfico de la ciudad de Granada. Francisco Dalmau. 1.796
“Granada, lunes, 6 de Octubre. La ciudad entera hervía de agitación y prisas; a los tres días llegaría la reina con su consorte, sus hijos y su séquito. Era la primera vez, …, que Granada iba a ver a su reina.
Cara a la Alameda, delante de la entrada principal, se erguía un arco de triunfo de cartón, papel pintado imitando mármol y con esculturas de yeso. En la luz del crepúsculo y bajo la iluminación de la noche en calma, todo aquello tendría un efecto impresionante; pero, ahora, a plena luz del día, era como el escenario de un teatro.
En las calles donde derribaban edificios viejos, había sido tapados los signos de demolición con grandes planchas de cartón y harpillera pintadas, simulando bloques de sillería.
Crónica del viage [sic] de SS. MM. y AA. RR. á las provincias de Andalucia en 1862 (1863) - Pongilioni, Aristides
En las plazas, donde sólo se conservaban los fundamentos de antiguos monumentos, había erigido sobre éstos grandes obeliscos de tablas y lienzo.
Todo ello evocaba los viajes de la emperatriz Catalina de Rusia, por cuyo motivo, ciudades enteras de cartón piedra eran construidas para que su majestad imperial se regocijase viendo lo poblado que estaban aquellos vastos parajes.
Entre los árboles de la Alameda colgaban guirnaldas de colorines con farolillos de papel; y sobre la ancha calle que conducía al edificio donde iba a residir la reina, habían tendido, entre los últimos pisos de la fincas una serie de cuerdas, destinadas a colgar infinidad de farolillos que formarían un abigarrado y resplandeciente techo allá arriba, sobre las cabezas del tropel de gente.
Portada del libro "I Spanien" ("Viaje por España"), de Hans Christian Andersen (1.863)
Cerca de allí, en el bien conservado barrio moro, donde los bazares y la pavimentación de las calles mantienen aún su traza original, se prolonga una estrecha calle de construcción más tardía, habitada por comerciantes.
De todas las ventanas colgaban flotando largos crespones azules y rojos, como en una escena de la danza del velo. En medio de este ligero y etéreo ornato, había colgadas grandes arañas de cristal, repletas de velas, toda la calle iba a refulgir como un enorme salón de baile.
Hans Christian Andersen - Kopenhagen, 1862
Ahora, alguien se ocupaba de colgar farolillos de papel de vivos colores que iban a iluminar, con esplendor oriental, la oscura y prolongada avenida el día en que la reina subiese a visitar la Alhambra. Una multitud de obreros venían cargados con haces de ramos de mirto, farolillos multicolores y papeles pintados para la decoración de lugar -cosas que ofendían la vista en presencia de la majestad de tan portentosas ruinas.
De una de aquellas casitas, atravesando una pequeña y vulgar puerta, se pasaba a los fastuosos patios y salas de los monarcas árabes. Me costó mucho conseguir permiso para entrar allí. Andaba todo el mundo la mar de ajetreado con los preparativos de la visita de su majestad la reina. No obstante, unas palabras amables y unas pesetas me abrieron las puertas.
"Isabel II de España", de Federico Madrazo
Gracias al coronel Larramendi visitamos gran número de instalaciones engalanadas en honor a la reina, a las que, como extranjeros, no hubiésemos tenido acceso.
La bandera tremolaba en lo alto de una gran tienda de campaña con los colores españoles, rojo y amarillo, recientemente levantada allí. Se componía de tres pabellones, cuyo suelo había sido recubierto por un tapiz de terciopelo rojo. En ese lugar iba a ser recibida la reina, a su llegada, por las autoridades del Estado Mayor”.
"La Alhambra. Molinos arabes y Torre de Comares", fotografía de Charles Clifford
“El jueves, 9 de Octubre de 1.862, era el día señalado en el itinerario general del viaje de SS. MM. y AA. a las provincias de Andalucía, para su entrada en Granada.
Fue el jueves, nueve de Octubre, cuando la reina, por primera vez, hizo su entrada en Granada. Desde muy temprano se balanceaba la marejada humana por la calles. ¡Menudo espectáculo!.
De todos los balcones pendían abigarradas colgaduras bordadas en oro; cuando menos, una sábana blanca adornada con trencillas de cinta roja.
Isabel II en 1852, retratada junto a su hija Isabel. Franz Xaver Winterhalter, Palacio Real de Madrid.
Banderas y estandartes tremolaban en el aire; los farolillos, los globos y las guirnaldas de flores colgaban muy juntos unos de otros, formando un inmenso toldo sobre la ancha calle.
A lo largo de la prolongada calleja, que corría por detrás de los bazares morunos, flotaban, desde el último hasta el primer piso, largos crespones blancos y rojos, cual seres etéreos en una danza de sílfides. Las grandes arañas de cristal, rematadas por aéreas coronas doradas, colgaban en lo alto de la calle; todo parecía preparado como en una apoteosis de alegría infantil. Los balcones estaban atestados de gente, en su mayoría señoras, un tesoro de hermosura española. ¡Qué variedad de colores en el vestir!, sobre todo abajo en la calle. Los labriegos de la campiña y de la montaña ostentaban sus galas dignas de ser retratadas. ¡Cuántos motivos para pintar! Por allí cabalgaba un campesino a la grupa de un asno, y delante de él traía colgando las alforjas con una preciosa chiquilla en cada una, probablemente sus hijitas; acudían hoy a Granada para ver a la reina y el despliegue de tanta maravilla; sus ojos echaban chispas de asombro y felicidad.
"La Alhambra. Vista de la Alameda". Fotografía de Charles Clifford
A las dos y trece minutos de la tarde llegó la silla Real a las puertas de Granada: un grito inmenso llenó el espacio; una aclamación unánime brotó de todos los pechos; y en tanto que la voz de los cañones llevaba por todos los ámbitos del horizonte la anhelada noticia, y las campanas con sus metálicas lenguas alzaban hasta el cielo un himno de alegría, entre la Monarquía y el pueblo…
El Ayuntamiento había mandado levantar una magnífica tienda para recibir a SS. MM. y AA. ya dentro del límite municipal.
Isabel II con la infanta Isabel (Cuartel General del Ejército, Palacio de Buenavista, Madrid) F. de Madrazo
Destinados los primeros momentos después de la llegada al arco de SS. MM. y AA., cuando la Reina pasó del tocador al gran salón de la tienda, se dignó dirigir la palabra... usando con todos frases de la más benévola complacencia, por la entusiasmada acogida con que se la recibía.
Minutos antes de las cuatro, dió S.M. la orden de marchar. A la puerta de la tienda aguardaba ya la elegante y lujosa carretela tirada por seis magníficos caballos adornados con vistosos penachos… Rompió la marcha una escuadra de batidores de la Guardia Civil, a la que seguía la Guardia Municipal, a caballo, con su música. Otros cuatro batidores y un caballerizo de campo, precedían al carruaje regio… siguiendo después los carruajes de la alta servidumbre y los del acompañamiento, que eran en un número respetable.
"La Alhambra. Alameda y el jardin de Dn. Carlos Calderon". Fotografía de Charles Clifford
Por fin, a las cuatro de la tarde, entró en Granada su majestad la reina. Se dijo que había llegado a la tienda de campaña, preparada para su recibimiento, media hora antes que las autoridades que deberían recibirla; allí la reina había tenido que esperarlas.
La regia comitiva siguió la carrera que estaba designada, entrando por el Triunfo, donde se levantaba ya el magnífico pabellón que la Diputación provincial había hecho construir para que SS. MM. pudieran presenciar los fuegos de artificio, siguiendo por la calle de San Juan de Dios, la de la Duquesa, la de las Tablas, Alhóndiga, Puerta Real, Reyes Católicos, Príncipe, Plaza de Bib-rambla, Pasiegas, á la Catedral. Pintar lo entusiasta, lo solemne, lo animado de la entrada de los Reyes, lo tenemos por imposible. Sueñe la imaginación una tarde clara y despejada, más que de otoño, primaveral; un cielo azul y transparente; cien mil almas en las calles; cien mil gritos de aclamación ferviente y espontánea; la voz de los cañones atronando el espacio; millares de flores aromando el ambiente, tapizando el suelo, cayendo sobre el carruaje real como una lluvia perfumada; arcos de triunfo de vistosa arquitectura; jardines de pintoresco y oloroso follaje; surtidores de agua que reflejaban los rayos del sol poniente, descomponiéndolos en sus mil líquidos prismas; colgaduras, gasas, crespones, coronas, templetes, trasparentes, banderas nacionales en los balcones, en las ventanas, en las puertas, en las calles; los sexos, las clases, las condiciones, las edades, confundidas, revueltas, formando una masa única, compacta, unida por el amor, por el cariño, por el respeto…
Retrato de la reina Isabel II. Aguada y gouache sobre papel. F. Madrazo. Museo Bellas Artes de Córdoba
¡Qué explosión de júbilo! Volteaban las campanas de todas la iglesias; nutridos grupos de gitanos bailaban por las calles tocando las castañuelas y unos extraños instrumentos de cuerda. Eran como un ruidoso desfile de bacantes. Aquellas figuras de piel tostada y pelo negro iban acicaladas con increible primitivismo. Recordaban a esos niños que juegan a comedias y que por estarles permitido ponerse cualquiera de los trapos viejos, arrinconados en el guardarropa, lo cogen todo y se lo cuelgan encima. Los gitanos traían absolutamente todo cuanto relucía y llamaba la atención; cintas y pañuelos de seda, flores, y objetos dorados colgándoles del cabello. Avanzaban en tropel por calles y plazas gritando: ¡A la puerta de Vivarrambla!.
Granada. Arco de triunfo para la visita Real de Isabel II
Desde los balcones y las vallas de los jardines aplaudía la multitud de espectadores. El tumulto crecía; las bandas de música tocaban a nuestro alrededor; resonó el clarín: “¡Viva la reina!” Deshojaron rosas, pétalo por pétalo -la rosa entera hubiera sido desmasiado pesada en la caída-; algunos pétalos flotaban en torno a la reina, que venía sentada en su carroza tirada por un tronco de hermosos caballos andaluces.
"Isabel II" (1844), óleo atribuído a Isidoro Santos Lozano Sirgo
La reina mostrábase afable y contenta; había en su rostro una franqueza que inspiraba confianza y afecto; el júbilo del pueblo parecía entrañable y sincero. Junto a la reina iba sentado el rey consorte; frente a ellos, la joven infanta y su hermanito Alfonso, príncipe de Asturias.
El cortejo llegó a la catedral, lo primero que visitó la reina. Una humareda de incienso salía por la puerta abierta ante la que se había congregado la muchedumbre en corro. La gente colgaba de los salientes de los muros o trepaba por los zócalos agarrándose a los santos de piedra.
Granada. Arco de triunfo para la visita Real de Isabel II
A la Santa Iglesia Catedral, ... llegaron SS. MM. y AA. a las cuatro y media de la tarde, donde fueron recibidos con el solemne ceremonial acostumbrado, por el venerable Arzobispo, Cabildo y Clero, por el Ilmo. Sr. Obispo de Guadix, y el no menos venerable P. Claret, confesor de S.M. Bajo palio llegaron los Reyes y Altezas reales hasta la capìlla mayor, en la cual, y al lado del Evangelio, se había construido al efecto un ancho y magnífico estrado tapizado de terciopelo y oro.
Terminado el acto piadoso de la oración, SS. MM. y AA. se dirigieron a la Real morada, siendo despedidos con la misma solemnidad que a su entrada a la Iglesia, y volviendo por la plazuela de las Pasiegas, plaza de Bib-rambla, calle del Príncipe á la del Carmen.
Isabel II presenta a su hijo el príncipe Alfonso. Escultura de Agapito Vallmitjana
En medio de aquella manifestación de alegría popular, la reina se dirigió en su carroza a la engalanada residencia, entre el aleteo de pañuelos y la lluvia de pétalos de rosa. El luminoso día de sol se transformaba en fulgor de ocaso, y ya convertíase Granada en una ciudad de cuento: estábamos en el mundo de hadas de “Las mil y una noches”. En el aire, por encima de Granada, colgaba todo un abigarrado tapíz de lámparas, algo así como una nube de resplandecientes colibríes.
En Palacio aguardaban ya todas las Corporaciones, que tuvieron la honra de saludar más inmediatamente a las egregias personas que pisaban entonces por vez primera el suelo granadino.
La multitud que llenaba toda la plaza del Carmen y todas las calles inmediatas, aclamaba incesantemente a S.M. la Reina, que se presentó en el balcón principal de Palacio acompañada de su augusto Esposo y de S.A.R. el Príncipe de Asturias. … S.M. la Reina, en uno de esos naturales arranques de su corazón de madre, en uno de esos momentos de feliz inspiración que le son tan propios, poseída también, sin duda, del entusiasmo popular, tomó al joven Príncipe en sus brazos y lo presentó a la multitud. Como si una chispa eléctrica hubiera tocado a todos los corazones, más de cincuenta mil personas que se agitaban bajo aquel balcón, prorrumpieron en un “VIVA” tan unánime como espontáneo; en una aclamación frenética y atronadora; todos saludaron al tierno vástago esperanza de la patria: todos aclamaron su nombre y el de su bondadosa madre nuestra excelsa Reina Doña Isabel II.
Granada. Arco de triunfo para la visita Real de Isabel II
Concluida la solemne entrada y recepción de SS.MM.,dos batallones del regimiento de infantería de Córdoba, uno del de América, y el regimiento caballería de Albuera, tropas que habían formado la línea de la carrera, desfilaron frente a los balcones del Real Palacio batiendo marcha y en columna de honor, permaneciendo después en la plaza y sus avenidas la compacta muchedumbre, ansiosa siempre de volver a saludara sus Regios huéspedes.
Ese día, en el que se repartieron a los pobres mil panes de a dos libras… concluyó por una serenata que se dió a SS.MM. y AA. por las dos bandas de música de los regimientos de Córdoba y América, compuesta de piezas escogidas, y desempeñadas con la maestría y perfecta inteligencia que tan buen nombre ha dado a aquellas bandas… La inmensa concurrencia que llenaba la plaza del Carmen, continuó en ella hasta hora muy avanzada de la noche…
Retrato de Isabel II, encargado a Luis de Madrazo y Kuntz, como regalo a la Universidad de Granada, por la visita de la reina en 1862
Poesía de Granada, flores llameantes que desaparecéis entre el magnífico resplandor. Estallaron y relucieron los fuegos artificiales; la propia luna salió al fín… y brilló entre las luces, iluminando las cumbres de Sierra Nevada.
Difícilmente se presentará un día más hermoso, más tibio, más perfumado por esas brisas que se escapan de las corolas de las flores de nuestros cármenes, que el viernes, 10 de Octubre, cumpleaños de S.M. la Reina, y primero que iba a pasar en este pueblo tan augusta Señora”...
Y pasó el día, con su tarde y su noche, como un resplandor de fiesta, que duró otros seis días completos, todo el tiempo que la reina se dignó permanecer en Granada. Había tal y tan abrumadora riqueza de detalles que no es posible anotarlos y referirlos todos. Vagué de un lado a otro, de noche y de día, allá por donde me llevaron mis pies. Lo extraordinario resultaba ya común…
"Gitanas cantando con Chorrojumo", fotografía de Charles Clifford
COLOFÓN
Para finalizar éste articulito le voy a dar la palabra a Don Juan Bustos Rodríguez (1.930 -2.005), gran periodista sevillano y granadino de adopción, que entre los años 1.998 y 2.005, fue el Cronista Oficial de Granada:
Retrato de Isabel II pintado por Federico Madrazo
“O’Donnell acertó en su propósito y el viaje de Isabel II por el Sur y Levante del país fue un acontecimiento multitudinario, como hoy diríamos, una renovación (la última) del amor y afecto de sus pueblos por la Reina tan bien llamada “de los tristes destinos”. En todas partes la familia real fue aplaudida y vitoreada con entusiasmo. Se sucedieron triunfalmente las recepciones, las inauguraciones, las funciones teatrales, las exposiciones y los besamanos, en los que S.M. el Rey consorte, Francisco de Asís, menudito, presumido, de Capitán General, se situaba inmediatamente detrás de la Reina. Es fama que daba gusto besar la mano de Isabel, gordezuela, llena de hoyitos rosas, con una esmeralda como una uva en el meñique. En todas aquellas ocasiones, las gentes veían la Isabel II que nosotros vemos ahora en los cuadros de Madrazo: una mujer con el cabello partido en cocas, claros indicios de obesidad, el cuerpo dentro del inflado miriñaque y unos claros ojos azules que irradiaban bondad, pero también pereza mental y abulia.
Retrato de Isabel II, 1876, de Paul Nadar
Políticamente el recorrido regio fue un éxito rotundo, porque Isabel II fue recibida y aclamada con verdadera simpatía y cordialidad. Cuarentona, matronal, graciosa, de voz apicarada, zumbona y ocurrente, se repetían de boca en boca sus salidas, sus dichos. También se ganaba a las gentes con sus espontáneos rasgos de generosidad. Aquí mismo, en Granada, cada vez que tuvo que entregar premios, ayudas o socorros (y se celebraron varios actos de esta clase) dobló sin consultar a nadie las cantidades previstas, satisfaciéndolo de su peculio particular. Gastos semejantes eran propagados por doquier y las gentes los premiaban con sus vivas y ovaciones al pasar Isabel, feliz, pomposa, sonriente, sobre los cojines del coche real, saludando con el abanico de marfil y oro en la mano enguantada de encaje.
Isabel II con su hijo, el futuro Alfonso XII
Por otra parte, España atravesaba en aquel tiempo uno de sus escasos episodios de paz y tranquilidad en el revuelto siglo XIX. Gobernaba O’Donnell y el país daba la impresión de serenarse tras toda clase de revueltas, motines y algaradas. Aquel Octubre de 1.862, sí, fue todavía una apuesta por la esperanza de un futuro mejor y más digno para los españoles. ¡Qué desgracia, que los avatares posteriores del pobre reinado de Isabel II dieran al traste, poco después, con aquel breve chispazo de ilusión colectiva!.
"Isabel II, reina de España", óleo de Germán Hernández Amores
Granada fue una auténtica fiesta popular entre los días 9 y 14 de Octubre de 1.862: un considerable gentío llenó las calles de los itinerarios de la familia real, los arcos triunfales levantados en diversos puntos de los recorridos, los fuegos artificiales, las colgaduras y banderas tremolando al aire, las iluminaciones extraordinarias,,,.
Granada fue protagonista de un fastuoso acontecimiento que entusiasmó al pueblo, en todas sus capas sociales, desde la gente principal (que prestó hasta muebles y tapices para engalanamiento de los lugares que visitan la Reina y su familia) a la gente de los barrios populares y aún de los pueblos de la Vega, que, en estos días, iban y venían contínuamente para no perderse la oportunidad de conocer a Isabel II.
Medalla conmemorativa de agradecimiento a la reina Isabel II. 1.865
Ni la Reina feliz ni su pueblo entusiasmado llegaron a percibir, siquiera vagamente, que, durante aquel reinado, se estaba librando una pugna terrible entre la reacción y el progreso, una lucha implacable tratando de hallar un necesario equilibrio político y social. Aquel increíble desconocimiento, aquella peligrosa ignorancia, y las sucias trapisondas de la corte de Isabel, corte tan devota, tan supersticiosa, tan carente de moral y tan intrigante, motivaron la Revolución de 1.868, que la arrojaría del trono y de España.
Fotografía de Isabel II - autor desconocido
Por entonces, los granadinos (que seis años antes había vitoreado a la ahora destronada) quemaron su retrato públicamente. La propia Isabel (de fresco desahogo siempre) acaso hubiera dicho: “¡Qué cambio en tan poco tiempo!”. Alguien ya precisó sobre ella diciendo: “Hubiera sido una reina adorada por su pueblo, si hubiese estado bien casada y hubiera reinado en época de paz y tranquilidad”. Pero ninguna de ambas cosas se dieron”.
Benito Pérez Galdós, hizo una entrevista (1.902) a Isabel II, en su exilio parisino y tres días después del fallecimiento de la reina, escribió un artículo, a modo de epitafio de su persona y reinado, que publicó el diario "El Liberal", el 12 de abril de 1.904: “El reinado de Isabel II se irá borrando de la memoria, y los males que trajo, así como los bienes que produjo, pasarán sin dejar rastro. La pobre Reina, tan fervorosamente amada en su niñez, esperanza y alegría del pueblo, emblema de la libertad, después hollada, escarnecida y arrojada del reino, baja al sepulcro, sin que su muerte avive los entusiasmos ni los odios de otros días. Se juzgará su reinado con crítica severa: en él se verá el origen y el embrión de no pocos vicios de nuestra política; pero nadie niega ni desconoce la inmensa ternura de aquella alma ingenua, indolente, fácil a la piedad, al perdón, a la caridad, como incapaz de toda resolución tenaz y vigorosa. Doña Isabel vivió en perpetua infancia, y el mayor de sus infortunios fue haber nacido Reina y llevar en su mano la dirección moral de un pueblo, pesada obligación para tan tierna mano”.