Oviedo (Asturias), miércoles, 3 de Octubre de 2.018.
Hemos madrugado. Aún no ha amanecido, cuando llegamos a la iluminada Plaza de la Catedral, para cumplimentar, frente a la “Sancta Ovetense”, al Salvador y al Rey Alfonso II, “El Casto” (759 - 842), el Noveno Monarca Asturiano y el Primer Peregrino a Santiago de Compostela.
En el costado norte de la Catedral, junto a los “Jardines de los Reyes Caudillos Asturianos”, se encuentra la estatua de Alfonso II, obra del escultor asturiano, Víctor Hevia Granda (1.885 - 1.957). El conjunto escultórico, tallado en piedra, con las imágenes de los 12 Reyes de Oviedo, se inauguró en 1.942, coincidiendo con el Milenario de la Cámara Santa.
El suceso más trascendental ocurrido durante el reinado de Alfonso II “El Casto”, fue la aparición de los restos mortales del Apóstol Santiago el Mayor.
Dice la tradición que, en una fecha indeterminada, durante el primer tercio del siglo IX, en el frondoso e inaccesible bosque de Libredón, en un pequeño valle entre los ríos Sar y Sarela, vivía retirado Pelagio, un santo eremita que había buscado refugio espiritual en las ruínas del antiguo castro celta de Amaea, junto a la pequeña iglesia de San Félix de Solobio (levantada sobre los restos de un ancestral santuario pagano). Pelagio observó, durante una noche estrellada, un suceso que le llamó mucho la atención: sobre un montículo, unas extrañas luces producían un intenso resplandor, y se movían, como si danzaran en el aire… y se escuchaban dulces cantos celestiales.... Sin demora, informó del sorprendente y espectacular suceso a Teodomiro, obispo de Iria Flavia. Teodomiro se personó en el lugar y tras comprobar el extraño fenómeno... meditó y ayunó durante tres días… y después ordenó excavar sobre el “Campus Estellae” (como se llamó al lugar, ya que sobre él parecía que llovían estrellas...), encontrándose un antiguo sepulcro, con paramentos de mármol y estructuras de bóvedas arqueadas, que parecía coincidir con la tradición jacobea, según la cual en Galicia, en el “Finis Terrae”, la mítica reina Lupa cedió éste lugar y en «arca marmórica» (o en “arcis marmoricis”): en un sepulcro o arca de mármol, estarían enterrados Santiago (el hijo del Zebedeo, que sufrió martirio bajo Herodes, rey de Judea) y sus discípulos: San Teodoro y San Atanasio, enterrados a derecha e izquierda del maestro.
Teodomiro envió un emisario a Oviedo, para comunicar el milagroso hallazgo al rey Alfonso II “El Casto”, que acudió al lugar, en compañía de su familia y la corte real, convirtiéndose en los primeros peregrinos que viajaban para visitar los restos del Apóstol Santiago.
El rey Alfonso mandó construir una iglesia (de una nave y techumbre de madera), con la cabecera ó ábside, colocado sobre el sepulcro encontrado.
Después mandó crear la comunidad monástica de San Salvador de Antealtares (actual convento de San Paio), para cuidar y proteger los restos del Apóstol. Y completó la labor de creación de lo que se iba a conocer como el “locus sancti Iacobi” (el lugar santo de Santiago) con un baptisterio del que apenas se conservan restos.
En muchas ocasiones, es una tarea muy difícil y complicada separar la realidad de la leyenda. A antiguos monarcas, que llevaron a cabo numerosas proezas, la Historia los recuerda con “apodos”. Es el caso de Alfonso II de Asturias conocido con el sobrenombre de “El Casto”. Su vida parece haberse limitado al hecho de que, aún contrayendo matrimonio (algunas fuentes aseguran que no lo hizo), nunca llegó a tener relaciones íntimas con su esposa y tomó el celibato como opción religiosa. Lo que sí es cierto es que no se le conoce ninguna descendencia directa, ni legítima ni bastarda.
La información que nos ha llegado sobre Alfonso II es muy escueta y está basada principalmente en la “Crónica Albeldense” (ó “Cronicón Emilianense”): un manuscrito anónimo, redactado en latín, sobre el año 881; pero voy a intentar hacer un pequeño bosquejo, que nos permita conocer un poco más sobre su vida y obra:
Alfonso II nació en Cangas de Onís (Asturias), alrededor del año 759 d. C., destinado a gobernar un pequeño feudo montañoso, acorralado por el arrollador avance musulmán del Califato Cordobés, en una época de turbulencia en la que sobrevivir a la enfermedad y la guerra constituía un milagro cotidiano.También he leído que Alfonso era natural de Oviedo, pero creo que ese dato no es correcto, ya que los monjes Máximo y Fromestano, en el año 761 (dos años después del nacimiento de Alfonso), construyen una explotación agrícola monástica y una pequeña iglesia (bajo la advocación de San Vicente) que será el origen de la ciudad de Oviedo.
Fruela I: Cuarto Rey Asturiano (759 - 768), era conocido como “El Hombre de Hierro” (hijo del rey Alfonso I “El Cántabro”, a quien sucedió en el trono y de la reina Ermesinda, hija del rey Don Pelayo). De Fruela I, se dice que era feroz y despiadado; que mató a su hermano Vimarano (que le intentaba quitar el trono), pero crió a su hijo (Bermudo) y que murió asesinado en su propia corte (en una revuelta de nobles entre los que se encontraba su primo Aurelio, que fue elegido nuevo rey) cuando su hijo era todavía un niño.
Fruela contrajo matrimonio con una joven noble alavesa llamada Munnia Overquiz, que había sido tomada como rehén en la campaña llevada a cabo contra los vascones. Munnia era hija de Lope II, duque de Gascuña y de Numabela (hija de Fruela de Cantabria ó Fruela Pérez).
Fruela y Munnia fueron padres del futuro rey asturiano Alfonso II y también de doña Jimena (que fue abadesa en el monasterio de San Juan Bautista, hoy “de San Pelayo de Oviedo”).
Ascendientes directos de Alfonso, lo eran: su bisabuelo, Pelayo, que se había alzado en armas contra las huestes musulmanas en la batalla de Covadonga; y su abuelo y homónimo, Alfonso el Cántabro, que había “yermado” el valle del río Duero, con el fin de dificultar el avance de los ejércitos musulmanes hasta la Cornisa Cantábrica, obligándoles a cargar con su propio avituallamiento.
En el año 766, el príncipe Omeya Abd al-Rahman I “El Emigrado”, mandó a su liberto Bedr, al frente de su ejército, en una razia o algara, contra los reinos cristianos del norte de Hispania, llegando a Álava y consiguiendo rehenes y tributos y firmando un tratado que obligaba a los cristianos a entregar, anualmente, 10.000 onzas de oro, 10.000 onzas de plata, 10.000 caballos, 10.000 mulos, 1.000 cotas de malla, 1.000 cascos y 1.000 lanzas de asta de fresno.
Tras el asesinato de su padre, en el año 768, Alfonso abandona la Corte, en unión de su madre y su hermana Jimena, refugiándose en Seoane de Caurel, donde fueron acogidos y protegidos por los monjes del monasterio lucense de San Julián de Samos. Durante el largo período de estancia entre los muros del monasterio, tanto él como su hermana, recibieron una esmerada educación a cargo de los monjes. Circunstancia que modeló la personalidad de Alfonso, preparándole para asumir, con absoluta garantía, sus futuras obligaciones.
Alfonso se sintió desde muy temprana edad depositario del legado cultural recibido de los godos y consideró un deber sagrado protegerlo, conservarlo e incluso acrecentarlo, en la medida de lo posible. Los elementos esenciales de esa herencia eran la defensa de la fe cristiana y la recuperación de la unidad política y territorial que había tenido la Hispania visigoda antes de la invasión musulmana.
Las crónicas de ese tiempo relatan escenas de una brutalidad extrema (más próxima a la barbarie que a la idea que nosotros tenemos de “civilización”), de cabezas cortadas de soldados enemigos (clavadas sobre picas en las plazas públicas; amontonadas en las encrucijadas de los caminos; o “decorando” las almenas de una fortificación); de cuerdas de prisioneros (conducidos a la servidumbre o para ser vendidos en los mercados de esclavos); y de mujeres jóvenes (como “objeto sexual”, para disfrute de los guerreros). “Tierra quemada”..., con el sólo propósito de imponer la religión de Alá.
La sociedad astur estaba dividida entre los partidarios de la vía ortodoxa, heredera del antiguo reino visigodo; o los más reformistas, que propugnaban una vía de entendimiento con los musulmanes de Al-Andalus.
Durante el reinado de Aurelio (768 - 774), se iniciaron las negociaciones con la corte de Abd al-Rahman I, para firmar la paz entre ambos reinos. Se llegó a un acuerdo, que se tradujo en el pago de importantes tributos (en moneda y en especie), y que obligó al rey asturiano a entregar como garantía un gran número de rehenes, que según la leyenda, habría dado origen al topónimo de la localidad de El Entrego, en la comarca del valle del Nalón.
En el año 774, tras haber reinado durante seis años, fallece el rey Aurelio (por enfermedad), en San Martín del Rey Aurelio (que entonces formaba parte de Langreo), donde tenía su residencia principal y hacía las veces de capital del reino.
Tras la muerte de Aurelio, la corona asturiana regresó a su dinastía, pues fue elegido rey Silo (774 - 783), el marido de su tía Adosinda, que mandó traer a Alfonso (que ya tenía 15 años) a la Corte real, situada en Oviedo. Durante los siguientes nueve años, Alfonso se convirtió en un hombre de confianza de sus tíos, ocupándose de la administración del palacio de Oviedo (“Palatium Regis”), y de los asuntos cortesanos.
Al morir el rey Silo (sin descendencia) en el año 783, su tía consiguió que fuera él a quien eligieron los nobles para sucederle en el trono. Pero pocos meses después, fue depuesto por Mauregato (hijo ilegítimo de su abuelo Alfonso I y de la esclava musulmana, Sisalda) y los nobles que le apoyaban. Nota: estos nobles eran los mismos que habían asesinado al padre de Alfonso y temían que éste se vengase de ellos. Para evitar que le matasen a él también, Alfonso debió de huir a tierras de Álava (donde se refugió entre los parientes de su madre) y su tía (la reina viuda, Adosinda) se vio obligada a enclaustarse como monja en Santianes de Pravia.
En los siguientes años, Alfonso fue testigo de los excesos e indignidades del reinado de Mauregato (783 - 789), al que se le ha atribuido el infame “Tributo de las Cien Doncellas”, por el que, anualmente, el reino asturiano debía entregar 50 jóvenes nobles y 50 siervas al Emir musulmán.
A la muerte (natural) de Mauregato, los nobles asturianos eligieron como rey a Bermudo I “El Diácono” (789 - 791), casado con Ursinda Munialona de Coimbra (nieta del rey Witiza).
El rey Bermudo permite la vuelta de Alfonso a la Corte y le nombra Jefe Militar de la Frontera Oriente (Álava), donde vence, reiteradamente, a los musulmanes.
Bermudo I, fue derrotado por las tropas del nuevo Emir cordobés, Hisham I, en la batalla de Burbia (Bierzo, León) y, hastiado, el 14 de septiembre de 791, decidió abdicar en la figura de su sobrino Alfonso y retirarse a un convento.
Alfonso era ambicioso y prudente, a partes iguales. Era culto y gran estratega y parecía escogido, como el monarca idóneo para afrontar los peligros que se cernían sobre el joven reino astur, pero nadie podía sospechar que aquel joven, de profundas convicciones religiosas. iba a dirigir el reino durante más de medio siglo.
No se contentó con ser alzado sobre el escudo por sus guerreros, sino que fue solemnemente coronado y ungido por un prelado de la Iglesia, con el fin de sumar la Legitimidad de Orden Divino a la Razón de la Fuerza. Se empeñó en la recuperación de la vieja tradición goda, dando vigor al uso del “Liber Iudiciorum” (texto de derecho legal que le permitió un mejor gobierno sobre su pueblo). Recuperaba de ese modo, la tradición visigoda, reproducida en la organización de su palacio y su gobierno, así como en sus fueros y leyes. No en vano, había sido educado en el monasterio de Samos, fundado por refugiados venidos del sur, impregnados del saber aprendido de San Isidoro.
Por delante tenía la ardua tarea de convertir un reino frágil y amenazado en una realidad con futuro. Entre Alfonso II y su misión se erigió un rival formidable, el joven emir Hisham.
Al piadoso Hisham le parecía que la guerra santa era una obligación, y con su reino casi completamente tranquilo, decidió hostigar, cada año de su reinado, a los cristianos del norte, cosa que su padre no había podido hacer.
Durante media centuria, el reino de Asturias sufrió ofensivas prácticamente anuales, que, partiendo desde Córdoba, arrasaban lo que hoy es Cantabria y Vizcaya, entrando por Álava, o devastaban Galicia. A menudo esas aceifas golpeaban ambas regiones simultáneamente.
La superioridad numérica de los musulmanes era tal, que el ejército de Alfonso solo podía tratar de emboscarlos en algún punto estratégico cuando iban de retirada, cargados de esclavos y botín.
En 794, Asturias recibió una contundente ofensiva sarracena que devastó Oviedo hasta la ruina. Este suceso permitió al rey Alfonso reconstruir con esplendor la antigua “Ovetao” para consolidarla como nueva capital del reino en detrimento de Pravia.
Alfonso e Hisham alternaron grandes victorias con sonados desastres. Pegó primero Alfonso con una gran victoria en Lutos, pero al año siguiente, ante una nueva campaña musulmana, se confió en exceso y presentó batalla en campo abierto, cayendo derrotado en Las Babias.
Alfonso fue perseguido y tuvo que sacrificar a su caballería, mandando a la muerte al fiel Gadaxara, al mando de tres mil caballeros contra el triple de moros. Ambos bandos asumían que el reino no podía maniobrar sin cabeza y la de Alfonso era la más cotizada.
En 796 el emir Hisham fallecía y le sucedía su hijo Al-Hakan, hombre colérico y gobernante arbitrario que tuvo que lidiar con sucesivos levantamientos internos.
Tras coronarse “Emperador” Carlomagno (año 801), se produce la segunda gran invasión de los francos en la Península. En sólo siete años, los francos conquistaron en Aragón, Navarra y el norte de Cataluña, una serie de condados tributarios del Imperio; convirtiéndose el Imperio Carolingio en fronterizo del reino de Asturias, pues Navarra lindaba con Álava.
En este contexto, Alfonso II lideró su más temeraria campaña: la conquista de Lisboa. El mismo Carlomagno quedó impresionado... ante la audacia de un monarca que apenas podía defender su reino... y se lanzaba a una conquista improbable, atravesando 800 kilómetros de tierra hostil… Alfonso II fomentó la amistad con el rey franco enviándole prisioneros y botín para que la cristiandad conociese la heroica resistencia del reino astur.
El hecho quedó reflejado de forma documental gracias a una de las tres embajadas que el monarca asturiano envió a la ciudad de Aquisgrán, sede oficial del imperio franco.
Alfonso y Carlomagno compartían el mismo interés por defender sus respectivos reinos de la más que grave amenaza musulmana. También les unía el ánimo común de sofocar la herejía “Adopcionista”, la cual preconizaba que Jesús era tan sólo un humano elegido por Dios en lugar de su Hijo en la Tierra.
El origen del “Adopcionismo” es una cuestión controvertida. Algunos historiadores defienden que los obispos, Félix de Urgel ( - / 818) y Elipando de Toledo (717 - 808), “reinterpretaron” la condición humana de Cristo, para hacer más aceptable la fe cristiana al musulmán; otros lo atribuyen a un desliz; mientras que otros ven tras ello implicaciones políticas. Sea como fuere, el debate sobre la “humanidad de Cristo”, estaba en plena ebullición, cuando Elipando convoca en Sevilla un Concilio (año 784) para condenar al hereje Migecio, que se había mostrado especialmente activo. Es entonces, en el Credo de este concilio firmado por Elipando, donde se escribe la frase de la polémica, en la que se habla de una doble naturaleza de Cristo "en cuanto Dios, Hijo por naturaleza del Padre, y en cuanto hombre, hijo adoptivo de Dios".
Dicha doctrina se extendió por buena parte de la cristiandad, incluida Toledo, antigua capital de los godos, por entonces en manos musulmanas.
Las actas del sínodo llegaron hasta el remoto monasterio de San Martín de Turieno, donde el monje Beato de Liébana (701 - 798), escribe su Tratado Apologético en contra de las tesis de Elipando. Beato encontró como aliado en su alegato al monje Eterio de Osma, refugiado en los Picos de Europa, y, lo que es más importante, al propio Alfonso II, que apoyado por Carlomagno, vio la posibilidad de romper con la iglesia toledana para convertir a Oviedo en la única sede hispana reconocida por Roma, con lo que al poder político de su sede regia uniría la autoridad religiosa.
Alfonso II instauró en Oviedo un obispado (año 812) con la intención de diferenciar, claramente, su posición religiosa, en defensa de los auténticos valores cristianos.
Se ha especulado acerca de la posibilidad de que el emperador Carlomagno conminase a Alfonso, que le rindiera pleitesía, algo que no llegó a producirse.
En los años siguientes, Asturias vio incrementar sus fronteras gracias a la eficaz gestión de Alfonso II, con repoblaciones en buena parte de León, Galicia y Castilla.
Oviedo se embelleció con magníficos edificios civiles y religiosos, en buena parte diseñados por el célebre arquitecto medieval Theoda.
Alfonso, que personalmente, siempre se consideró “un humilde siervo de Cristo", también ordenó la construcción de la Cámara Santa, que hoy en día custodia, en la catedral ovetense, las santas reliquias que mandó traer del cercano Monsacro, y entre ellas, como la más insigne, el Santo Sudario.
En el año 842 el ya octogenario soberano, cansado y sin descendencia, abdicó en su primo Ramiro I. Asturias era un Reino sólido, indoblegable a la dominación musulmana y embrión de la futura España reconquistada.
Al piadoso monarca sólo le restó retirarse a un monasterio para entregar sus últimos días a la oración, falleciendo ese mismo año. Con él se puso fin al linaje instaurado por don Pelayo, aunque a la reconquista aún le quedarían más de seis siglos hasta culminar con la Toma de Granada, en 1.492.
En la Catedral de Oviedo, cada 21 de Marzo, se conmemora el aniversario de su fallecimiento, celebrando una misa y en responso en su memoria.
En la lápida de su tumba está escrito el siguiente epitafio: “QUI CUNCTA PACE EGIT IN PACE QUIEVIT” : “El que todo lo hizo en paz, en paz descansó”.
La “Crónica Sebastianense” (también conocida como “Ovetense” ó “Erudita”) nos dice: “Y así, tras haber llevado por 52 años, casta, sobria, inmaculada, piadosa y gloriosamente el gobierno del reino, amable para Dios y para los hombres, dejó marchar al cielo su glorioso espíritu”.
La vida de Alfonso II, seguramente fue de una dureza que resulta difícilmente imaginable hoy en día. Pero gracias a su fortaleza, voluntad, resistencia, valentía, inteligencia, visión de futuro, astucia, perseverancia y su salud de hierro, la España en la que vivimos hoy es occidental y democrática; reconoce iguales derechos a hombres y mujeres; garantiza la libertad religiosa y cree en la Libertad. Y como ha dicho el historiador e hispanista estadounidense Stanley G. Payne (1.934): "España es el único país islamizado que ha conseguido librarse del yugo", y eso se lo debemos en gran parte al rey Alfonso II “El Casto”. Nuestra gratitud hacia hacia su persona, debería ser infinita...
Siguiendo los pasos del rey Alfonso, iniciamos Nuestro Camino Primitivo...
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