Ayer tarde llegamos a la ciudad de León, mi amigo Luis Díaz González y yo, tras más de 9 horas de viaje en el autobús procedente de Granada y con trasbordo en Madrid.
Hemos pernoctado en el Albergue “San Francisco de Asís” y ésta mañana, hemos madrugado, para “patearnos”... tranquilamente... la ciudad…
Tras visitar la Catedral de Santa María, la “Pulchra Leonina”: una de las más hermosas y perfectas catedrales góticas, nos hemos dirigido hacia la Real Colegiata Basílica de San Isidoro.
Según cuenta una antigua leyenda: en el año 1063, el rey Fernando I de León, combatió por tierras de Badajoz y Sevilla, haciendo tributario suyo al rey de la taifa de Sevilla. De éste consiguió la entrega de las reliquias de Santa Justa (268 - 287), pero cuando su embajada llegó a recogerlas, no las encontró. Una vez en Sevilla, el Obispo de León, miembro de la embajada, tuvo una visión mientras dormía y siguiendo sus instrucciones se encontraron milagrosamente las reliquias de San Isidoro (556 - 636). El retorno se hizo siguiendo la Vía de la Plata. Cerca ya de León, la embajada se internó en tierras pantanosas, sin que los caballos pudieran avanzar. Al taparles los ojos a los caballos, éstos salieron adelante, dirigiéndose hacia la recién construida Iglesia de los Santos Juan y Pelayo, que desde entonces se llamaría de San Isidoro.
Tenemos que esperar hasta la 1 de la tarde, para poder hacer la visita guiada al Museo - Panteón de San Isidoro. Nuestro guía, Enrique Blanco, nos ha informado, durante todo el recorrido, con detalle y conocimiento...
En el recorrido que hemos hecho por las salas del Museo, la pieza que más me ha llamado la atención, ha sido el Cáliz de Doña Urraca.
El Cáliz de Doña Urraca es una pieza de orfebrería románica, donada al “Tesoro de San Isidoro”, por la infanta leonesa Urraca de Zamora (1033 - 1101), Señora de Zamora e hija primogénita del rey Fernando I de León, conocido como “El Magno” ó “El Grande” (1016 - 1065) y de su esposa, la reina Sancha (1013 - 1067).
Tal como lo conocemos, se remonta a la segunda mitad del siglo XI.
Es una “pieza excepcional, única más bien”, según el historiador y arqueólogo granadino, Manuel Gómez-Moreno González (1870 - 1970). Para realizarlo, la infanta ofreció sus propias joyas, razón por la que su nombre (como donante que fue de la pieza a la iglesia y monasterio de San Isidoro) figura en la peana y antes del nudo, en una inscripción latina que dice:
“IN NOMINE D[OMINI] VRRACCA FREDINA[N]DI”
que traducido al español significa: “En el nombre del Señor, Urraca [la hija] de Fernando [I]”.
El cáliz se compone de dos copas o cuencos muy antiguos; el copón propiamente dicho y otro que le sirve de peana, de procedencia greco-romana anterior al cristianismo, hechos en piedra de ónice. Los dos cuencos presentan algunos desconchones que ya se habían producido con anterioridad a la formación del cáliz. Se desconoce el origen de estas dos copas, su historia y avatares, así como la decisión de doña Urraca de entregar a los orfebres algo que materialmente no tenía gran valor. Los orfebres de León hicieron un trabajo artístico excepcional, convirtiendo lo que en su día fue objeto pagano en un cáliz digno de admiración. Las piezas de ónice están recubiertas de oro en la copa, nudo y peana, dejando al descubierto parte de la copa y casi toda la peana. El interior de la copa también está revestido de oro. Este metal está trabajado con gran delicadeza en filigranas que forman dibujos, arquillos, espirales y pequeños caracoles. En los huecos se incrustaron perlas, esmeraldas, amatistas y zafiros. Hay también incrustado un mascarón hecho de vidrio imitando un camafeo, que es posterior a la obra de la composición del cáliz.
El llamado “Santo Grial”, fue la copa que utilizó Jesús durante la Última Cena. El sexto Califa Fatimí de Egipto, al-Hákim bi-Amrillah (996 - 1021), el 18 de octubre de 1009, destruyó la Iglesia del Santo Sepulcro de Jerusalén y encontró en ella “un cáliz, pulido y duro”. Según algunos historiadores, fueron localizados en la Biblioteca Nacional de El Cairo, dos pergaminos del siglo XIV, que procedían de la Universidad de Al Azhar. La traducción de uno de los textos decía que la copa adorada por los cristianos por haber pertenecido a Jesús de Nazaret, “El Mesías”, había sido enviada, en un barco cargado de tesoros, al sultán de Denia, Alí Iqbal al-Dawla (1009 - 1081), por el califa fatimí de El Cairo, Al-Mustansir (1029 - 1094), en agradecimiento por su ayuda con alimentos para que Egipto superara una época de gran hambruna. En el texto se dice que la intención del sultán de Denia era enviar la copa a su aliado, el rey de León, Fernando I el Magno, para fortalecer su amistad con él. En otro texto se habla de que el jefe de la expedición a Denia, en el año 1054, fue Bani-l-Aswad y que durante el trayecto marítimo, uno de sus custodios, con una gumía, desprendió una esquirla de la copa. Tiempo después, la esquirla habría sido enviada al Sultán de Egipto y Siria, Saladino (1138 - 1193), desesperado por la “enfermedad del frujo de sangre y del mal de la piedra”, que sufría su hija y habría sido utilizada para curarla poniéndole el trozo de piedra sobre el cuerpo.
Los historiadores, Margarita Torres y José Miguel Ortega del Río presentaron el 26 de marzo de 2014 el libro "Los reyes del Grial", donde relatan que; "la copa que la comunidad cristiana de Jerusalén, en el siglo XI, consideraba que era el cáliz de Cristo", se encuentra ubicada en la Basílica de San Isidoro de León". Además la copa aparece citada en la crónica de Lucas, Obispo de Tuy, en el siglo XIII, en la obra “Viages” del humanista, historiador y arqueólogo, Ambrosio de Morales (1513 - 1591), y en la vida de San Isidoro de Sevilla, redactada por Fray Tomás Granda y el padre José Manzano en el siglo XVIII. En el año 2010 la copa fue desmontada para la realización de una réplica y pudo apreciarse que le faltaba una esquirla, lo cual encaja con la teoría de que esta fue enviada a Saladino. En resumen, el Cáliz de Doña Urraca, es una joya, única y espectacular, de un valor, en todos los sentidos, incalculable… y, con sólo verlo... tras las vitrinas que lo protegen, ha merecido la pena nuestro viaje… y eso que acabamos de empezar…
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