Salobreña (Granada), miércoles, 15 de Noviembre de 2.023.
La semana pasada, le pedí a mi paisano, vecino y amigo, Paco Palomares Moreno… si le apetecía escribir una carta, a modo de despedida, con una pequeña semblanza de su amigo Antonio Jiménez Pedrosa, fallecido en Octubre de 2.022. Ese mismo día, me dijo que lo pensaría, por lo delicado del “asunto” (que lo es).
Anteayer, lunes, Paco me dijo que “tras consultar con la almohada y vencer reticencias naturales a meter la pata… “, había escrito un primer borrador, que había pasado a Mari Carmen Cubero Márquez, viuda de Antonio, para que lo revisara y, si procedía, le diera su Visto Bueno.
Logo de la "Editorial Alhulia", de Antonio Jiménez Pedrosa
Paco, finalmente, me ha enviado su escrito, que a continuación transcribo, que él ha titulado:
“No donde habite el olvido para Antonio Jiménez. “Pedrosa” para los amigos”.
¿Qué somos cuando dejamos de ser?. Cuando dejamos de existir pasamos a ser el Legado que dejamos. Para la inmensa mayoría de la humanidad este legado son los hijos y poco más, pues el valor del trabajo desarrollado y las experiencias compartidas perduran en la memoria colectiva de nuestros coetáneos un suspiro existencial, apenas unas dos o tres generaciones.
No es tan largo el tiempo del olvido, como para el amor escribió Pablo Neruda. A veces y con demasiada frecuencia, la vorágine de la vida y el huracán de la indiferencia asolan estelas de vidas que merecieran una mayor y más estimada toma en consideración. No negaré que hay olvidos merecidos y olvidos injustos, y hasta olvidos deseados como arrebatos de modestia existencial. Dejó escrito a modo de testamento vital poético, Luis Cernuda, con una lección de humildad encomiable y una visión aterradora de la verdad que le gustaría yacer eternamente “En los vastos jardines sin aurora, donde yo sólo sea memoria de una piedra sepultada entre ortigas sobre la cual el viento escapa a sus insomnios, allá donde habite el olvido”.
Pero no. Después de la muerte ya no somos dueños de nuestro destino. La pequeña o gran historia a la que por vida pertenecemos nos juzga y nos pone irremediablemente en nuestro lugar. Por eso creo firmemente que NO “donde habite el olvido”, para personas que deben permanecer por sus valores y por su genuina y especial contribución a la mejora de nuestra sociedad. Éstas deben ocupar un huequecito merecido en la intrahistoria de los pueblos, en la memoria colectiva, para su propia y merecida gloria y para el acervo cultural propio que es nuestro legado a las generaciones venideras. A estas personas hay que rendirles tributo.
Hay atesorada en la liturgia de las despedidas tempranas de las personas valiosas y queridas una expresión que encierra una verdad muy simple y muy certera:“Siempre se van antes los mejores”. Y así es. Cuando escribo estas letras, a petición del amigo Antonio Gómez, persona que encierra valores que cada día me sorprenden más, pues el conocimiento lleva a la sorpresa, hace poco más de un año que perdí, perdimos todos los salobreñeros un gran amigo, un buen vecino, un trabajador incansable, un aventurero de la cultura, un emprendedor, como gusta decirse ahora. Pero más que todo eso, una persona sencilla y buena en el sentido machadiano del término, un ejemplar padre para sus hijos Borja y Pablo y un incondicional y amoroso compañero para su mujer, Mari Carmen.
Hablo de Antonio Jiménez, “Pedrosa” para los amigos. Y si me atrevo a escribir esta semblanza meritoria de Antonio, para que de su vida y su ejemplo quede testimonio escrito, es porque destaca y lo merece. Ya sé que no voy a ser ni objetivo ni imparcial y con esta espada de Damocles encima de mí acometo temerariamente este acto de dar fe de sus valores. La amistad es incondicional, pero intentaré que su tamiz sea de hueco certero.
Antonio Jiménez Pedrosa (Salobreña, 1.951 - 2.022)
Hay en Salobreña un termómetro social que mide la estima y el reconocimiento que el pueblo tiene a las personas que nos dejan y éste es el aforo del tanatorio y la Iglesia el día del funeral, así como el número de llamadas telefónicas de condolencia y las adhesiones a éstas en las redes sociales. Quien allí acudiera el día de su sepelio, y quien analice los innumerables mensajes y publicaciones que en WhatsApp y Facebook se dieron puede dar testimonio de que Antonio era una persona querida, una persona valorada, una persona cuya ida temprana nos dejaba huérfanos de su bonhomía, de su amistad sincera, de su generosidad y entrega al bien; de su buen hacer en el trabajo que con tanto amor y dedicación desempeñó hasta que la enfermedad lo retiró de su puesto frente al ordenador donde daba forma tangible en forma de libros exquisitamente editados a tantos sueños y creaciones literarias de quienes confiaban en su habilidad para maquetar y editar.
Antonio era editor, oficio raro en un pueblo que dejó de ser agrícola y que nunca llegó a ser plenamente industrial ni turístico. Hacedor de libros, promotor de cultura, favorecedor e intermediario imprescindible de y entre los sueños literarios y las creaciones producto de investigaciones científicas y jurídicas de quienes necesitan de este oficio para dar a conocer el entretenimiento o el conocimiento que generan. La pequeña y familiar Editorial que creó, la “Editorial Alhulia”, tiene un reconocimiento y un hueco muy merecido en el mundo literario y científico de la Andalucía sureña y oriental. Una Editorial humilde, como lo era él, pero de fiar en la calidad de los productos que con sapiencia y oficio sacaba al difícil y aventurado mercado del libro. Nunca se lucró ni se enriqueció con su trabajo que desarrolló las más de las veces por un amor desmedido al oficio, por la satisfacción personal y el orgullo sano que conlleva todo acto de dar forma y crear, y por solidaridad con la profesión de escribir, promoviendo con ella una plataforma segura y asequible a todos quienes se atreven a publicar. Fueron muchos poetas, escritores, científicos, juristas de la costa granadina, de Granada capital, de Jaén, de Málaga y Almería quienes acudieron junto con toda una inmensa mayoría de salobreñeros a darle un merecido y cariñoso adiós y a agradecerle su amistad, su entrega y su generosidad, el día de su partida. El mundillo de la creación literaria le estará siempre agradecido y sus colecciones y ediciones preciosamente concebidas permanecerán como testigos mudos en los anaqueles y en los estantes de librerías personales y públicas para disfrute de las generaciones venideras. Gracias, Antonio. El polvo de tus cenizas nunca motearán los lomos de tus libros, y nos iremos todos como tú te has ido, y el pueblo se hará nuevo cada año, pero tu espíritu, como el de Juan Ramón en el rincón del jardín florido del pozo, vagará trémulo por entre sus páginas eternamente. Eso nadie te lo va a quitar. Hasta siempre, amigo.
Conocí a Antonio Jiménez , “Pedrosa” para los amigos, en ese tiempo de la adolescencia en el que se entretejen los lazos de las amistades verdaderas y perdurables. Yo estaba recién llegado a Salobreña proveniente de la cortijada donde pasé mi infancia y vivía en“La Cañá”, en una casa a medio terminar, allá donde la villa pierde su nombre y se hace arrabal. Él, como yo, también vivía extramuros, en la “Fuente la Raja” en otra casa también a medio terminar. Era un tiempo en el que todo estaba por hacerse y por venir, pero nuestra amistad se construyó fuerte. Compartíamos en igualdad muchas cosas que nos unían: una humilde procedencia, una honrosa pobreza y unas naturales ganas de mejorar nuestras vidas. Consumimos tardes de plaza y paseo, de cartas y futbolines, de músicas nuevas, de cine y verbenas y de incipientes amores y noviazgos hasta que el destino brevemente nos separó. Él marchó al Seminario Menor de Granada donde vistió sotana un par de cursos que a la postre abandonaría porque aquello no era para él y yo, tras una decisión irrevocable de mi padre que se negó a que ingresara en los Salesianos de Palma del Río, Córdoba, (Los niños pobres si queríamos estudiar teníamos que aprovechar lo que la Iglesia nos ofrecía) ingresé, sin edad aún para ello, en la Escuela Profesional de los frailes en Motril donde cursé como libre oyente primer curso de oficialía, hasta que en la comarca de la costa se abrió la esperanza benefactora para los hijos de la clase trabajadora el primer instituto público de enseñanza media, el llamado Instituto Técnico y Laboral. Posteriormente, Antonio cursaría también en los frailes de Motril el grado de oficialía en la denominada Escuela Profesional y más tarde, en Granada, el ciclo de Maestría Industrial en la especialidad de Artes Gráficas, estudios que determinarían definitivamente su vida profesional.
En los primeros años setenta, y tras hacer el servicio militar en El Aaiún, antiguo Sahara español, comenzó a trabajar en Artes Gráficas en la misma Granada, pero el futuro estaba lejos, en Madrid, y hacia Madrid marchó a trabajar de lo suyo, periplo que completaría más tarde ya casado con la que desde la adolescencia fue su novia quien obtuvo plaza de maestra en un pueblo del cinturón de la capital. Allí, en el Madrid de los setenta y la transición, Antonio se curtió de un sentido ético de la vida, de una responsabilidad social y de un carácter crítico, inquieto y luchador que ya le caracterizaría siempre. Los estudios universitarios que no cursó no fueron lastre alguno para forjar una vasta formación humanística producto de lecturas obligatorias por oficio y voluntarias por afición y el placer de leer. Allí combatió sindicalmente desde la imprenta, participó en movimientos sociales, ajustó vida y pensamiento y se comprometió con un estilo de vida coherente, sencillo, pero con ribetes de rebeldía y un cierto acratismo de modales refinados.
Antonio Jiménez Pedrosa, en su puesto de trabajo, el ordenador de su "Editorial Alhulia"
Y como el Sur tira tanto (No he conocido un salobreñero que en la distancia de la lejanía a la que la vida lo llevara, no añorara volver), Antonio y Mari Carmen volvieron y se aventuraron a crear aquí, en su Salobreña natal, algo que no cuadraba porque estaba alejada de los centros del saber, el conocimiento y la creación literaria y que eran las fuentes de su trabajo: la Universidad, la Audiencia Provincial, el Colegio de Abogados, los foros académicos y literarios,…. que por el contrario, son consustanciales a la capital de provincia. Pero tesón y cabezón pueden más que las distancias y Antonio supo hacer meritorio de acogidas y encargos su buen hacer como fotocompositor, como maquetador y como editor que son los procesos de creación libresca. Y como una Maguncia del siglo XX, Salobreña vio nacer a finales de los años ochenta su primera -y única hasta hace muy poco- editorial, la Editorial Alhulia, gracias al esfuerzo y al espíritu emprendedor de Antonio Jiménez, quien desde ese preciso momento se convirtió en un referente del mundo editorial de Andalucía Oriental.
Pero Antonio no sólo fue el buen profesional, el entregado padre y esposo, el predispuesto y generoso amigo; sino un buen vecino, cercano y servicial, un salobreñero amable, cordial, afable, dicharachero, generoso con su tiempo y su palabra, … y un poco socarrón. Le gustaba compartir su territorio profesional como santo sanctórum de la tertulia, y la esquina de su plaza con todos los vecinos que por ella transitaran. Nadie nunca podrá decir que le negó el saludo y una frase amable, gustaba con deleite entrometerse con sus convecinos y conocidos comentando de fútbol o baloncesto, de política o del tiempo,….. y conocía de todos sus contemporáneos detalles de sus vidas de los que gustan que se conozcan, sacándolos o comentándolos con una naturalidad envidiable que le hacían meritorio de la consideración y estima de cuantos le conocieron. Por todo ello, Antonio Jiménez, “Pedrosa” para los amigos, merece un reconocimiento en la intrahistoria de nuestra querida Salobreña.
Ni que decir tiene, que su vuelta hizo crecer más los lazos de amistad personal y familiar entre su familia y la mía, haciendo de esa convivencia compartida un vínculo que perdurará por siempre como una verdad irrefutable, pese al vacío que ha dejado en todos nosotros.
Francisco Palomares Moreno.
Nota Final
Unas últimas palabras, para manifestar mi agradecimiento: a Paco Palomares Moreno y a la familia de Antonio Jiménez Pedrosa (Salobreña, Granada - Lunes, 4 de Junio de 1.951 - Viernes, 14 de Octubre de 2.022) por permitir que en el Adarve Granadino, ocupe un lugar muy especial para mí, ésta escueta y sentida semblanza personal, “In Memoriam”, a modo de carta de despedida, a una persona buena y ejemplar, en todos los sentidos: Antonio Jiménez Pedrosa, “Pedrosa” para los amigos.
Antonio Jiménez Pedrosa (Salobreña, 1.951 - 2.022)