El Padul (Granada), viernes, 2 de Octubre de 2.020. Era de la "Nueva Normalidad", día 104.
PRÓLOGO - AGRADECIMIENTO
Mi amigo Luís Díaz González, me regaló la última vez que nos vimos (haciendo una ruta circular de senderismo en la zona de la Fuente del Hervidero, el Trevenque y el Canal de la Espartera) un librito de la escritora granadina Ayes Tortosa, con ilustraciones de la artista kioteña Shinobu Wakabayashi, titulado"Cuentos del Albaicín" (Editorial Maese Gato, 2.010).
Su tamaño es pequeño. Sus 130 páginas numeradas, podrían leerse "del tirón"...
Pero desde su dedicatoria inicial "A todas esas mujeres (madres, tías, abuelas…) que han llenado nuestras vidas de una alegría infantil y sencilla, y nos han enseñado a esperar con ilusión la llegada de las cuatro estaciones…", me "encantó"... y me he tenido que contener y dosificar… leyendo cada día un cuento (no más)... intentando degustar y paladear sus historias, como si de un delicioso caramelo se tratasen… un caramelo que no quería que se me acabara...
Ayes Tortosa es toda una Maestra en mostrarnos las cosas simples y sencillas, que le dan ese color (único y especial) a la vida cotidiana de su barrio (del barrio en el que le encantaría vivir a cualquier persona de nuestra abigarrada Humanidad), el Albayzín.
El cuento de la Abuela Genoveva, Ayes lo titula: "De cómo, gracias a los cuentos de la abuela Genoveva, nadie cambió las zanahorias, los limones, los tebeos, los caramelos… de la tienda de Nicolás, por simples hamburguesas".
Su amena y entrañable lectura, me ha encantado y emocionado… a la vez que me ha producido un precioso efecto secundario: sentir esa gozosa nostalgia (por lo que fué, por lo que es, por lo que será) y relajante tranquilidad, que noto cada vez que paseo por sus intrincadas y recoletas callejuelas…
Cuando acabé de leerlo… esa noche soñé con la Abuela Genoveva… y en mis sueños, la veía contando cuentos en la Sección "Mi otra Granada"...
Al día siguiente, contacté con mi amigo Luís Diaz, trasladándole mi "sueño": sería todo un Honor personal, tener ese cuento transcrito, ocupando un lugar "privilegiado" en el Adarve Granadino.
Casualidades de la vida: Luís es amigo personal, desde hace muchos años, de Ayes… y le escribió comentándole mi sueño y mi anhelo…
Y ayer tarde, recibió la respuesta de Ayes: "Dile a tu amigo y compañero de andanzas (de quien me tomo la confianza de considerar también amigo mío) que será un honor para mí que incluya mi cuento de Abuela Genoveva en la plataforma (me hace además ilusión que le haya gustado, concretamente, ese cuento)".
Muchas gracias, Ayes, por compartir tu maravilloso mundo onírico...
Y no me demoro más… os hago partícipes del ...
CUENTO DE LA ABUELA GENOVEVA
"¡Ay!, de pronto un día, alguien quería cerrar para siempre la tienda de Nicolás. Las primeras que se enteraron fueron doña Virtudes y doña Gertrudis, que se lo dijeron a Rosa, la del estanco y Rosa, la del estanco se lo dijo a Enrique el Barbero y Enrique el Barbero se lo dijo a…
Pero un momento, porque es mejor que comience por el principio:
Una mañana estaba Rosa, la del estanco, tendiendo tres calcetines (dos del pie derecho y uno del izquierdo) y cuatro camisetas. La primera pregunta que os haréis es por qué faltaba un calcetín, pero se trata de una magnífica historia que os contaré otro día, pues no quiero perder el hilo de ésta. Y de pronto aparecieron en la azotea de al lado sus vecinas gemelas: doña Virtudes y doña Gertrudis.
¡Buenos días!, pero la mañana no es tan hermosa - dijo doña Virtudes.
¡Buenos días!, pero la mañana es más bien horrorosa - dijo doña Gertrudis. Siempre repetía, más o menos, las cosas que decía su hermana, que era dos minutos y cincuenta y nueve segundos mayor que ella.
Rosa miró hacia arriba, hacía un sol espléndido. La campana de la iglesia de El Salvador daba su concierto matutino y Mustafá saltaba tan campante de una azotea a otra, con las orejas bien tiesas y los bigotes bien estirados.
¡Quieren cerrar la tienda de Nicolás! - dijo doña Virtudes secándose una lagrimita con la punta derecha del delantal.
¡Quieren que ya no siga abierta la tienda de Nicolás! - dijo doña Gertrudis secándose una lagrimita con la punta izquierda del delantal.
¿Cómo es posible? - dijo Rosa. Y como no tenía delantal, prefirió no llorar.
Si cierran la tienda de Nicolás - continuó - ¿quién le dará un chupito de anís por las mañanas y un poquito de conversación por las tardes a don Marcelino? ¿Y ustedes? - dijo a doña Virtudes y a doña Gertrudis - ¿a quién le van a pedir el pimiento, la cebolla o la zanahoria, que siempre les falta a la hora de hacer la comida? ¿Dónde comprarán chucherías los revoltosos niños de los Pertíñez? ¿A quién le preguntarán los turistas perdidos, por una u otra dirección, y a quién le comprarán un refresco, un carrete de fotos o una tirita para sus maltrechos pies? ¿Dónde vamos a encontrar todas las cosas que se nos pierden?...
Es verdad - dijo doña Virtudes.
No es mentira - dijo doña Gertrudis.
¡Ay Señor! - suspiraron al mismo tiempo las dos hermanas gemelas.
De pronto, Rosa dijo algo terrible, algo que dejó a las tres muy calladas y les puso un nudo de angustia en el estómago:
Y, sobre todo, si cierran la tienda de Nicolás, ¿dónde contará sus historias la abuela Genoveva?.
Pero antes de seguir con esta historia os voy a hablar un poco de la abuela Genoveva para que la conozcáis mejor:
La abuela Genoveva siempre estaba alegre.
Era bajita, regordeta y un poco despistada, al menos eso es lo que decían en el barrio, pero a mucha gente no le parecía tan despistada. Es cierto que a veces no se daba cuenta y salía a comprar o iba de visita con las zapatillas de estar en casa, o se dejaba, sin querer, el delantal debajo del abrigo. Más de una vez le echó sal, en lugar de azúcar, a la leche o a las natillas. La gente comentaba, muerta de risa, que en una ocasión regó el jazmín con el agua del arroz. Pero para mí todo eso eran insignificancias, porque jamás se olvidaba de los cumpleaños de sus nietos ni de ponerle la comida a los gatos o a las palomas. Y estaréis de acuerdo conmigo en que estas últimas cosas sí que son verdaderamente importantes.
Abuela Genoveva era muy pobre y muy rica al mismo tiempo. Tenía poco, muy poco dinero, pero era rica en palabras y en amigos. Contaba las historias más bonitas que os podéis imaginar. Parecía una especie de Sherezadhe, la protagonista de las "Mil y una noches", que encantaba al Sultán con sus historias para seguir con vida.
La abuela encantaba a los vendedores del barrio para poder comer. Así, intercambiaba con gusto sus cuentos por patatas, por zanahorias, por lechugas… e incluso por un paraguas, una estufa, unos guantes… Y siempre estaba alegre, pensando en nuevos cuentos, en nuevas historias que hechizaran a la gente.
"Hoy no puedo pagaros", decía en alguna tienda. "No importa abuelita, no hace falta que nos pagues con dinero, páganos con un cuento o con una historia de las que sólo tú sabes", le contestaban. "Las monedas son fáciles de encontrar, pero tus cuentos y tus historias, no", y le sacaban una silla para que se sentara. Los vendedores del barrio eran muy astutos, sabían que la tienda se les llenaría de gente que quería escuchar a la abuela. Y así sucedía, muchos de los que vivíamos en el barrio nos acomodábamos a su alrededor. Entonces, abuela Genoveva echaba hacia atrás su flequillo de color violeta, decía: "Escuchad atentamente, con vuestros oídos y con vuestros corazones, y veréis que hablo de vosotros", y comenzaba su historia.
Como podéis suponer, donde más historias contaba la abuela, era en la tienda de Nicolás, pues como os dije antes, allí encontraba la gente todas las cosas que necesitaba. Y a la abuela nunca le faltaba comida, gracias a lo mucho que le gustaban sus cuentos al tendero.
Muchas tardes, después de que la banda de música que ensayaba junto a la iglesia de San Cristóbal, tocara los últimos redobles de tambor, la abuela entraba en la tienda, y ella se sentaba y comenzaba.
Sus historias hablaban de nuestro barrio, pues abuela Genoveva sólo había vivido en él, jamás había viajado a lugares lejanos o cercanos. "¿Para qué voy a viajar?", no lo necesito. Solo con observar y escuchar atentamente las cosas que me quieren decir todos y cada uno de los rincones del barrio encuentro historias y más historias, jamás me aburro. "Los rincones del Albaicín están llenos de historias que han sucedido, están sucediendo o pueden suceder en cualquier momento", decía.
Sabía tantas historias que ni una sola vez las repitió, siempre diferentes, ¡Cómo era posible! Si yo no lo hubiera visto con mis propios ojos y escuchado con mis propios oídos no lo habría creído, pero mi barrio es así de misterioso. Incluso, los que estábamos allí escuchándola podíamos sugerirle un tema, y en pocos segundos la abuela Genoveva comenzaba una historia relacionada con esa petición:
Abuelita, ¿sabes alguna historia que hable de gatos?.
Conozco tantas historias que hablan de gatos, como gatos viven en este barrio. Y si no me equivoco viven aquí cientos de gatos… ¡Qué digo cientos! ¡Acaso sean miles!.
Todos le dábamos la razón, para comprobarlo sólo teníamos que asomar a la puerta de la casa con algún resto de comida.
La abuela Genoveva nos contaba, entonces, alguna historia que hablara de gatos.
¡Y ahora querían cerrar la tienda de Nicolás !
¿Dónde contaría sus cuentos la abuela Genoveva?.
¡Ay abuelita! - le dijo Enrique, el barbero, aquel día, cuando llegó tan contenta la abuela Genoveva a la tienda de Nicolás, porque aún no sabía nada - ¿Se ha enterado de la noticia?... ¡Quieren cerrar esta tienda!.
La abuela lo miró perpleja.
Sí, sí - le dijeron casi al mismo tiempo doña Virtudes y doña Gertrudis - Nicolás le tiene alquilado el local a don Anselmo, y don Anselmo quiere vender su local a una cadena de hamburgueserías. Le ofrecen mucho dinero contante y sonante.
¡Pero si don Anselmo tiene ya mucho dinero contante y sonante, y mucho más! - exclamó la Mamalola.
¡Don Anselmo quiere cambiar - gritó Ezhara, que tenía al más pequeño de sus hijos en brazos - las zanahorias, los limones, los tebeos, los caramelos, las lechugas, las bolsas de vaqueros y animales de plástico, los paraguas, las velas… de la tienda de Nicolás, por hamburguesas, todas iguales!.
¡Una vez se encontraron un diente de rata en una hamburguesa! - dijo Perico, el de la tienda de electricidad.
Pero la abuela no perdió su sonrisa, se le había ocurrido una solución:
El poder de la palabra es mucho más fuerte que todo el dinero contante y sonante del mundo - dijo - . Mañana, cuando venga don Anselmo a la tienda le ablandaré el corazón con una historia.
Mañana tendré en mi tienda dos sillas preparadas para don Anselmo - dijo Nicolás. Y no lo dijo por hacerle la pelota, lo dijo porque don Anselmo estaba muy gordo y con una sola silla no era suficiente.
Le contaré la historia de los pensamientos de doña Rufina. Me refiero a esas flores tan bonitas y tan delicadas que se llaman pensamientos y salen de las macetas - aclaró la abuela. Y es que más de uno había pensado que se refería a los pensamientos que salen de las cabezas.
Así que cuando llegó don Anselmo a la tienda de Nicolás, la abuela Genoveva lo estaba esperando sentada en su silla de contar historias que han sucedido, están sucediendo o pueden suceder en nuestro barrio.
Don Anselmo dijo que no, que jamás de los jamases, que nunca se sentaría en sus dos sillas a escuchar la historia de la abuela, que tenía asuntos muy importantes que resolver, que no podía perder el tiempo en tonterías, que su tiempo valía oro, que lo suyo eran los negocios con dinero contante y sonante, que… seguía y seguía hablando de esas cosas, cuando de pronto lo interrumpió la abuelita Genoveva.
Siéntese, siéntese, por favor caballero - se lo pidió con una sonrisa que en su vida había visto don Anselmo - Usted no sabe que los buenos pensamientos pueden transformarse en esto que tengo en el bolsillo - y metiendo su mano en el bolsillo hizo tintinear algo que a don Anselmo le sonó a un puñado de monedas.
Don Anselmo se sentó. La abuela retiró hacia atrás su flequillo de color violeta y dijo: "Escuchadme atentamente con vuestros oídos y con vuestros corazones, porque voy a contar una historia que habla de unos caprichosos pensamientos". Y comenzó:
"La ventana de doña Rufina estaba llena de macetas, parecía un pequeño jardín en vertical, por donde subían claveles, geráneos, siemprevivas, celindas, azucenas, hierbabuena, laurel, jazmines, margaritas, clavellinas, rosas de pitiminí… ¿Cómo pueden caber tantas flores en tan pocos metros cuadrados? ¡Ah!, éste es otro de los muchos misterios del Albaicín.
Doña Rufina abonaba con cariño y entusiasmo sus macetas y les cantaba al regarlas. "Las plantas son como niños, les gusta que les canten", solía decir alegre. Porque doña Rufina era una mujer muy alegre.
Entre tantas macetas había una que llamaba poderosamente la atención. Era una maceta humilde, tan humilde que consistía en una pequeña, descolorida y oxidada lata de conserva de tomate, de ella salían hermosos y delicados pensamientos, con su tacto de terciopelo.
Resultaba extraño ver esa lata rodeada de los magníficos tiestos de barro y cerámica de Fajalauza, en los que crecían las otras flores. El pensamiento de los pensamientos parecía ser éste: "¿Cómo puede tenernos doña Rufina tan descuidados, en una simple y vulgar lata de conserva de tomate? ¡Tan sólo a nosotros!" (¡Ignorantes, no sabían lo bueno que es para muchas plantas el óxido de hierro de las latas¡). "Ni siquiera se ha molestado en arrancar ese tallo intruso de zarza, silvestre y vulgar, lleno de pinchos que crece a nuestro lado". Y despreciaban a ese tallo de zarza de tal modo, que no hablaban con él ni siquiera a través de las raíces. En favor de estas flores llamadas pensamientos, diré que tal vez el pensar tanto, pues ese es su destino, les llevaba a sacar conclusiones retorcidas y erróneas.
Pero lo que no se podían imaginar aquellas flores, tan pensativas y engreídas, es que eran las favoritas de Doña Rufina. Ella sabía lo delicados que son los pensamientos y no se atrevía a trasplantarlos a otra maceta, por temor a que poco a poco se marchitarán y se murieran. Ellos, caprichosos y suspicaces, creían que doña Rufina los despreciaba, no veían más allá de sus aterciopelados pétalos. Malinterpretar el comportamiento de los demás y vivir continuamente enfadados es algo que, como sabéis, les ocurre también, con demasiada frecuencia, a los humanos.
Un día, el sobrino de doña Rufina, que era un niño mimado y caprichoso, casi tanto como los pensamientos. (Para que os hagáis una idea y veáis que no exagero os diré que sólo pensaba en comer chocolate, y tan sólo se olvidaba de esta obsesión cuando descubría algún perro, algún gato o algún pájaro, en los que hacer puntería con su tirachinas). Pues bien, como iba diciendo, un día, que fue a visitar a su tía, quiso el pequeño bruto, en uno de sus ataques de capricho e ignorancia, arrancar las aterciopeladas flores, decidió que aquella lata que estaba en la ventana "con esos ridículos hierbajos", le vendría muy bien para jugar al fútbol cuando bajara por la cuesta.
Dicho y hecho, sin pedir permiso a nadie alargó su regordeta manaza y se lanzó sobre los pensamientos dispuesto a arrancarlos de cuajo, pero… ¡Aaaaaayyyyyy!, el grito que lanzó se escuchó no sólo en la calle del Agua, sino en todos y cada uno de los rincones del Albaicín. Os aseguro que yo misma me quedé petrificada del susto.
El causante de aquel grito de dolor han sido el tallo de zarza que crecía en aquella lata junto a las flores. Doña Rufina sabía que las protegería, por eso no había querido arrancarlo.
"¡Ay, mis pobres pensamientos, menos mal que no os ha pasado nada!". Les susurró bajito, cuando escuchó el grito del sobrino y acudió corriendo a la ventana. "¿Qué haría yo sin mis flores favoritas?". Les dijo mientras se secaba el rabillo del ojo con el delantal.
Los pensamientos se sonrojaron por haber sido tan mal pensados y, sobre todo, por haber despreciado a aquel humilde tallo de zarza que los había protegido, y el color de sus pétalos cambió para siempre del violeta y el amarillo al color de la vergüenza.
A partir de entonces, todos los turistas que visitaban el Albaicín, fotografiaban la ventana de doña Rufina, y se hizo famosa en todo el mundo, debido a una humilde lata oxidada de conserva de tomate, en la que crecían unos pensamientos de extraño color, el color de la vergüenza. Los únicos del mundo.
¿Y qué pasó con el sobrino de doña Rufina?, querréis saber. Pues aquel niño mimado y maleducado echó a correr por las cuestas del Albaicín, con la mano llena de pinchos, dando tales gritos que todo el mundo salió de sus casas para ver qué pasaba. A partir entonces se usa en el barrio el día del grito del sobrino de doña Rufina como fecha importante del calendario.
Por eso en el Albaicín se escuchan frases como: "Don Fernando vino a vivir al barrio un poco antes del grito del sobrino de doña Rufina", o "El hijo de Lucía la del relojero, nació dos meses después del grito del sobrino de doña Rufina"... Ya sabéis por qué.
Son cosas que pasan en barrios como éste".
Después de escuchar a la abuela Genoveva, todos nos volvimos para ver la reacción de don Anselmo. ¿Querría cambiar, todavía, la tienda de Nicolás por una hamburguesería?.
Se había quedado callado, muy callado, en sus dos sillas, luego recorrió lentamente con la mirada la tienda de Nicolás, iba mirando todas las cosas que pendían de las paredes, incluso del techo: paraguas, calcetines, flotadores, bizcochos, palanganas, tiestos, abanicos, naranjas, tebeos, frascos de colonia… Y por último clavó su mirada en la abuela Genoveva.
Y… no, no vendió la tienda. Volvió cada tarde a escuchar los cuentos de la abuela Genoveva, pues las buenas historias valen más que el oro.
Por cierto, aquello que tenía la abuela en su bolsillo, y que tintineaba como monedas, eran chapas de esas con las que juegan los niños".
Nota: Para acceder a la página web de Ayes Tortosa, pulsar aquí>>>
COLOFÓN (de Ayes Tortosa)
Granada, lunes, 5 de Octubre de 2.020 (23:20 horas).
Buenas noches Amigo Antonio (me tomo la confianza de decirlo así), porque ya éramos amigos (los amigos de Luís Díaz son mis amigos), pero ahora mucho más.
Me han emocionado las palabras de tu prólogo (me he tomado también la libertad de tutearte), sobre mi libro, sobre esa forma de mirar y sentir las cosas de mi barrio que te han transmitido sus páginas.
Y sobre la abuela Genoveva (acaso te haya gustado ese cuento porque compartes con ella y conmigo el gusto por las historias). Ya digo, me emocionan de veras, y me alientan tus palabras a no desfallecer, y a seguir buscando todas esas historias que han sucedido o están sucediendo o pueden suceder y que están deseando que alguien las descubra y las cuente...
Y luego el cuento ha quedado muy bien transcrito, se lee muy bien. ¡Gracias de corazón! Un fuerte abrazo.
(Da otro a Luís de mi parte).
Disculpa la hora. Sé que es un poco tarde, pero he querido escribirte nada más leer la página.