El Padul (Granada), martes, 28 de Noviembre, cuadragésimo octava semana de 2.023.
Mi suegra, Pura Márquez Parejo (1.932 - 2.017), solía contar cuentos alrededor de la mesa camilla en las largas noches de invierno a sus tres hijas pequeñas: Puri, Eladia y Manoli. Y, en su Memoria, quiero traer al Adarve, el texto que ella dejó por escrito en una libreta con pastas de cartón (amarilla el anverso, blanca el reverso), de uno de esos entrañables cuentos, se trata de el cuento de…
LAS BODAS DEL CIELO
que dice así:
“Vivía tan feliz, que apenas se daba cuenta que existía otra clase de mundo, sino aquel espacio de cielo azul que veía y aquellos parajes verdes que la hierba cubría y le daba su esplendor incomparable, con sus trocitos plateados y los hilos de plata que llegaban hasta ellos; eran los arroyuelos que se formaban del agua que la blanca nieve dejaba ir Sierra abajo, al deshielo, cuando el Sol en Primavera calentaba.
El marco de belleza que ofrecía aquel lugar, podía ser, como muchas veces decimos, “el paraíso”, por la paz que se respiraba en aquel ambiente.
Así vivía el feliz cuervo. Surcando los aires puros, a placer, bebiendo agua sin cloro, comiendo insectos y algún que otro animal que se malograse. Así pasaba el tiempo para él, no se metía con nadie y nadie se metía con él.
Dos familias de pastores de ovejas, ocupaban aquellos lugares. La cabaña donde vivían, situada al pie del monte, rodeada de arbustos y árboles y algún que otro peñasco, que servía para resguardarla del viento, que algunas veces hacía. A pocos metros de la vivienda, tenían los corrales donde encerraban las ovejas, que aquéllas gentes tenían en gran número.
El oficio de pastor, por naturaleza de estar siempre con ganado pacífico, da mucha paz. Paz, que era lo que por aquellos contornos se respiraba. Cuando pacía el ganado, las esposas de los pastores se dedicaban a hacer el queso, que una vez o dos a la semana, llevaban a vender al mercado.
En éste espacio de tiempo, los pastores tenían su rato de ocio, el cual era jugar unas briscas a la baraja… cuando alguno de los pastores faltaba por algún que otro quehacer y el otro no tenía con quien jugar, para él no era problema: ponía una piedra grande en el lugar del compañero y le daba cartas como si fuera tal, siguiendo el juego: “tírate, te toca a tí”, “no dirás que te he dado malas cartas”, le tiraba una carta contraria a la muestra y le decía: “pero hombre, no ves que la muestra es de copas y te voy a comer ese As… bueno, ésto te lo paso, pero la próxima… “. Así, pasaba el tiempo por allí.
¡Pero!, siempre el enemigo acecha y mientras éstas gentes de paz, vivían con su honrado trabajo, unos ojos malignos seguían, paso a paso, cada movimiento: una zorra había estudiado el modo de robarles los quesos a los pastores. Cuando éstos estaban entretenidos, la zorra entraba al secadero y se llevaba algún queso, con el que ella y sus zorrillos se daban buenos festines. Mientras los pastores, se decían entre sí: “hace unos días, noto que faltan quesos”. Y, los unos, sospechaban de los otros y las cosas se ponían tensas entre los pastores.
Mientras tanto, la zorra estrechaba las amistades con el grajo. Un día, la zorra invitó al grajo a su guarida y el grajo, amante del queso, le preguntó cómo lo había conseguido. La zorra le dijo: “estás en las nubes, mira, vete al secadero de tal y tal” y le explicó todo.
El grajo fue allí tan decidido, entró en el secadero y se cargó de quesos. Y, cuando iba a salir del secadero, los pastores que acechaban, preparados con palos, dijeron: “hombre, tú eres el que se lleva los quesos”. Lo cogieron y le dieron tal paliza, que lo dejaron por muerto, tirándolo después al basurero.
La zorra, que lo estuvo presenciando todo, frita de risa, pensó: “por lo menos, de mí no sospechan”.
A las dos o tres horas, el grajo se repuso un poco de la paliza, y, como pudo, se fue a su casa. Cuando llegó, estaba a las puertas de la muerte. Mientras se recuperaba, pensaba en las hazañas de la zorra y se dió cuenta de lo mala que era para con él. Recordó que una vez, en Luna llena, la zorra lo engañó, diciéndole que era un queso aquello que se reflejaba en el agua de la alberca: y él se tiró a ella, buscando y buscando, sin poder cogerlo y estuvo a punto de ahogarse.
El grajo pensó cómo vengarse de la zorra.
Al cabo de un tiempo, el pobre grajo salió de paseo y la zorra, que creía se había muerto, se sorprendió, cuando desde el aire oyó: “¡Holaaa, comae zorra!” y ella le respondió:“¡Holaaa, compae grajo!...” Y, así, pasó una temporada… y pensaba la zorra: “éste, ya no se acuerda”... y entablaron unas relaciones buenas.
Cierto día el grajo le dijo:“Comae zorra, me he enterado que en el Cielo van a haber unas bodas, que van a ser fuera de serie… a mí, me están entrando ganas de ir, porque de caramelos, de roscos, de chupones, y todo ésto, van a estar tirados por el suelo… ¡pero, es que yo, sólo, si no conozco a nadie, me voy a aburrir!”. A lo que le respondió la zorra: “hombre, si usted me lleva, con mucho gusto yo iría”. Y el grajo le contestó: “Eso está hecho, usted hace los preparativos de comida y se engalana lo mejor posible, que pasado mañana estamos en marcha”.
La zorra preparó una gran cesta, se puso un vestido de seda rojo y un pañuelo en la cabeza, y los zorrillos, loquitos de contentos de la pila de cosicas que su mamá les traería de las bodas. La madre les hizo muchos encargos: “Hijos, vayáis a quemarse; que no os peleéis”, bueno, mil advertencias… y su zorrillos le dijeron:“No mamá, vete tranquila que seremos buenos”.
Bueno, comae zorra, estamos en marcha.
Hay, compae grajo, póngase usted bien, que me espatarre, vaya a caerme.
No quiera Dios, comae zorra, está bien agarrada.
Si compae grajo, estamos en marcha.
Al ataqueee…
Empezó a subir para arriba el grajo, y subir y subir… y los zorrillos diciéndoles adiós desde el suelo y la madre desde arriba. Ya se perdieron de vista y cuando estaban en los elementos, el grajo dijo:
Comae zorra, se acuerda usted…
De qué, compae grajo.
Cuando me iba a ahogar aquella noche en la alberca por coger el queso.
Vaya hombre, de lo que se va a acordar ahora.
Y cuando robó los quesos de la cabaña y me mandó para que me pegara los pastores.
Vaya, compae grajo, no saque usted tiestos viejos y hablemos de las Bodas del Cielo.
¡Qué boas ni qué puñetas! que va usted abajo.
Compae grajo, no hará usted eso.
¿ Qué no ?.
Y sacudiendo las alas, el grajo, como pudo se deshizo de la zorra… y ésta que se ve revolotear por los aires sin amparo alguno, empezó a voces diciendo:
Poner mantas, poner colchones, que cae la Virgen de los Dolores.
La gente, que oyó éstas súplicas que venían del cielo, sacaron todos los colchones a la calle… y cayó la zorra, sin dañarse… y salió corriendo, en busca de sus zorrillos…