El Padul (Granada), lunes, 27 de Febrero de 2.023.
El gran escritor, polígrafo y pintor, Francisco Izquierdo Martínez (Granada, 1.927 - Madrid, 2.004), en su libro “Granada fingida” (Los Libros de la Estrella, 2.002), con nota inicial (“Este libro no es serio. Lo siento. El autor”) y dedicado (“A Ventura y Clara Izquierdo Martínez de Francisco Izquierdo Martínez, su abuelo”), dice:“Una ciudad como Granada, agazapada en sí misma desde muchos siglos, acaba siendo portadora del virus de todos los tópicos. Es decir, de cuanto pertenece a su ámbito real y de cuanto ha generado como lugar común. El arregosto, descaradamente autóctono, aliado a la costumbre histórica y amancebado con la imaginación, ha desarrollado otra “memoria de Granada”, tan irrefutable como la documental. Si a ello se añade el antecedente clandestino, solapado, hijo natural de la crónica furtiva o del comadreo de analistas paniaguados, surge una información tan ingeniosa como fulera, tan socarrona como desconcertante”... y en el capítulo titulado “Las Darríades”, nos dice:
«Riverilla del Darro» (grabado, J. Lewis, 1.833-34)
“Igualmente se producía un burdo simulacro con el divertimento de las pasaderas del Darro, jolgorio competitivo lastimosamente olvidado. En alguna ocasión, no ha mucho, se intentó recuperar el esparcimiento popular que, según Manuel Díaz Cañero, profundo sabedor de la cosa granadina, ingenioso maestro de la cerrajería, coleccionista de almireces y llaves de todas las épocas y vecino de pared por medio con el torreón del Abad, en el Albayzín, según Manolo Mudéjar, dijo, las pasaderas tenían su origen en las tiberíades, fiestas romanas organizadas en honor del río Tíber, durante las cuales, los naturales de Roma trataban de vencer la corriente de agua cruzándola de parte a parte sobre resbaladísimas cucañas. Y era notable que, después de una pila de siglos, los penibéticos conservaran la costumbre de unos días lúdicos en honra del Tíber, adaptada al humilde Darro. Las pasaderas, piedras colocadas a modo de plintos para atravesar ríos de poco caudal, eran utilizadas en Granada durante la sampedrada o fiestas de San Pedro para poner a prueba cachonda a los más osados o jactanciosos, en memoria de la desconfianza del apóstol para echar a caminar sobre la traicionera superficie del lago Tiberíades. Además es la propia relación nominal del patrono de la feligresía y los cantos rodados del lecho del Darro: Pedro / piedra”.
El río Darro - aguafuerte y aguatinta - Mariano Fortuny Madrazo
Quien mejor describe las pasaderas es Antonio Joaquín Afán de Ribera, en su libro “Fiestas populares de Granada” (año de 1.885). Con motivo del día de “el santo de las llaves”, cuenta, los mozos solteros ensanchan el cauce del Darro, con pozas, a fin de que no pudiera vadearse a saltos y fuese preciso cruzarlo por encima de tablas que tenían por apoyo dos gruesos peñones en los extremos. El misterio consistía en que las referidas tablas habían sido untadas con peguntoso jabón, haciéndolas tan resbaladizas que, al andar por ellas, era necesaria la habilidad de un equilibrista para recorrerlas. También se utilizaban grandes“lágrimas de San Pedro” ó pedrejones rodados, mondos y lirondos, a distancia de un paso unos de otros, pero embadurnados con grasa. La hazaña consistía en franquear de orilla a orilla las pasaderas, sin caer al agua de pozas y charcos.
El río Darro a su paso por Granada. Grabado de David Roberts, 1.834.
“Son las cinco de la tarde", refiere Afán de Ribera, “y la concurrencia es numerosísima. Una banda de música hace oír sus acordes en medio del arrecife, pero los mozos decidores y las lindas muchachas que de los barrios han venido luciendo su precioso talle, sus ojos hechiceros, y su gracia y su limpieza, realzada con los trapitos de cristianar, es decir, la enagua de faralaes, el mantón de Manila y el manojito de claveles en el cabello, esas no tienen otra frase que la de “vamos al río a recorrer las pasaderas”. Y consistía la gala de las mozuelas, unas a sabiendas y otras ignorantes, en atravesarlo, para beber y descansar en un manantial a que da nombre la Teja, por donde un hilo plateado iba a llenar el rústico recipiente. ¡Qué de bulla y jolgorio, cuando alguna forastera, moza de servicio, y más audaz que sus compañeras, intentaba la aventura, dando por postre un episodio de enseñanza libre de robustos cimientos y de ligas más o menos verdes o coloradas!. ¡Qué de aplausos si unos pulidos novios, llevando las manos entrelazadas por balancín, salían sanos y salvos…!. ¡Pues y cuando un discípulo de Baco quería lucir sus andares y se daba un baño, sirviéndole el refresco de excelente medicina!. ¡Y la algazara de los chicuelos y gente menuda, que saltando como ranas apostrofaban a las tímidas, y eran el coro de los mozalbetes que con pañuelos llenos de garbanzos tostados obsequiaban a sus parejas, o requebraban a las prójimas que, en bandadas como las golondrinas, saltaban de piedra en piedra, enseñando unas cosas cuyo diseño debe quedarse en el tintero!”.
Lavanderas en el río Darro por debajo del antiguo puente del Carbón (S. Colman, segunda mitad del XIX)
Relata don Antonio Joaquín la merienda en grupos, las borracheras, los dimes y diretes, incluso trifulcas, “aunque nunca llegaba la sangre al río”, las canciones con la coletilla de “San Pedro, como era calvo / le picaban los mosquitos”, y el regreso a casa rendidos y mohinos. Al final de la descripción de las pasaderas, sentencia: “Pero los tiempos mudan y las costumbres populares, tan arraigadas desde hace siglos, se van perdiendo en esta atmósfera escéptica e indiferente que nos rodea y las antiguas fiestas donde el patriotismo y la religiosidad se mostraban, hoy cuando menos sirve de casos de burla, eclipsando aquellas hermosas luces del alma, ante los resplandores del petróleo y los embates crecientes de la revolución universal”.
El qantarat al-Harratin o puente del Aljibillo
Con la desaparición de las pasaderas hemos echado en saco roto una de las más hermosas diversiones populares de Granada y uno de los más antiguos fingimientos locales, ya que siendo un festejo pagano en honor del río de Roma, se cristianizó en homenaje al San Pedro desconfiado que daba trompicones sobre las aguas del lago Tiberíades.
Puente del Álamo, Obra del pintor belga François Bossuet en 1.854