La Fiesta del "Corpus Christi" es una celebración que se da en todo el Mundo Cristiano para rendir culto a la Eucaristía.
Tras la entrega de la ciudad y el Reino de Granada por el último Rey de la dinastía Nazarí, Boabdil, los Reyes Católicos, instauraron la celebración de ésta Fiesta en Granada, por convicción católica, pero también como una herramienta para "cristianizar" a la población musulmana.
Desde entonces, todos los años, las calles de Granada se engalanan para recibir la Procesión del Corpus: el desfile de la Custodia acompañada por representantes eclesiásticos, militares y civiles, la banda de música y el público, que participa en la celebración.
Cada miércoles de feria, justo a las doce en punto de la mañana, comienza el desfile de “La Pública”, que anuncia la llegada, al día siguiente, de la Fiesta del “Corpus Christi” granadino, y va acompañada por charangas y bandas de música, que amenizan el ambiente "de fiesta"... con música, luz y color.
Este colorido desfile, dura poco más de una hora, el tiempo suficiente para recorrer un itinerario que, desde su punto de inicio, en la Plaza del Carmen, sube por Reyes Católicos hasta la Gran Vía, baja por la calle Cárcel Baja y Capuchinas a Mesones, desde donde regresa a la Plaza del Carmen, sede del consistorio municipal.
El desfile lo forman los Gigantes, los cabezudos que corren por las calles, dando mamporros al personal que se ponga "a mano" con las vejigas hinchadas de aire que portan... y La Tarasca.
La Tarasca, para los niños y no tan niños... es la "Señora de la Feria y el Símbolo de la Diversión"... es un grupo escultórico formado por un maniquí de mujer subida sobre el lomo de un fiero dragón, que parece quedar rendido a sus pies. Es una alegoría del Bien y del Mal, del triunfo de la Belleza sobre lo Monstruoso…
En la Edad Media, cada Iglesia tuvo su Tarasca o dragón, sumiso y encadenado, el cual iba en las procesiones, a la manera de aquellos esclavos que precedían al carro del vencedor en las procesiones cívicas de los romanos.
La Tarasca no era tampoco un artilugio especial y exclusivo de las fiestas del Corpus. El dicho “no hay procesión sin tarasca”, estaba antiguamente totalmente justificado.
Con el desfile de “La Pública”, se desvela el secreto mejor guardado que existe en Granada: el vestido de la Tarasca. Sólo hay una cosa que es segura: nunca va a faltar quien lo critique... y da igual cómo sea el vestido: largo ó corto, discreto ó de colores vistosos y chillones, clásico ó moderno y vanguardista, atrevido ó coqueto y recatado.
En relación al vestido (diferente cada año) que porta la figura femenina de La Tarasca, hay un dicho popular granadino, muestra de la "malafollá", que simplemente dice: "vas vestida peor que la Tarasca".
A pesar de ello, para cualquier profesional granadino de la moda (sastrería o diseño) es todo un orgullo y un privilegio, ser llamado para vestir a la maniquí más famosa que existe en la ciudad.
La figura de La Tarasca, ha ido cambiando a lo largo del tiempo, así fue a veces un inverosímil animal de anchísimo vientre, de largo, ensortijado y flexible cuello, y con cuyas fauces movibles se apoderaba de cuanto se ponía a su alcance; otras era una alada e hiperbólica sierpe; en ocasiones una hidra o dragón con siete cabezas, o bien una caprichosa y gigantesca bicha… pero siempre… un repulsivo engendro de una quimérica fantasía.
La efigie que sobre el lomo llevaba era, bien una hermosísima mujer, llamada a expresar la devoción de Granada, la que sentada en un trono que el bruto sostenía, iba esparciendo motes laudatorios de la fiesta y del misterio eucarístico festejado. La Tarasca, adusto el ceño y mal avenida con su carga, llevaba a cuestas una liviana moza, y ambas, siguiéndose con ello una inveterada y persistente costumbre, tenían pendientes aquella de la espalda y ésta del pecho, unos tarjetones con una sentencia moral escrita.
El erudito Sebastián de Covarrubias y Orozco (1.539 - 1.613) nos decía en su obra "Tesoro de la lengua castellana o española" (1.611), sobre La Tarasca: "Una sierpe contrahecha, que suelen sacar en algunas fiestas de regozijo. Dixose assi porque espanta los muchachos, del verbo Griego tarasco (...) territo, turbo, perturbo, los labradores quando van a las ciudades, el día del Señor; estan abovados de ver la Tarasca, y si se descuydan suelen los que la llevan alargar el pescueço, y quitarles las caperuças de la cabeça, y de alli quedó un proverbio de los que no se hartan de alguna cosa que no es mas echarla en ellos que echar caperuças a la tarasca."
La religión y la historia se mezclan, con lo pagano y la leyenda, para dar explicación a nuestras costumbres más arraigadas y el origen de la Tarasca hay que buscarlo en las antiguas Leyendas…
Una versión, proviene de una antigua leyenda de origen céltico. Según se cuenta, la Tarasca era un animal monstruoso, muy fiero, mitad serpiente mitad mujer, que engañaba a los hombres que cedían a sus encantos y los devoraba o mutilaba horriblemente.
Otra versión, nos habla de una leyenda provenzal del siglo XI, puede que quizá anterior, relacionada con la devoción a Santa Marta y aparece citada en un libro titulado "La Leyenda Dorada" ("Legenda Sanctorum", 1.264), cuyo autor es el monje dominico y arzobispo de Génova, Santiago de la Vorágine (1.230-1.298):
Mientras Marta estaba en Aix con Magdalena y Maximino (que fue el primer Obispo de esa ciudad), los diputados de la ciudad vecina de Tarascón, atraídos por las historias de los milagros de los siervos de Dios, vinieron a suplicarles que derrotaran a un monstruo que devastaba su territorio.
Marta tomó permiso de Magdalena y de Maximino, y siguió a estos hombres.
Según cuenta la leyenda, esta criatura habitaba en la localidad de Tarascón, Provenza, (próxima a Arles, en la desembocadura del río Ródano) y devastaba todo el territorio.
Al llegar a las puertas de la ciudad, todo el pueblo los estaban esperando, pero al verla a ella sola, muchos le dijeron que no tenían esperanza de que una sola mujer pudiera vencer a ese poderoso monstruo.
Ella, sólo respondió, preguntando dónde se encontraba la criatura. Le indicaron un pequeño bosque cercano a la ciudad, y, enseguida y sin defensa alguna, se dirigió hacia allí.
Se describe al monstruo como una especie de dragón con seis cortas patas, parecidas a las de un oso, un torso similar al de un buey, con un caparazón de tortuga a su espalda y una escamosa cola que terminaba en el aguijón de un escorpión. Su cabeza era descrita como la de un león con orejas de caballo y una expresión desagradable.
Se escucharon rugidos, y todos en el pueblo, temblaban y se compadecían de esa pobre mujer, que había emprendido camino, sin ningún tipo de armas, hacia el lugar donde ningún hombre armado del pueblo se atrevía a ir.
Los rugidos cesaron, y Marta reapareció, portando una pequeña cruz de madera en una mano, y en la otra, al monstruo, atado con una cinta que ella había rasgado de sus vestiduras.
Avanzó en medio de la ciudad, glorificando el nombre del Señor y entregando al pueblo al dragón, como si fuera un juguete... aún ensangrentado de su última víctima (un pastor del pueblo).
Al caer la noche los habitantes de Tarascón salieron aterrorizados, pero decididos a acabar con el objeto de su miedo, que murió en el sitio, sin ofrecer ningún tipo de resistencia.
Entonces Santa Marta predicó con su Fé al pueblo, convirtiendo a muchos al cristianismo.
En esta leyenda descansa la veneración que tienen a Santa Marta los habitantes de Tarascón.
En Tarascón, una fiesta anual perpetúa el recuerdo de la victoria de la Santa sobre la Tarasca, ya que el dragón tomó el nombre de la ciudad aterrorizada por él.
La víspera de este día solemne, el alcalde de la ciudad, al sonido de las trompetas, hace publicar que todos los habitantes quedan prevenidos de la salida del dragón, y que no se hace responsable de ningún herido ni de daños provocados por él.
Al siguiente día toda la ciudad está en las calles a la espera de la salida de la Tarasca.
La Tarasca, un animal representado de manera repulsiva, para recordar al dragón de la antigüedad, podía tener hasta veinte pies de longitud, una enorme cabeza redonda, una inmensa boca, que se abre y cierra con un resorte, unos ojos brillantes, un cuello que entra y se alarga en el cuerpo gigantesco, que está destinado a contener las personas que lo hacen mover; y por último una larga cola que se mueve a doquier y que podía provocar heridas a los que se le acercaban.
El segundo día de la fiesta de Pentecostés, a las seis de la mañana, treinta “caballeros del tarasque”, vestidos con túnicas y adornos instituidos por el rey, vienen a recoger al animal a su guarida.
Doce caballeros entran en su vientre y le imparten el movimiento, mientras que una joven vestida como Santa Marta le ata una cinta azul al cuello y se ponen en marcha bajo los gritos de la multitud.
Si algún curioso pasa demasiado cerca, la Tarasca alarga el cuello y lo toma con su boca por el calzón, manteniéndolo sujeto hasta lanzarlo a la multitud.
Si algún imprudente se aventura detrás de ella, la Tarasca, de un golpe de cola, lo lanza nuevamente. Cuando se siente muy asediado, sus ojos lanzan llamas, que llegan a setenta y cinco pies y que queman todo lo que se encuentra a su paso.
Por otra parte, si el dragón, en su camino, advierte algún personaje importante de la ciudad, va hacia él con mucha amabilidad, mueve su cola de alegría y abre su boca en señal de hambre, y el individuo agraciado, que sabe lo que quiere decir, le lanza una moneda, que al final viene a parar a los caballeros que lleva en el vientre.
Hasta aquí la tradición francesa que viene manteniéndose, desde tiempos remotos hasta la actualidad.
En Granada, la versión moderna de los diablillos que abrían el paso a la Tarasca, son los Cabezudos. Y como Cabezudos aparecen las tradicionales imágenes de la vieja, la gitana, el indio, el moro, el negro, el chino y la china, el torero, el rejoneador, don Quijote de la Mancha y personajes típicamente granadinos como:
El “Cabezon de Gabia”: Manuel Baena García (1868-1917), sufría una enfermedad congénita, conocida como hidrocefalia, que hacía que su cráneo fuese más grande de lo normal. De ahí viene la expresión: “Tienes más cabeza que el niño de Gabia”. Manuel tenía un aspecto infantil y era de pequeña estatura; padecía un ligero retraso mental y se ganaba la vida vendiendo lotería en Granada.
“Birolio” fue una persona desgraciada, famoso por sus borracheras (vivía en permanente estado de embriaguez) y por sus soplidos: se dice que las calles se quedaban vacías cuando Birolio soplaba… También era bizco y tenía una cabeza descomunal, por lo que también era llamado “cabeza buque”.
“Paniolla”: Manuel Fernández Torres, era natural de Benalúa, y unos “estudiantes” le causaron una ceguera al ofrecerle un cigarro con pólvora en su interior. Vivió el resto de su vida de la mendicidad. Es recordado, con un pequeño puchero colgado en el cuello, y pidiendo: “por amor de Dios, un poco de pan y un poco de olla”.
“Chorrojumo”: Mariano Fernández Santiago (1.824-1.906) fue un gitano ilustre de Granada, que llevaba el apodo de “El Rey de los Gitanos". Dicen que era un bandolero, pero lo cierto es que se ganaba la vida haciendo de guía a los visitantes de la Alhambra. Se hizo famoso por su típica vestimenta y sus grandes patillas de boca de hacha (su uso fue aprobado por el Ejército Español, al usarlas el Rey Alfonso XII).
“Dieguito el andarín” ó “El Andarín de Colomera”: Diego Varela Romero, según se dice, nunca se cansaba de caminar… y andaba a diario, campo a través, más de 40 kilómetros. Además escribió una carta a Franco en la que le instaba a que dejara el poder y diera paso a una democracia…
Acompañan en Granada a la Tarasca, los Gigantes, que antiguamente eran siete y representaban a titanes o tifeos, que iban a pie o sobre caballos de cartón, simbolizando septenarios famosos, como los Pecados Capitales, las Maravillas del Mundo, las Ciudades Apocalípticas (Éfeso, Esmirna, Filadelfia, Laodicea, Pérgamo, Sardis y Tiatira), los Sabios de Grecia o los Enamorados (Adonis, Atis, Leandro, Narciso, Orfeo, Paris y Príamo). Desde la década de 1.950, forman parte del cortejo, tan sólo cuatro Gigantes que escenifican el pasado musulmán de la ciudad y la actualidad cristiana, en las figuras de los reyes (Boabdil y Morayma - Isabel y Fernando).
La Tarasca y su cortejo de Gigantes y Cabezudos, desfilan dos veces durante las Fiestas del Corpus Granadino: en “La Pública” y en la Procesión del Corpus, acompañando a la Custodia.
El resto de las Fiestas (hasta el domingo), La Tarasca se encuentra expuesta en el zaguán del edificio del Ayuntamiento, en la Plaza del Carmen, donde recibe la visita de los granadinos, que se acercan hasta ella para contemplarla...admirarla ó criticarla…
Llegaba el día del Corpus, y su aurora era saludada por alegres y generales repiques de campanas (“el campanero repica en amaneciendo, acabando de tañer a la Misa del Alba, y tarda en tañer media hora”), estrepitosos pregones recordaban la temporal clausura de las mancebías y comercios y regocijados anuncios, para propios y extraños, del advenimiento de la afamada fiesta anual.
Con insólito madrugar, presurosa acudía la gente, engalanada al uso o con el obligado uniforme, a posesionarse de las solicitadas ventanas y balcones de las casas sitas en las calles y plazas por donde tenía que pasar la procesión (tan estimados eran que, en los contratos de arrendamiento, se pactaba la reserva de su uso en las Fiestas a favor del arrendador), pues si grande y general era el afán de verlo, mayor era el de satisfacer el cómodo o vanidoso halago de presenciarlo desde holgado, visible o privilegiado sitio.
Antiguamente, llegado el jueves, Día del Corpus (según la tradición, “uno de los tres jueves que relucen más que el sól”...), bien de mañana y antes del inicio de la procesión, se verificaba el paseo, el cual se organizaba en la Casa de las Comedias: se hacía un especial convite por los Caballeros Comisarios al Corregidor, los veinticuatros y jurados y se les repartía un par de guantes y un bastón de caña de Indias con el puño de finísima plata y se les hacía un agasajo de confites y bebidas.
Ultimados los preparativos necesarios, comenzaba el paseo, cuya marcha rompían una tropa de doce diablillos, traviesos muchachos, muy bien adornados con sus trajes de ricas joyas de todos géneros, muchas perlas, fleques de oro, campanillas y cascabeles de plata, que abrían calle a la aparatosa comitiva que se dirigía a la Catedral para tomar parte en la procesión. Los diablillos con sus horrorosas figuras, golpes y estruendo, espantaban a la gente.
A los diablillos seguía la Tarasca, que con su desmedida grandeza ponía terror y de la que no solamente se acostumbraba a variar, de unos para otros años, el monstruo o serpentón, sino también la figura que sobre el lomo llevaba.
El cortejo grotesco “de paseo y civilizado” que vemos hoy día, poco tiene que ver con lo que fue en la antigüedad: “desaforado, alocado y barroco”.
¡Que viene la Tarasca…!, ¡Que viene la Tarasca…!... y enseguida, dos corrientes contrarias dividían la masa del pueblo; unos, atemorizados, corrían a refugiarse en su casa para ver mejor desde las ventanas; otros se precipitaban, como un Genil impetuoso...sobre la Plaza del Ayuntamiento… El monstruo resopla, le humean las narices… y va como un torbellino… El populacho embriagado, espantado, encendido, grita de placer y de miedo… La Tarasca, amenazante y alegre, echa fuego por las narices y se lanza a la ciudad como un ciclón salido de los infiernos...posa, reposa, asperge, tropieza, rompe y pisotea...repentinamente, da un brinco...y se vuelve sobre ella misma, haciendo el trompo...y llegan los empujones, el callejeo frenético, las caídas, los temores… Es el delirio de la Tarasca...
NOTA: Gran parte de la información histórica que aparece en éste articulito ha sido tomada del libro de Miguel Garrido Atienza (1.854-1.918): “Antigüallas Granadinas. Las Fiestas del Corpus” (1.889).
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