Su nombre de nacimiento es Francisco Tomás de San Juan Bautista Márquez Sánchez. Hijo de Diego Márquez Ayala y Jerónima Sánchez Jiménez.
Es el primogénito de cuatro hermanos (2 varones: Diego y Juan Miguel: éste último murió joven, haciendo el Servicio Militar en la Guerra de Cuba; y 1 hembra: María Teresa).
Es bautizado el miércoles, 29 de Junio. Sus padres trabajan en el campo, labores en las que él se emplea en cuanto tiene edad para ello. A esta ocupación dedica 35 años de su vida, dejando un reguero de caridad en las personas que halla a su paso.
Alimentos, escasas pertenencias y dinero (el poco que tenía), salen de sus bolsillos y su zurrón… a costa de mermar a su familia y a sí mismo, con tal de asistir a cualquiera que considera más pobre que él.
Compasión, generosidad, penitencia y misericordia, junto con su amor a la Eucaristía y admirable devoción mariana, son algunas de sus muchas virtudes. Adolece de formación, pero tiene la sabiduría adquirida con su oración, que es lo que cuenta, y su gran corazón… es incomparable con cualquier enseñanza académica.
A la bella localidad de Ronda, llegan los capuchinos para celebrar la beatificación de fray Diego José de Cádiz (Ubrique, Cádiz, 30 de Marzo de 1.743 - Ronda, 24 de Marzo de 1.801). El recogimiento y la fuerza con la que hablan de Dios, es todo un descubrimiento para él:“Yo quiero ser un fraile como éstos”, pensó.
Su admisión le cuesta cuatro años de espera… por diversos contratiempos humanos, ajenos a su voluntad, mientras persevera en su empeño.
En ese tiempo… ante las dudas por la falta de respuesta, incluso piensa en el matrimonio, pero siempre sin desistir de su vocación que no oculta a su novia (Antonia Medinilla) y de la que se despide… manifestándole que “Dios lo llama por otro camino”.
Finalmente, en 1.899, un sacerdote al que confia la situación que le impide convertirse en religioso, interviene en el asunto y encuentra una solución.
El 16 de Noviembre de ese año, ingresa en Sevilla. Allí le dan el nombre de Leopoldo, reconociendo después, que esa elección “le había caído como un jarro de agua fría”.
Nota: Este comentario es una nimiedad, porque desde el primer instante, labrando la huerta, como se le encomendó, lleva una vida edificante, y así lo constatan sus hermanos de comunidad, que ven en él un fraile humilde, obediente, discreto, fiel a la regla, lleno de fervor. Ejemplo de servicio, obediencia y amor a Dios que dedica su vida en servir a los más pobres.
Es hortelano, sucesivamente en Antequera y Granada, su último destino. En éste, se le encomiendan las misiones de sacristán y limosnero. Inclinado a la contemplación, toma la labor de pedir limosna, como signo de la voluntad divina. Y con esta disponibilidad, sale a la calle, en la que va dejando el poso de su admirable virtud.
Su convicción: “Dios da para todos”, sintetiza su quehacer apostólico y el espíritu orante con el que cumple, día a día, esta misión ejercida durante medio siglo, incluso en situaciones de grave intolerancia.
En incontables ocasiones, el precio de una modesta limosna es el insulto, el desaire, la violencia verbal y física.
Comprensivo y paciente, le dice a su compañero de camino: “Hermano, vamos pidiendo y tenemos que recibir de buen grado todo lo que nos den; lo bueno y lo malo”.
Si algún obrero lo tilda de holgazán y le insta a trabajar en lugar de pedir, responde agarrándose al tajo, con tanta destreza, que deja a todos atónitos. Es el momento de recordarles… que un fraile no es un vago… y les habla del amor de Dios, que se extiende sobre todos. Las gentes, que ya lo conocen y estiman, tras haber sido apedreado, le libran de la muerte.
Este prudente limosnero, sólo acepta las dádivas que considera justas, las que no menoscaban las posibilidades del donante. Siempre entrega a otros parte de su limosna, como hace en conventos de religiosas, y no rivaliza con los pobres, a los que deja la vía abierta para mendigar si se cruza con ellos.
En el ejercicio de su diaria misión, logra convertir a muchos, media por los débiles, evita injusticias. Contrarresta las blasfemias, hablando de alabanzas.
Es especialmente querido por los niños, que salen a su encuentro llamándole “Fray Nipordo”.
Muchos buscan sus palabras de consuelo y él reza con profunda devoción tres Ave Marías, que atemperan las preocupaciones de los que acuden a él, seguros de que la divina providencia les ayudará, gracias a la bondad del humilde limosnero.
Al juicio sobre las debilidades de un hermano, replica con admirable piedad:“Es santo a su manera”.
Y si alguien protesta…, recuerda: “Para ganar el cielo, hay que tragar mucha saliva”.
Cuando la prensa local se hace eco de sus “Bodas de Oro”, con su peculiar gracejo manifiesta a uno de los hermanos: “¡Qué jaqueca, hermano, nos hacemos religiosos para servir a Dios en la oscuridad y, ya ve, nos sacan hasta en los papeles!”.
Acoge de buen grado todas las contrariedades de la vida y los padecimientos físicos que van llegando.
A los 89 años, mientras pide limosna, se fractura el fémur. Impedido para salir a la calle, se dedica por entero a la contemplación, recóndito anhelo que ha pervivido en su corazón.
Muere el jueves, 9 de Febrero de 1.956, dejando consternada a la ciudad de Granada, que siempre ha visto en él, a un Santo.
Es beatificado, el domingo, 12 de Septiembre de 2.010.